lunes, 8 de marzo de 2010

¿Ministro de quién?. Por José María Carrascal

HAY veces, demasiadas veces, en las que Miguel Ángel Moratinos más parece el Ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, de Cuba o de Venezuela que de España. Por ejemplo, cuando visita Gibraltar como si el Peñón fuera un territorio extranjero, en vez de ser una colonia en nuestro territorio, concediendo con ello a los gibraltareños atributos que sólo les otorgan los ingleses, contra todas las resoluciones de la ONU, dicho sea de paso. O cuando defiende en Bruselas el levantamiento de las sanciones impuestas a Cuba, contra el parecer del resto de los países comunitarios, opuestos a dar facilidades a un régimen que deja morir a sus opositores en condiciones infrahumanas. Aunque nunca lo pareció más que cuando le dijo a Chávez que el gobierno español nada tenía que ver con el auto del juez Velasco sobre las actividades de los etarras en Venezuela. O sea que, en vez de pedirle explicaciones, como nos había dicho Zapatero -no sabemos si mintiendo o equivocándose, con este hombre nunca se sabe-, lo que hizo fue darle explicaciones al caudillo bolivariano, como gusta llamarse. Para llegar al colmo de la impudicia al acordar con su colega venezolano un comunicado conjunto donde se refuta el auto de un magistrado de la Audiencia Nacional. Pocas veces habrá caído tan bajo la política exterior española.

¿Qué están tramando los servicios jurídicos del ministerio que preside Moratinos con el auto del juez Velásco? ¿Le están buscando puntos flacos para no cursarlo? ¿Intentan que el magistrado le lime las aristas? ¿O le están dando largas, con la esperanza de que se olvide, como se olvidan los incidentes en torno a Gibraltar? No lo sé. Lo único que sé es que este Ministerio de Asuntos Exteriores no está defendiendo los intereses de España, sino los del gobierno al que pertenece, que hace aguas por todas partes. Un gobierno que se ha equivocado prácticamente en cuanto ha hecho y al que ahora le llegan las facturas de sus equivocaciones, en la economía, en la ordenación territorial, en la acción exterior y en unir al país. Pero en vez de reconocer esos errores, intenta que sean España y los españoles quienes paguemos por ellos. Ya lo estamos haciendo. Con el doble de parados que los países de nuestro entorno, con las más bajas perspectivas de recuperación, con el mayor desprestigio en los foros internacionales y con todo tipo de humillaciones a manos de los sátrapas hispanoamericanos. Pero ésta ha sido y sigue siendo su hoja de ruta. ¿Por qué creen ustedes que Moratinos dura tanto en el gobierno Zapatero? Pues porque nadie defiende mejor su política de resentimiento y acoso a lo que España representa que su ministro de Asuntos Exteriores. En realidad, Moratinos es Zapatero sabiendo idiomas. Casi preferimos el original que la copia. Al menos miente sólo en español.

ABC - Opinión

El error Haidar. Por Ignacio Camacho

PUEDE que Marruecos nunca se arrepienta bastante del error que cometió con Aminatu Haidar. Fuese por un gesto de excesiva prepotencia o por un defecto de cálculo en su confianza respecto al Gobierno español, la crisis que provoco el desafío de la activista ha tumbado dos décadas de política de hechos consumados en el Sáhara y ha revivido un estado de opinión pública negativo para los intereses de la monarquía alauita. Las autoridades marroquíes lo saben, aunque no puedan admitirlo. Saben, y les preocupa, que han dado un paso atrás. Y que han resucitado un problema que tenían muy bien embocado a su favor.

El protagonismo paralelo de Haidar en la cumbre euromarroquí de Granada es un síntoma de ese atasco. La lucha sacrificial de Aminatu ha despertado la simpatía de la ciudadanía española por la olvidada causa saharaui, que Marruecos había situado en vía muerta con la complicidad del zapaterismo. El Gobierno de Mohamed VI ha sabido trabajar con astucia; ha llenado de colonos mestizos el territorio en disputa, ha estancado las soluciones de la ONU, ha complicado el censo de un hipotético referéndum, ha pactado con disidentes polisarios, ha aglutinado a todas las tendencias internas y estaba a punto de desactivar el ya lánguido compromiso español cuando minusvaloró la resistencia de esa menuda mujer llena de determinación y coraje. En el mes de huelga de hambre, Aminatu ha vuelto a aglutinar a la izquierda española y ha agitado un estado de opinión desmayado. Alas para el Polisario, plomo para el plan de autonomía controlada que Rabat impulsa como sucedáneo de salida para un conflicto imposible.

