miércoles, 17 de febrero de 2010

Nos creíamos ricos, sin serlo. Por José María Carrascal

LA noticia europea más importante no viene de Bruselas. Viene de Alemania. Bruselas se ha limitado a confirmarla, imponiendo a Grecia un durísimo plan de austeridad. Los alemanes se han cansado de pagar las deudas ajenas y han dicho a los europeos que gastan más de lo que tienen, que no se lo carguen en su cuenta, que lo paguen ellos. Y si no pueden pagarlo, que se aprieten el cinturón. Voy a explicárselo con un ejemplo, que es como mejor se entienden las cosas: los alemanes rechazan que, después de haber subido su edad de jubilación a los 67 años para cuadrar sus cuentas, los griegos puedan seguir jubilándose con 63. Si pensamos que Alemania ha venido siendo la «pagana» de la Comunidad Europea, comprenderán que estamos ante un vuelco copernicano. En adelante, cada palo aguantará su vela. Es lo que han dicho los ministros de economía a Grecia: si quieres que te ayudemos, empieza por ayudarte a ti misma. Y lo que sirve para Grecia sirve para todos los que vienen gastando más de lo que tienen, España entre ellos.

Las culpas, como apunta Paul Krugman en su último artículo, la tiene el euro. Sí, ese euro que saludamos con alborozo y ha caído sobre nosotros como un mazo. Ya que tenía el respaldo de monedas fuertes, el marco alemán en especial, fue desde el principio una moneda «dura», que competía incluso con el dólar. Lo malo fue que los países con monedas débiles, los mediterráneos principalmente, al verse con una moneda fuerte, empezaron a gastar como si sus economías lo fueran. Nos creíamos ricos, y no lo éramos. Empezamos a viajar por el mundo, a comprarnos un segundo apartamento, a cambiar de coche cada pocos años, a vivir, en fin, como los alemanes, sin que nuestra economía, industria, productividad fuesen la alemana, lo que nos ha endeudado hasta las cejas. En los tiempos de las monedas nacionales, eso se arreglaba con una devaluación, que ponía a cada país en su sitio, advirtiendo a sus ciudadanos que no podían ir a Nueva York y encontrarlo todo, gracias al euro, más barato que en casa, como ha venido ocurriendo los últimos años.

Pero los alemanes, principales valedores del euro, han dicho que eso se acabó, que ellos no pagan más facturas ajenas y que, en adelante, cada cual tendrá que pagar las suyas. Grecia ha sido la primera que sufre el varapalo, por ser la que más había pecado, llegando a falsificar sus cuentas. A España, si no quiere que le pase lo mismo, «le espera un lento y doloroso proceso de deflación», según Krugman, el hasta ahora economista favorito de Zapatero. ¿Le citará en el debate de hoy? Pues ya saben que «cuando las barbas de tu vecinos veas pelar...» Aunque igual nos sale con que Krugman se refería a las barbas de Rajoy, mientras se palpa las mejillas para demostrar que él sólo lleva cara.


ABC - Opinión

El "eurocaos" y las elecciones anticipadas. Por Agapito Maestre

Las pocas posibilidades que tiene el Gobierno español para mejorar la crisis llevarán a Zapatero a abandonar el populismo que hasta ahora ha practicado y, por ende, convocara elecciones generales anticipadas.

Daré un argumento más, otro, a favor de un posible adelanto electoral. Pero, antes de nada, advierto a mis detractores, a quienes no están de acuerdo conmigo, que ellos no argumentan, sino sólo dicen que los socialistas prefieren antes mantenerse en el poder que arriesgarlo, pero eso no es un argumento. No, no, eso no tiene nada que ver con ningún tipo de razonamiento. Eso es, simplemente, una obviedad. Nada. De lo que se trata es de dar razones que pudieran llevar a Zapatero a convocar elecciones anticipadas, porque no quiere o no puede soportar solo el peso de una crisis económica terrorífica.


Eso se llama pensar la política. O sea, tratar de fundar "racionalmente" una opinión política sin confundir mis deseos con la realidad. En pocas palabras, construyo "escenarios de futuro" con ánimo de no dejarle todo el espacio político a los partidos políticos, o sea, quiero que entre en la agenda de los políticos profesionales un "posible adelanto de elecciones". Acompañado de ese ánimo polémico, sacó a relucir otro argumento a favor de una convocatoria de elecciones generales para otoño. Está basado en las consecuencias que pueden extraerse de una afirmación del premio Nobel de Economía, Paul Krugman, que a su vez repite una antigua y certera tesis de Alberto Recarte, a saber, Europa no estaba preparada para la moneda única.

En efecto, se hizo caso omiso de estas advertencias, concluye Krugman, y frente a la crisis actual que hubiera sido fácil solucionar para países europeos del Sur, como España, con su moneda nacional, hoy es prácticamente imposible hacer nada. Las consecuencias de la moneda única, o mejor, la mala entrada de España en el euro y la terrible crisis, diría Zapatero, venida del capitalismo "especulativo" mundial, son funestas para España. Todos los especialistas concluyen que España con una situación de moneda nacional hubiera salido fácilmente de la crisis; hubiera bastado con devaluar la peseta, según Krugman, un 20%, para que España hubiera empezado a superar la crisis. Por desgracia, hoy, volver a la moneda nacional es impensable, entre otros motivos, según el norteamericano, porque desencadenaría "la madre de todas las crisis financieras."

En fin, si no puede darse marcha atrás, es decir, si no podemos abandonar el euro y reintroducir la moneda nacional, entonces, y esto es lo más trágico del análisis de Krugman, "no hay mucho que el Gobierno español pueda hacer para mejorar las cosas". No hay salida. Los países del Sur se hunden y Europa apenas puede hacer nada por ellos. Se diría que Europa, otra vez, vuelve a quedarse reducida a dos: Francia y Alemania. En los próximos años, concluye Krugman, asistiremos a un doloroso proceso de remiendos: rescates acompañados de exigencias de austeridad despiadada, y todo con un trasfondo de desempleo muy elevado, perpetuado por una dolorosa deflación.

¿Está preparado Zapatero para aguantar solo esa situación horrorosa? No. ¿Tiene algo más que populismo barato el PSOE para soportar una crisis que lo desangra electoralmente? No. El pacto con la patronal y los sindicatos es comida para hoy y hambre para mañana. Necesita un pacto con el PP, pero éste jamás cederá. En fin, las pocas posibilidades que tiene el Gobierno español para mejorar la crisis, la imposible satisfacción del deseo borbónico-socialista de un pacto de Estado de todos los partidos, la constante recensión de España, el crecimiento del déficit público y el paro, el tancredismo del PP y, finalmente, el estancamiento de la economía europea, especialmente de la alemana, llevarán a Zapatero a abandonar el populismo que hasta ahora ha practicado y, por ende, convocara elecciones generales anticipadas.

Prepárese, señor Rajoy. Hoy, seguramente, Zapatero guardará silencio sobre este asunto en el Congreso. Ahora toca marear el Pacto de Estado. Más tarde, utilizará otras medidas populistas. Etcétera. Son todas maniobras dilatorias para agotar sus tiempos de presidente de la UE. Al final, si es coherente consigo mismo, y mantiene su astucia depredadora, convocará elecciones anticipada


Libertad Digital

Partes de guerra. Por Gabriel Albiac

LA guerra sigue. Y nosotros en ella. Basta ponerse delante de un mapa para constatar la coherencia de su envite: un frente militar continuo, que se extiende desde Irak en el Oeste hasta Afganistán y Pakistán en el Este. En medio, Irán, el verdadero corazón de ese conflicto, que es el de más alto riesgo desde la segunda guerra mundial, porque pone en juego dos factores de cuya combinación no existe precedente: guerra de religión y armas de exterminio masivo, yihad y bomba atómica.

No ha hecho más que empezar esa guerra, cuya declaración fue el ataque islamista contra Manhattan hace casi nueve años, y de cuya indistinción entre objetivos militares y civiles Bali, Madrid y Londres hubieron de alzar dolorosa constancia. De no ser rápida y limpiamente derrotada, la guerra santa de los mullahs supondrá la mayor regresión histórica que la humanidad haya conocido en el último milenio: el retorno a lo más oscuro de una teocracia que se ejerce en el nombre del incuestionable libro dictado por el Misericordioso a su Profeta. Entre otras cosas, está en juego la pérdida de la plena condición humana para la mitad de la especie, el retorno de la mujer a su madriguera de animal doméstico. En esa guerra estamos también nosotros. Malamente, porque al gobierno español le avergüenza reconocer que aún tiene ejército, y prefiere disfrazar a sus soldados de enfermeras, y a la muerte en combate prefiere hacerla pasar por accidente. Malamente, porque la ficción de que estar en el frente oriental (Afganistán) es distinto a combatir en el frente occidental (Irak) de la misma guerra, no es simplemente una idiotez geográfica; es un suicidio. La guerra está en Irán. Lo demás son posiciones tácticas.