Ahora el desperezado activismo saharaui compromete incluso el discurso reformista de Mohamed Sexto. Los líderes de la Unión Europea, que lo necesitan como socio preferente en el delicado tablero del Magreb, le han exigido en Granada avances en los derechos humanos, un aspecto sensible en el que Marruecos se esfuerza por aparentar regeneración al punto de haber constituido incluso una Comisión de la Verdad que ha indemnizado a víctimas de la represión de Hassan II. El caso Haidar minimiza esos empeños y endurece la imagen de una Corona que, en efecto, ha emprendido reformas estructurales sólidas, pero a cuyo camino hacia la normalidad democrática le falta aún mucho recorrido. Y además ha maniatado la colaboración del Gobierno español, al que le apuntan por la izquierda flecos de disidencia que ya no puede tapar sin generar antipatía ciudadana. Aminatu ha ganado mucho más que una batalla de dignidad; ha reequilibrado un pulso político y diplomático que su bando tenía prácticamente perdido.

A veces, una sola persona puede cruzarse en un designio histórico. Marruecos -quizá tampoco España- no lo comprendió cuando decidió impedir el regreso desafiante de Aminatu Haidar. Ahora su Rey camina con un pedrusco del desierto incrustado en su babucha.


ABC - Opinión

Entre Chávez y Parot. Por Emilio Campmany

¿Por qué será que a los españoles apenas nos sorprende que el Gobierno de Zapatero proteja a ETA?

En el Berlín de la primavera de 1945, la seguridad del desastre era tal, que para sobreponerse al terror que les provocaba pensar en el futuro los berlineses llegaron a reírse de su porvenir con chistes de tan dudoso gusto como el que decía: "Sé práctico, cómprate un ataúd". Los desastres que nos asolan son de tales proporciones que nuestro Gobierno parece igualmente empeñado en hacer chistes sobre su propia incompetencia. Después de que una investigación judicial descubriera inequívocas conexiones de Chávez con la ETA, no contento con pedirle perdón al dictador porque lo que era un secreto a voces se supiera, va nuestro Gobierno y hace un comunicado conjunto con el venezolano para eximir a éste de toda responsabilidad. Es como si, tras el 11-S y viendo que Al Qaeda goza de la protección de los talibanes, el Mulá Omar y Bush hubieran hecho un comunicado conjunto para afirmar que Kabul no tiene ninguna culpa de lo ocurrido. Es para partirse.

Encima, por si eso no fuera poco, nos enteramos de que el abnegado servidor del Estado, el catedrático Gómez Benítez, ofreció a la banda terrorista un giro en la aplicación de la doctrina Parot. Para quienes no la recuerden, tal doctrina establece que las redenciones de penas, cuando se tenga derecho a ellas, no se aplican sobre el tiempo máximo que uno puede estar en la cárcel, sino sobre cada una de las condenas que uno haya sufrido. Así, el etarra que, como Henri Parot, es condenado por varios asesinatos a miles de años de prisión, pero que sólo cumplirá el máximo legal, no puede descontar las redenciones a que tenga derecho de ese máximo legal, sino que tiene que hacerlo de los miles de años a los que fue condenado. La doctrina significa en la práctica que, cuando alguien es condenado a muchos más años de los que legalmente puede permanecer en la cárcel, tendrá que estar allí hasta cumplir el máximo establecido por más años que redima.

Pues bien, al parecer Gómez Benítez ofreció a la ETA dar un vuelco a esta doctrina. No se sabe si lo iba a hacer convenciendo a los magistrados del Supremo o a los del Constitucional, que todavía están pendientes de resolver el recurso de Henri Parot. Lo probable es que se refiriera al Constitucional por varias razones. La primera es que tal Tribunal todavía no se ha pronunciado sobre el asunto, con lo que no tiene que desdecirse para hacer caso a Gómez Benítez. Además, el Constitucional es más sensible que el Supremo a las influencias del Ejecutivo. Y, finalmente, porque es posible, aunque no obvio, que la doctrina Parot sea en efecto inconstitucional.

En ambas historias puede contemplarse a nuestro Gobierno protegiendo a la ETA. En Venezuela, evitando que la obvia conexión venezolana con la organización terrorista tenga consecuencias judiciales y diplomáticas. Y en la negociación con la banda, ofreciendo lo que constitucionalmente no tiene capacidad de hacer, esto es, torcer la mano de los jueces en beneficio de los asesinos. Y, sin embargo, ¿por qué será que a los españoles apenas nos sorprende que el Gobierno de Zapatero haga esta clase de cosas?