Dos movimientos sobre el tablero revelan hasta qué punto el envite es alto en esta que se anuncia larga batalla. En Afganistán, Barak Obama parece haber entendido que es preciso jugar deprisa y fuerte; con el simultáneo despliegue masivo de tropas y servicios de inteligencia sobre el terreno. La ofensiva armada en el sudoeste afgano y la simultánea captura en Pakistán del jefe militar de los talibanes, Abdul Ghani Baradar, son síntomas de una apuesta enérgica. Inseparables del dato principal, el que pasa a cambiar todas las estrategias: Irán ha conseguido ya enriquecer uranio al 20 por ciento, la línea sin retorno ha sido cruzada. Es la temida consecuencia de una pasividad internacional difícil de entender frente al nunca ocultado proyecto militar de los Guardianes de la Revolución iraníes: hacer del arma nuclear el instrumento definitivo de Alá en su final venganza contra los infieles. Si alguien pensaba que las sanciones económicas amedrentarían a los guerreros del Misericordioso, es que realmente no tenía ni idea de lo que estaba en juego en las poco equívocas amenazas de Ahmadineyad y en los aún menos equívocos mandatos coránicos.

Irán es frontera occidental de Pakistán, potencia nuclear que linda al sur y al este con la potencia nuclear india. La raya entre Pakistán y la India es hoy la falla más frágil del planeta. A ambos lados de esa raya, dos frutos malheridos de la descolonización acechan el momento de golpearse. A ambos lados, misiles nucleares apuntan al odiado vecino. Irán sabe muy bien que basta encender la mecha. Y aguardar la definitiva catástrofe. Si tal cosa sucede, nadie en el mundo quedará a salvo de las consecuencias. Los alucinados ayatollahs de Alí Jamenei en Qom apuestan sobre la incapacidad occidental para tomar a tiempo medidas que resultan muy antipáticas a sus tan delicadas opiniones públicas. Dejan que el tiempo pase. Saben que el tiempo juega a favor suyo.


ABC - Opinión

Lo que necesitamos es una Thatcher. Por Manuel Llamas

Resulta absurdo que Zapatero se esfuerce en buscar su particular "Reagan interior" ya que, de encontrarlo, le faltaría tiempo para ahogarlo en las profundidades de sus entrañas estatistas.

Se equivoca de plano The Wall Street Journal instando a nuestro ilustre presidente a buscar su "Reagan interior" por la simple razón de que carece del suficiente conocimiento y amplitud de miras como para entender mínimamente el funcionamiento real de la economía. Zapatero, al contrario que el ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan o la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, es un keynesiano convencido y practicante. Profesa una arraigada ideología socialista, cuyo rezo consiste en ensalzar la figura estatal por encima de las libertades individuales.


Resulta, pues, absurdo que Zapatero se esfuerce en buscar su particular "Reagan interior" ya que, de encontrarlo, le faltaría tiempo para ahogarlo en las profundidades de sus entrañas estatistas. La reducción salarial a los controladores aéreos, al igual que la reforma de las pensiones, el recorte del gasto público o la reciente propuesta de reforma laboral no son, en ningún caso, iniciativas libremente adoptadas por el presidente, sino imposiciones de Bruselas ante la crisis de deuda pública que afecta al seno de la Unión.

De hecho, hasta tal punto llega su convencimiento socialista que, ante la mínima reacción sindical, Zapatero pliega velas de inmediato en un torpe intento por ocultar que a España no le queda más remedio que emprender profundas reformas estructurales para salir del atolladero, consistentes en recortar de forma drástica el gasto público y el mal llamado Estado de Bienestar. Aún hoy, pese a la experiencia de Grecia, el jefe del Ejecutivo se resiste con todas sus fuerzas a aplicar el tijeretazo que precisa el sector público. Tan sólo Bruselas y el castigo del mercado han hecho reaccionar tímidamente al Gobierno español. De ahí, precisamente, que dude de su capacidad para dirigir el Titanic en esta compleja travesía. Le falta convicción, comprensión, arrojo y sobre todo, valentía para reconducir la situación.

El "Reagan interior" de Zapatero nunca saldrá a la luz porque nunca ha habitado su seno. En todo caso, como mucho se esconde un pequeño Obama. Lo que precisa España es una Margaret Thatcher. Una nueva figura política capaz de liderar un ambicioso proceso de reformas contra viento y marea.

Thatcher llegó al poder en Gran Bretaña a finales de los años 70, después de que el Gobierno laborista llevara al país a la quiebra técnica en 1976 (Reino Unido tuvo que negociar un préstamo con el FMI). Las reformas emprendidas desde 1979 enfrentó a Thatcher con los entonces poderosos sindicatos británicos y el extenso sector público. Pero ni las protestas ni las huelgas lograron hacer vacilar un ápice las profundas convicciones liberales de la Dama de Hierro.

El sindicato minero protagonizó una de las huelgas más violentas y largas de la historia británica durante 1984-85, pero fue derrotado. La economía resurgió a través de una profunda política de liberalización y privatización económica. Thatcher fomentó entre los británicos una cultura orientada al ahorro e incentivó la contratación de pensiones privadas. En su tercer mandato reformó la sanidad, la educación y el sistema fiscal, entre otras medidas. Tras el abandono de su partido, Thatcher dimitió como primera ministra el 28 de noviembre de 1990, sucediéndola John Major.

En un discurso pronunciado en 1996 en memoria de Keith Joseph, Thatcher desgranó algunas perlas de su pensamiento político:

Nosotros depositábamos mucha más confianza en los individuos, familias, negocios y vecindarios que en el Estado [...] La creatividad es necesariamente una cualidad que pertenece a los individuos. En realidad, quizá la ley inmutable de la antropología sea que todos somos diferentes [...] Lo que caracteriza nuestra visión conservadora es la convicción de que el Estado, el gobierno, sólo apuntala las condiciones para una vida de prosperidad y realización. No las genera. Es más, la misma existencia del Estado, con su enorme capacidad para el mal, es un peligro potencial para todos los beneficios morales, culturales, sociales y económicos de la libertad.

Los Estados, las sociedades y las economías, que permiten que los talentos únicos de los individuos florezcan, florecen también. Aquellos que los empequeñecen, aplastan, distorsionan, manipulan o ignoran no pueden progresar. Aquellas épocas en las que se ponía un gran valor en el individuo son las que han conocido los mayores adelantos.

[...]

Es sólo la civilización occidental la que ha descubierto el secreto del progreso continuo. Esto se debe a que sólo la civilización occidental ha desarrollado una cultura en la que los individuos importan, una sociedad en la que la propiedad privada está a salvo, y un sistema político en que se acomoda una variedad de puntos de vista e intereses.

La causa del gobierno limitado -en la que el Estado es sirviente, no amo; guardián, no colaborador; árbitro, no jugador- es aquélla bajo cuyo estandarte Keith Joseph y yo nos reunimos todos esos años atrás. Es hora que quitarle la naftalina, cepillarle la telaraña colectivista que se ha colgado en ella, y salir al encuentro del enemigo.


Libertad Digital - Opinión

Perder el tiempo. Por M. Martín Ferrand

LA edad y la experiencia, que no son una misma cosa, unidas a la deformación profesional, me autorizan a recelar de cuanto han dicho, digan o puedan llegar a decir los líderes de las formaciones políticas, grandes o pequeñas, que nos tienen secuestrada la democracia en aras de una partitocracia oligárquica, escasamente representativa y poco parlamentaria. Seguimos instalados en el caciquismo que fundamentó nuestra decadencia en el XIX, impulsó a los privilegiados del XX y que, ya en el XXI, ha cambiado los modos, no la sustancia, cursa con cargo al Presupuesto y se sustenta con legiones de funcionarios -nacionales, autonómicos, provinciales y locales- que, en connivencia con los poderes turnantes, han reemplazado la cesantía clásica por la obediencia ciega al triunfador en los últimos comicios del territorio que les afecta.

Desde tan justificada desconfianza, me atrevo a pronosticar que la confrontación parlamentaria anunciada para hoy no tendrá más valor que el litúrgico, algo insuficiente si se piensa en lo que le conviene al Estado y reclama la Nación; pero bastante para colmar los intereses, chiquititos y meramente electoreros, de los grandes protagonistas implicados. Dejando a un lado a las minorías periféricas, pescadoras de aguas revueltas, lo que más parece interesarles a José Luis Rodríguez Zapatero y a Mariano Rajoy es perder el tiempo. Algo que vienen haciendo con gran maestría y escaso disimulo durante los últimos seis años, desde que el primero sobrevino como presidente de Gobierno y el segundo se agazapó, con afán de permanencia, en el nicho del líder de la oposición.

Si fuera conveniente un pacto entre los dos grandes partidos nacionales para abordar conjuntamente la crisis, la situación perjudicaría las perspectivas electorales de las dos grandes siglas y, sobre todo, de sus líderes y sus estados mayores. Si Zapatero quisiera enfrentarse al problema ya lo hubiera hecho cuando se lo reclamaban las circunstancias. Ha optado por dejar pasar el tiempo en la confianza de que, en lo que le queda de legislatura, cambiaran los vientos y mejorara la situación. Rajoy, por su parte, es el gran maestro de los aplazamientos, ese es su estilo y, a mayor abundamiento, no quiere perder una sola pluma en las peleas del corral pactista. España es una gran catástrofe social y económica; pero no importa, los partidos y sus líderes guardan la ropa para no mojarse.


ABC - Opinión

¿Sabremos por fin qué opina Rajoy?. Por Pablo Molina

El debate de este miércoles es más una prueba para Rajoy que para Zapatero, personaje éste amortizado para la política española ya desde sus propias filas si descontamos a las bibianas y las leyres.

El debate monográfico sobre la situación de la economía española va a ser una buena oportunidad para que los votantes del PP conozcan, por fin, la opinión de Rajoy sobre los temas más candentes de la actualidad. En estos dos últimos años hemos conocido los puntos de vista de todos y cada uno de los altos cargos del Partido Popular, pero seguimos sin saber qué piensa Rajoy sobre los asuntos más importantes de la política española.