Hemos llegado a un punto de resignación similar al de los berlineses de 1945. Es verdad que todavía no tememos por nuestras vidas, sino sólo por nuestras haciendas y por nuestro país, pero por lo demás, el desánimo es parecido. Pronto haremos chistes del tipo: "Sé práctico, nacionalízate australiano".


Libertad Digital - Opinión

¿Cuándo se torció la democracia?. Por Gabriel Albiac

¿CUÁNDO empezó a torcerse todo? Porque se torció, no hay duda. Hasta llegar a este cínico malvivir, soportando a una impune casta de políticos corruptos que acumula en sus manos todos los poderes. Sin contrapeso.


Que un grupo numeroso de jueces haya hecho explícito lo que es la maldición de este país puede que sea el acontecimiento moral más serio de estos años. Porque lo que los 1.400 proclaman en su Manifiesto por la despolitización y la independencia judicial es seca constancia de aquello sobre lo cual se han erigido los ya tres decenios de corrupción, y sobre cuyo blindaje se asienta el privilegio de los partidos. También, la ruina de la nación. En lo moral como en lo económico.


Nada extraordinariamente nuevo dice este Manifiesto. Fecha el punto de inflexión. Es todo. 1 de julio de 1985. Ley Orgánica del Poder Judicial. A la medida del PSOE de un Felipe González cuya mayoría absoluta se maquinaba entonces ilimitada en el tiempo. Hasta ese día, la Constitución de 1978 había logrado salvar, al menos, esa tabla del colectivo naufragio abierto por el populismo neoperonista que teorizara Alfonso Guerra, al llamar a poner en marcha la máquina de hacer decretos y a enterrar, de una vez, a Montesquieu y su maldito constitucionalismo.

Siey_s formuló un día de hace más de dos siglos que un Estado que no garantiza y blinda la autonomía de los poderes no posee Constitución; todo lo más, un remedo o una máscara. Es, con toda exactitud, lo que aquella nefasta Ley Orgánica puso en pie frente al texto constitucional que, en el 78, garantizaba la elección por los jueces de su órgano de gobierno. A partir del 85, el Consejo General del Poder Judicial fue nombrado directamente por los partidos con representación parlamentaria, en proporción exacta a sus propios escaños. Con las palabras, ahora, de los 1.400 jueces, «la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985 procedió a desposeer a los jueces y magistrados de su originario derecho a elegir a 12 de los 21 miembros integrantes del CGPJ (derecho que ya venían efectivamente ejerciendo conforme a su precedente Ley Orgánica de 1980) transfiriendo íntegramente al parlamento la elección de todos ellos». Y, sí, claro que sí, el Consejo General del Poder Judicial pasó desde ese día a ser eso que el Manifiesto describe como un clon o un calco del mapa parlamentario y un brazo ejecutor de los partidos en él representados.

Todo juez español sabe que el destino de su carrera depende, en muy buena parte, del Consejo. Y que el Consejo pertenece a quien pertenece: a quien nombra a sus miembros. «Los nocivos efectos de este degradado uso partidista del nuevo sistema no se hicieron esperar. Rápidamente fueron quedando impregnadas del mismo tinte político las más relevantes decisiones del órgano así elegido». La locura va camino de consumarse en farsa, mediante su multiplicación por 17, para que también los caciques de cada Comunidad Autónoma se sepan tan invulnerables cuanto sus jefes nacionales.

Podemos jugar a engañarnos. Aunque somos lo bastante adultos como para saber que nos estamos engañando y por qué miedos o intereses lo hacemos. Podemos seguir llamando a esto en lo cual vivimos democracia. Pero sabemos que cuando Moratinos, a las órdenes de su jefe, busca torcer el auto judicial que molesta a un caudillo bananero con el cual se hace jugoso negocio es porque ni siquiera puede pasársele por la cabeza que un juez sea otra cosa que un subordinado del Gobierno. Del cual pende, en cada instante, el futuro -o el no futuro- de su carrera. Sí, en 1985 se torció todo. Hasta llegar al borde del abismo. En donde estamos.


ABC - Opinión

El valiente Garzón. Por José García Domínguez

Será que la suprema prueba de gallardía frente al nacionalismo criminal consiste en hacer vida en Madrid, rodeado de policías, escoltas, coches blindados, cámaras de seguridad y focos de televisión.

Siempre a la vanguardia de los zapadores empecinados en dinamitar el orden constitucional, el feliz ejemplo de acoso a la Justicia de los catalanistas, al fin, ha abierto la veda del Tribunal Supremo. Y es que, hasta la llegada de Zapatero, en el pim, pam, pum contra los cimientos mismos del Estado, por lo menos, se respetaban las apariencias. Ahora, ni eso. Así, el montepío de los abajofirmantes de guardia con momio en el pesebre ya no muestra el menor recato antes de lanzar públicos avisos a navegantes contra jueces y magistrados díscolos. Al siciliano modo, o a la catalana forma, que tanto monta, el Tribunal llamado a juzgar a Garzón se ve sometido a directa, indisimulada coacción con tal de que exonere a su reo de obedecer el mandato de la Ley.

Pues lo más estupefaciente del asunto es que ni siquiera las barras bravas de Baltasar predican la inocencia del número dos de Mister X. Que el muy improbable becario del Santander haya violentado principios, normas y decencias jurídicas varias, diríase que les trae sin cuidado. De ahí los dos argumentos-chirigota que presiden la campaña de agit prop contra la independencia del Supremo. El primero, regurgitado ad nauseam desde la antesala misma del Consejo de Ministros hasta la última zahúrda mediática de Ferraz, sentencia que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero... siempre y cuando, claro está, el asunto no afecte al compañero Garzón o en la querella luzca, inaceptable, la rúbrica de Manos Limpias.
Más falaz aún, el segundo acaba de exponerlo Zetapé en persona. Con esa pericia tan suya para siempre mezclar velocidad y tocino, el presidente apela ahora al "valor" mostrado en el proceder administrativo contra ETA como castiza eximente testicular de todas sus trapacerías. Será entonces que el resto de los jueces de la Audiencia Nacional forman una medrosa pandilla de gallinas cluecas. Y que la suprema prueba de gallardía frente al nacionalismo criminal consiste en hacer vida en Madrid, rodeado de policías, escoltas, coches blindados, cámaras de seguridad y focos de televisión. Uf, seguro que ni el Capitán Trueno ni Crispín tendrían agallas suficientes con tal de sobrellevar tan temerarios riesgos cotidianos. Ya lo decían los chicos de Radio Futura: "Hace falta valor...".


Libertad Digital - Opinión

Cuba, la mano que mece la cuna

EL comunicado conjunto emitido por los Gobiernos de España y Venezuela no va a ser suficiente para tapar el escándalo de la cooperación del régimen chavista con la alianza terrorista formada por ETA y las FARC. Rodríguez Zapatero se ha equivocado gravemente al dar la cara por Hugo Chávez y desamparar a la Justicia española. El error no es nuevo para el Gobierno socialista, que en otras ocasiones ya trató de entorpecer o deslegitimar la acción antiterrorista de algunos jueces de la Audiencia Nacional cuando no le convenía políticamente la persecución a ETA. Ahora, la presencia del régimen totalitario de Chávez como muñidor de coaliciones criminales ha hecho que el Gobierno socialista vuelva a pervertir las prioridades que le correspondería defender por interés nacional. Si Zapatero prefiere a Hugo Chávez antes que a la Justicia española, las consecuencias políticas no se harán esperar.

Pero el problema se agrava para el Gobierno, porque detrás del régimen venezolano está la Cuba castrista, reiteradamente aludida en el auto de procesamiento dictado por el juez Eloy Velasco contra varios miembros de ETA y de las FARC. A las pruebas contra el Gobierno de Chávez -correos electrónicos incautados en el ordenador del terrorista Raúl Reyes, declaraciones de ex miembros de las FARC, nombramiento del etarra Arturo Cubillas como alto cargo del Ministerio de Agricultura, apoyo de militares venezolanos a los movimientos de etarras y miembros de las FARC por Venezuela- se unen las que apuntan al régimen comunista de Cuba. En esta isla fue donde algunos etarras deportados idearon a principios de los noventa la colaboración de ETA con las FARC y donde se celebraron los primeros encuentros entre dirigentes de ambas organizaciones, de las que salieron compromisos para el entrenamiento conjunto en campos de los terroristas colombianos en suelo venezolano. Vista la primera reacción del Gobierno español, que pide explicaciones al juez Velasco y no al presunto cooperador de ETA, el Gobierno de Chávez, poco o nada ha de esperarse en relación con Cuba, dictadura mimada de la diplomacia española ante Europa y el resto de la comunidad internacional.