Zapatero, de cuya insolvencia como gestor no existe la menor duda de uno a otro confín del planeta, tiene que poner a Rajoy frente a las contradicciones de su partido como único recurso para salir vivo del debate. Ese es el mensaje que sus seiscientos y pico asesores habrán tratado de introducir en la cabecita presidencial, si no por lealtad al presidente sí al menos para seguir manteniendo el puesto de trabajo, pues en la situación en que ha dejado España su jefe no va a resultar nada fácil encontrar un empleo tan escaso de obligaciones como profuso en emolumentos.


Por todo ello, el debate de este miércoles es más una prueba para Rajoy que para Zapatero, personaje éste amortizado para la política española ya desde sus propias filas si descontamos a las bibianas y las leyres, incondicionales del personaje porque de sobra conocen cuál será su destino si el leonés finalmente deja el Gobierno.

Así pues, Rajoy va a verse obligado por las circunstancias a explicar a los ciudadanos cuál es su visión de España y qué decisiones adoptaría si estuviera en el lugar de Zapatero. Por ejemplo, deberá aclarar si opina lo que su secretaria general en materia de trasvases hacia las zonas áridas de la península, o por el contrario su idea es coincidente con los presidentes populares de Murcia y Valencia. Lo mismo respecto a la energía nuclear, la reforma del mercado laboral, el derecho de los españoles a estudiar en su lengua materna o los efectos del nuevo estatuto de Cataluña sobre el andamiaje constitucional del Estado.

Sobre su apoyo al cine español no hace falta que se extienda. Después de ver este domingo a los sonrientes González Pons y Feijóo en compañía de los que están deseando volver a apedrear las sedes de su partido, ya nos vamos haciendo una idea aproximada.


Libertad Digital - Opinión

Ceniza. Por Ignacio Camacho

HOY es miércoles de ceniza y en el Congreso la oposición quiere que Zapatero haga penitencia de sus pecados de pereza, frivolidad y soberbia. Le van a llenar la frente de cruces dialécticas pero es poco probable que el presidente vaya con propósito de enmienda; le gustan estos desafíos, es buen encajador y además se pasa por el forro los reproches porque sabe que siempre encuentra alguien dispuesto a hacerle de cirineo a cambio de algún pellizco del presupuesto. En una sociedad política rigurosa saldría de la sesión para el arrastre, embocado a las elecciones anticipadas o a la moción de confianza, pero la nuestra es un mercado especulativo en el que las minorías se ponen «a corto» para trincar beneficios como los hedge funds de la Bolsa. El verdadero peligro del debate lo va a sufrir Rajoy, obligado a ejercer al mismo tiempo de oposición y de alternativa, y por tanto a decepcionar a quienes sólo esperan de él una faceta u otra. ZP lo tiene más claro: entra con tan poco crédito que en el más pesimista de los supuestos no podrá empeorarlo. Le impondrán la ceniza, pero no los santos óleos.

De un debate parlamentario no sale una solución a la crisis; todo lo más se puede obtener un clima, una actitud para afrontarla, aunque casi siempre queda todo en parloteo y composición escenográfica. Pero los líderes no van a buscar salidas para el país, sino para sí mismos: lo que les interesa es retratarse ante la calle con el perfil bueno. La gente está tan agobiada con la recesión y tan cabreada con los políticos que dará por ganador al que dé más y mejores muestras de buscar el acuerdo. En eso también lleva ventaja el presidente, no sólo porque dispone del primer turno y puede marcar los tiempos y los temas, sino porque es un experto en el embeleco y en la cháchara. Lleva prometidos tantos falsos consensos y se ha llamado tantas veces a andana que ya nadie debería engañarse con un truco tan trillado, pero para ganar tiempo todavía le puede dar de sí, sobre todo si consigue que Rajoy parezca un ogro crispado y colérico. En artes de propaganda y persuasión este tipo no tiene rival por su formidable desparpajo: se ha cruzado de brazos ante un paro galopante y ha endeudado a la nación hasta las trancas para no perder votos, pero aún tiene arrestos para acusar al adversario de desear el poder a costa de la quiebra nacional. Si Mariano pica y hace un discurso para hooligans le habrá regalado la victoria.

En realidad, es el jefe de la oposición el que se la juega. Muchos exaltados le piden sangre y exterminio, una acometida sin compasión, una arenga de Agincourt, un asalto fiero con la cara pintada; pero quizá la mayoría esté esperando de él una demostración serena de liderazgo y confianza. Un Gobierno, y menos uno tan relativista y maleable, no cae por un debate pero una alternativa sí se puede desmoronar en una mañana mal aparejada.