ABC - Editorial

Cuatro minutos. Por Arturo Pérez Reverte

Me llegan, por amigo interpuesto, los comentarios de uno de los infantes de marina que estaban en el Índico durante el secuestro del Alakrana –del que, por cierto, nadie explicó de modo satisfactorio qué bandera llevaba izada, o no, cuando le dijeron buenos días–. El citado mílite es uno de los que intervinieron en la persecución de los piratas somalíes cuando éstos, después de trincar la pasta, salieron a toda leche para refugiarse en la costa. Viniendo de donde vienen, no es raro que los comentarios revelen insatisfacción por las órdenes recibidas y por el grotesco desenlace. Desde su comprensible anonimato, el infante de marina se desahoga, contando que los malevos estuvieron a tiro, pero las órdenes eran no disparar bajo ningún concepto, pues nadie estaba dispuesto a admitir muertos ni heridos en aquel sainete.

Todo es conocido de sobra, y no merece volver sobre ello. Pero hay una frase que tengo por significativa, porque explica no sólo lo del Alakrana, sino muchas otras cosas: «Tuvimos de tres a cuatro minutos para detenerlos. Pedimos órdenes y hubo silencio». Con esas interesantes palabras en el aire, les invito a un bonito e instructivo ejercicio. Cierren los ojos e imaginen. Lo han visto veinte veces en el cine o la tele: las lanchas de los piratas zumbando hacia la playa, los infantes de marina teniéndolos en el punto de mira y con la posibilidad de bloquearles el paso, y el jefe del operativo pidiendo por radio instrucciones a sus superiores. «Permiso para intervenir», o algo así. Dice. Y ahora trasládense a Madrid, al gabinete de crisis o como se llame lo que montaron allí. También, en este caso, las películas nos facilitan el asunto: un mapa del Índico en una pantalla en la pared, pantallas de ordenador, la ministra de Defensa con las gafas puestas, el JEMAD ese de la barba que siempre va de azul, el resto de la plana mayor y toda la parafernalia. Con el pesquero liberado previo pago de su importe, todos más pendientes ya del telediario que de otra cosa. Y la voz que viene del Índico sonando en el altavoz: «Tenemos tres o cuatro minutos y solicitamos órdenes. Repito: solicitamos órdenes». El reloj en la pared haciendo tictac, o lo que hagan los relojes de los gabinetes de crisis, y la ministra, y el de la barba, y el resto de artistas, mirándose unos a otros, callados como putas. Y más tictac. Nadie dice «bloquéenlos», ni nadie dice «déjenlos escapar». Sería mojarse demasiado en uno u otro sentido, y las palabras las carga el diablo. Tanto el «sí» como el «no» pueden causar problemas en las tertulias radiofónicas y los titulares de los periódicos, según vayan éstos a favor o en contra del Gobierno. Así que punto en boca. Silencio administrativo, cuatro minutos, uno detrás de otro, mientras allá abajo, en el mar, los infantes de marina, el dedo en el gatillo y locos por la música, que para eso están, blasfeman en arameo, por lo bajini, mientras ven cómo se escapan los flacos con la pasta. Y al cabo, la desolada frase final: «Han llegado a la playa». Suspiro de alivio en el gabinete de crisis. Fin de la historia.

Les cuento la escena –imaginaria, aunque no tanto por si ustedes llegan a la misma conclusión que yo. Esos cuatro minutos de silencio no son los del Alakrana. Son todo un síntoma, una marca de fábrica. Una manera de entender la vida en este pintoresco lugar llamado España porque de alguna manera hay que llamarlo. Esos cuatro minutos de silencio se dan a cada instante, en cualquiera de las diarias manifestaciones de nuestra estupidez, nuestra mala baba y nuestra impotencia. Calla siempre, los cuatro minutos precisos, el político de turno, y el policía, y el juez, y el periodista, y el vecino del quinto. Callamos todos ante lo que vemos y oímos, pendientes del tictac del reloj, esperando que el tiempo aplace, resuelva, permita olvidar el problema. Una cosa es la teoría, las declaraciones oficiales, la España virtual. Qué ligeros de lengua somos legislando para un mundo perfecto, con nuestra inquebrantable fe en el hombre –y en la mujer, que diría Bibiana–. Y qué callados nos quedamos, como la otra ministra y el de la barba, cuando la realidad se impone sobre nuestra imbecilidad endémica. Cuando el maltratador defendido por la maltratada, el corrupto reelegido para alcalde, el violador reincidente, el terrorista que apenas paga su crimen, el hijo de puta menor de edad, la tía marrana que aprovecha la ley para vengarse del marido inocente, el pirata somalí que rompe el tópico del buen negrito, nos meten el Kalashnikov por el ojete. Entonces nos quedamos callados, no sea que la vida real nos reviente la teoría obligándonos a señalar al rey desnudo. Y así, de cuatro en cuatro, pasan los minutos de nuestra cobardía.


XL Semanal