ABC - Opinión

El Debate del Estado de la Oposición. Por José García Domínguez

Si el miércoles subiera un estadista a la tribuna del Congreso sólo ofrecería sangre, sudor y lágrimas. Pero ni Zapatero posee la categoría política para hacer tal cosa, ni Rajoy dispone del valor necesario a fin de refrendarla.

Lleva enclaustrado Rajoy una semana, incubando ese inopinado Debate sobre el Estado de la Oposición que él mismo ha dado en patentar. Otro muy previsible parto de los montes, el enésimo, donde, a falta de pan programático, buenas serán las tortas retóricas para alimento espiritual de los hooligans de las dos aficiones; el manido sucedáneo circense de rigor ante el imposible enfrentamiento ideológico entre esas dos gotas de agua autistas que se invocan en medio de la tormenta.


Dispongámonos, entonces, a asistir de nuevo a la preceptiva retahíla de impostadas naderías que la ocasión exige. Desde el usted no genera confianza en los mercados; pasando por las consabidas lágrimas de cocodrilo a cuenta de la incontinente prodigalidad presupuestaria del prójimo; hasta el rutinario clímax final con alguna estentórea variante del "Márchese, señor González". Tan castizo, gallardo, altanero e inane todo como en el verso célebre del gran manco: "caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese y no hubo nada". Igual que nada habrá, por cierto, de pactos, ententes, armisticios, ni regios chalaneos. Aquí, los hijos Caín, fieles albaceas de la más ancestral tradición de la tribu, andan siempre prestos a perder un ojo cuando se les garantiza que su adversario quedará ciego. Por algo, de los visigodos a esta parte, nadie hace prisioneros: se dispara a matar con furia, y jamás cabe concebir otra política que no sea la de tierra quemada.

Consecuentes, pues, con la barbarie celtíbera, el Solemne y el Perenne, Hernández y Fernández, Bouvard y Pécuchet, Rinconete y Cortadillo, accederían de grado a que el país terminase en la UVI del Fondo Monetario Internacional antes de renunciar a un milímetro de sanchopancismo táctico o una mísera migaja de demagogia garbancera. Qué le vamos a hacer, los españoles somos así. Nadie lo ignora: si el miércoles subiera un estadista a la tribuna del Congreso sólo ofrecería sangre, sudor y lágrimas a una nación al borde del abismo como ésta. Tampoco lo desconoce nadie: ni Zapatero posee la categoría política para hacer tal cosa, ni Rajoy dispone del valor necesario a fin de refrendarla. Ante tal panorama, presos todos de un par de indolentes máscaras de Don Tancredo, disolver las Cortes cuanto antes, ahora mismo, ya, es la única esperanza.


Libertad Digital - Opinión

La detención de Baradar

EN plena ofensiva militar en las regiones del sur de Afganistán, la detención del mulá Abdul Ghani Baradar, el principal comandante operativo de los talibanes, representa una excelente noticia que, de confirmarse, podría marcar un punto de inflexión en la guerra. La captura de Baradar es el golpe más importante que han recibido los talibanes desde el comienzo del conflicto, hace casi nueve años, un episodio que resulta, además, muy revelador de la actitud de Pakistán en esta crisis. Primero, porque la detención de Baradar ha tenido lugar en el interior de su territorio y con su activa colaboración; y segundo, porque la operación podría vincularse con las aspiraciones expresadas recientemente por el Gobierno de Islamabad de participar activamente en las negociaciones con los talibanes que han aceptado abandonar la lucha, tal y como ha propuesto el presidente afgano Hamid Karzai. Si otras facciones talibanes más proclives a la negociación que el todavía fugitivo mulá Omar aumentan ahora su influencia, tanto mejor para los planes de Occidente.


No obstante, hay que reconocer que la ofensiva de la OTAN en la provincia de Helmand no ha producido todavía un cambio esencial sobre el terreno: los talibanes retroceden sin presentar batalla y conducen a las tropas afganas y norteamericanas hacia terrenos minados, lo que hace su avance muy lento. Por otro lado, los errores que han causado víctimas civiles merman poco a poco el apoyo de la población, que es el objetivo fundamental de la estrategia del general Stanley McChrystal. Sólo la combinación de la presión en dos frentes -la OTAN y el Ejército afgano en el interior, y Pakistán en la frontera- puede forzar a los talibanes a aceptar la propuesta de Karzai, en lugar de seguir apostando por el agotamiento de la paciencia de las sociedades occidentales, que ven cada vez con más indiferencia el destino de aquella remota guerra. Desde el primer momento, la administración Obama ha mostrado su voluntad de cambiar el estado de las cosas y alentar una situación que permita a los afganos ocuparse de su propia seguridad. La neutralización de un personaje como Baradar podría ser una pieza clave en este proceso.


ABC - Editorial

El principio. Por Alfonso Ussía

Creo que ayer se produjo el principio. El principio del fin. La orden a Garzón de la Audiencia Nacional de proseguir «hasta el agotamiento» las diligencias en el llamado «Caso Faisán», ese posible GAL invertido, puede terminar con el Gobierno de Zapatero. «Gravedad sin precedentes», intuye el auto de la Audiencia. Garzón –le vienen las tortas a pares–, obligado a tomar declaración a testigos policiales y a pedir a Francia toda la documentación de las llamadas de los terroristas etarras. Garzón no podrá archivar el caso, como era su deseo, para salvar de la ignominia a sus amigos políticos. Ayer, cuando Zapatero recibió en La Moncloa a la gente del cine, no estaba tan dicharachero como de costumbre. Se le puede caer encima un meteorito de indecencia. Ayer, el Fiscal Conde Pumpido, no presentaba la habitual lozanía en su rostro ni en su gesto. Ayer, el juez Baltasar Garzón, que anda por ahí mendigando apoyos rarísimos, sufrió un nuevo varapalo. Ayer, en Senegal, el ministro Rubalcaba no tenía ganas de hablar salvo con el desierto. «Amigas dunas, gráciles gacelas, hienas carroñeras, palmeras de los oasis, ¿cómo va a terminar todo esto?». Y el desierto, siempre duro y sincero, que le respondió: «Si funciona el Estado de Derecho, mal, Alfredo, muy mal».

Ayer, en algunos altos mandos policiales se presentó de improviso, la colerilla. No se trata la colerilla de un ataque de cólera dominado por la prudencia, sino de una colitis, una correntía intestinal de muy complicada curación. Si vergonzosa fue la abierta negociación de un Gobierno democrático con los terroristas de la ETA –«Otegui es un hombre de paz» ¿recuerda, señor Zapatero?–, insostenible sería que por no dificultar la repugnante concordia, algún mando policial recibiera del Gobierno la orden de informar a los terroristas de los movimientos policiales. Insostenible sería la postura del juez Garzón, tan diligente en otras causas. Insostenible la dejación de la Fiscalía. Insostenible la permanencia de un Gobierno capaz de llevar a cabo semejante fechoría.

Ayer se agrietaron gestos y rostros, y se oscurecieron futuros y sueños de poder. Ahora acusarán también a los miembros de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de franquistas. El único argumento. «Quien no esté con nosotros, es un franquista, un facha, un cavernícola». La dignidad de un Gobierno puede saltar hecha añicos si el Poder Judicial mantiene su independencia. Eso, el Estado de Derecho. Ayer no se produjo un traspiés. Ayer se inició el camino hacia el final, el término de la pesadilla, la meta de la gamberrada.

No fue el de ayer un día de sonrisas en la sede del PSOE. Si lo que se intuye se demuestra, si lo que se sospecha se abre a la luz, la ciudadanía asistirá asombrada a una quiebra inconcebible de la normalidad gubernativa. El GAL vuelto del revés. Las balas ilegales convertidas en flores entregadas. Todo encaja. Mientras volaba libremente «El Faisán», las mujeres del Cine oficial, le entregaban a la abogada de la ETA Jone Goricelaya rosas blancas. Otegui el hombre de paz, los faisanes avisados, la letrada de la ETA abrazada por Pilar Bardem. Coincidencias del sistema y de la fuerza del poder.

Pero no. Si el Estado de Derecho funciona, como ha dicho el desierto, esto va a terminar mal, muy mal. Y lo siento por ti, Alfredo.


La Razón - Opinión

Caamaño, contra la cadena perpetua y la seguridad de los españoles

Como bien le dijo el padre de la asesinada Marta del Castillo a Zapatero, "los españoles dormimos igual si hay un rey o una reina, pero no si nos falta un hijo".

Tras la reforma del Código Penal de 2003, que elevó de 30 a 40 años de cárcel la pena máxima que deben cumplir los terroristas y los autores de delitos especialmente graves, y que restringió severamente la concesión de beneficios penitenciarios, cabe cuestionarse si todavía resulta necesario el establecimiento en España de la cadena perpetua, tal y como reclaman asociaciones de victimas y cada vez más amplios sectores mediáticos, políticos y judiciales.


Lo que ha hecho, sin embargo, este miércoles el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, durante una conferencia pronunciada en Almería, ha sido denigrar a quienes legítimamente proponemos su implantación como si de un atentado a la democracia se tratara.

Ciertamente, afirmar, tal y como ha hecho Caamaño, que reivindicar la cadena perpetua es "ir contra la Constitución" y "olvidar lo mucho que tuvimos que sufrir para disfrutar un régimen de libertades", es una equivocada y pretenciosa lección de democracia que, en realidad, lo que revela es la asombrosa ignorancia que padece nuestro ministro de Justicia en Ciencia Política y Derecho Penal y Constitucional.

Si hay una herramienta en manos del Estado para preservar nuestras vidas y nuestras libertades es precisamente la ley y las penas que ella contempla para castigar a quienes las vulneren. ¿Desde cuándo la implantación de la cadena perpetua, que contemple los llamados juicios de revisión a partir de un plazo predeterminado de tiempo de cumplimiento de la pena, vulnera las libertades de los ciudadanos, exceptuando –claro está– las de los asesinos? ¿Acaso no está implantado este régimen de cadena perpetua en países como Francia, Alemania, Reino Unido, Austria, Bélgica, Finlandia, Suiza y otros países europeos, por no hablar de Estados Unidos? ¿Les va a dar también Caamaño a estos países lecciones de lo que es un régimen de libertades?

En cuanto a la Constitución, esta lo único que dice es que "las penas privativas de libertad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción y no podrán consistir en trabajos forzados". ¿Por qué ha de ser esto necesariamente incompatible con un régimen de cadena perpetua que contemple esos juicios de revisión?

Por otra parte, y aun concediendo que fuese necesaria una reforma constitucional, ¿es que reivindicar una modificación de nuestra Carta Magna supone atentar contra ella? ¿Acaso, y por poner un ejemplo, es "ir contra la Constitución" reclamar la modificación del articulo que preserva el orden tradicional de sucesión a la corona de España, tal y como han reclamado todos los partidos políticos? Pues como bien le dijo a Zapatero el padre de la asesinada Marta del Castillo, "los españoles dormimos igual si hay un rey o una reina, pero no si nos falta un hijo".

Y es que además de su cuestionable función "reeducadora", no hay que olvidar que la pena –que no por nada se llama así– tiene que cumplir una función punitiva y disuasoria.

Reconocemos, no obstante, que la elevación de las penas máximas de los treinta a los cuarenta años, siempre y cuando su cumplimiento sea efectivo, nos sitúa ante lo que podríamos llamar una "cadena perpetua de hecho". Sin embargo, creemos que podríamos, ciertamente, dormir más tranquilos y tener más preservadas nuestras libertades si supiéramos que jamás saldrá de la cárcel quien pueda seguir siendo una amenaza para nosotros o quien no se ha arrepentido del perpetuo daño causado.


Libertad Digital - Editorial

Garzón se enfrenta a sus excesos

FRENTE a los procesos penales en los que está inmerso, Baltasar Garzón va a necesitar argumentos de más peso que un editorial de «Los Angeles Times» o la desaforada campaña que han desatado sus ardientes seguidores contra jueces del Tribunal Supremo y vocales del Consejo General del Poder Judicial, acusados -especialmente los que podrían encuadrarse en la izquierda judicial- de urdir una conspiración contra el afamado juez de la Audiencia Nacional. A nadie debería extrañar que Garzón esté recogiendo los frutos envenenados de una carrera profesional caracterizada por excesos y extravagancias, echada a perder por su egolatría incontrolable. Son incuestionables sus aportaciones a la lucha contra el terrorismo o al impulso de la justicia universal contra los crímenes de genocidio.

Pero estos méritos no justifican los desafueros que ha perpetrado en la instrucción de numerosas causas, algunas de ellas desembocadas en nulidades por graves defectos de forma, y otras recluidas en dilaciones inexplicables. La defensa de Garzón no descansa en haber perseguido a Pinochet o haber incoado un sumario jurídicamente inefable por las desapariciones en la Guerra Civil y el franquismo. El fin tampoco justifica los medios, y esto deberían saberlo los defensores progresistas de Garzón, tan escrupulosos por regla general contra los abusos del poder y la vulneración de los derechos fundamentales. A Garzón no se le investiga en el Supremo por haber perseguido los crímenes franquistas, sino por haber cometido un presunto delito de prevaricación, escudado en una obscena manipulación de la tragedia histórica que fue la Guerra Civil. Tampoco hay revanchismo en la admisión de una querella que relata algo tan poco edificante como la solicitud de fondos a una entidad bancaria para sufragar los gastos de unos cursos por los que Garzón recibió una generosa gratificación, seguido todo ello del archivo de una querella contra esa misma entidad bancaria. A cualquier otro juez no se le habría consentido una mínima parte de todas las liberalidades que se ha permitido Garzón.

Las querellas admitidas contra él han sido previamente evaluadas por los magistrados de la Sala Segunda del TS con criterios técnico-jurídicos. De una de ellas se ha derivado un extenso y contundente auto de imputación. Motivos suficientes para suspender cautelarmente a Garzón, quien va a poder alegar ante el CGPJ antes de que éste resuelva sobre la suspensión. No es un trámite preceptivo, pero está bien que Garzón sea oído. En todo caso, todo apunta a que ya ha empezado a escribir su epílogo como juez.


ABC - Editorial