jueves, 21 de enero de 2010

Inanidad o Veuve Cliquot. Por Hermann Tertsch

ENTRE las muchas tristezas y humillaciones, privaciones y depravaciones que los seis años triunfales de nuestro Gran Timonel nos han granjeado está el hacer el auténtico payaso en el Parlamento Europeo. No podía ser de otra forma. Existen hoy en día pocas personas medianamente educadas y estructuradas política y culturalmente que puedan soportar un discurso de nuestro chico yeyé de León/Valladolid diciendo las sinsorgadas con las que nos suele torturar en el Congreso de los Diputados o en la Moncloa. Quien no sabe decir nada no puede esperar que nadie le escuche. Lo peor, lo más humillante eran los aplausos aburridos de su secretario de Estado para Europa, al que le costaba ayer realmente hacer unas palmas. Como si estuviera en una plaza de toros de tercera viendo al peor de los más torpes matarifes. Y eso que nuestro Zapatero estaba en un auditorio medianamente agradecido que está repleto de personajes que tienen poco más o menos su mismo perfil, es decir, ninguno. No es ninguna novedad el hecho de que el presidente español, presidente colateral de la Unión Europea durante sus seis meses de felicidad, no dijera absolutamente nada. Nada tiene que decir.

Y a nadie le importa si quiere decir algo en alguna ocasión. A nadie le importaba la retahíla del palabrerío inane de un dirigente español que no significa nada. Y la inmensa mayoría del Parlamento se nos fue al bar o en las tabernas circundantes. Gracias a Dios, en los últimos veinte años hemos visto como el mundo en torno a las instituciones europeas han generado toda una cultura de gastronomía y bebida. Yo estaba como un idiota viendo a nuestro presidente hablar de solidaridad, generosidad, entusiasmo y quién sabe si también de longevidad, mientras suponía a los representantes europeos tomándose un Chardonay o un Veuve Cliquot, bien fríos y rodeados de gente divertida. Está claro que aquí sólo hacemos el idiota los que cada vez viajamos menos. Aunque tengamos asegurada la ventaja de que nuestro presidente, que intenta quitarse el pelo de la dehesa a base de palabras conmovedoras en sede europea -solidaridazzzz, pazzzzz, unidazzzz y muchas mazzzz-, por lo menos viaja un poquito y, aunque no se entere de nada de lo que sucede en su entorno, por lo menos ve un poco de mundo. Y además está un poquito lejos. Lo que siempre aumenta nuestra seguridad y salubridad.

Les ha dicho nuestro Gran Timonel a los pocos europarlamentarios que han tenido la santa paciencia de aguantar todo su discurso sobre la nada que, visto todo con buena voluntad, vamos como Dios. Y nos va a ir de miedo si le hacemos caso en no sabemos nadie qué. Obviamente, los parlamentarios más inteligentes estaban de degustación vinícola. Las tabernas circundantes bullían. Los tristes que se quedaron aplaudían como se hacía en su día a Rafael de Paula cuando, ante un morlaco serio y con buen talante de torero gitano, se había decidido a dejar que el toro muriera de hastío. A pocos días de irse a rezar con el Cardenal Segura redivivo en ese país avieso que son los Estados Unidos -hay que ver la coña que tiene la obsesión por una foto con Obama que Sonsoles quizá no permita difundir- nuestro presidente ha sido tan bueno, tan bueno, en su discurso que al final nadie ha sabido si decía algo. Por eso le ha aplaudido Diego López Garrido, nuestro especialista en la Unión Europea. Aunque también él tan aburrido como todos los demás. Como el Gran Timonel vea las imágenes televisivas de los aplausos tibios de su secretario de Estado nos manda a López Garrido de vuelta a Izquierda Unida para disputarse el peluquín del FBI con Llamazares, que ya es casi un hombre al verse perseguido por las fuerzas del mal. En fin, señores, me da un poco de vergüenza haberles escrito una columna sobre algo que carece de la menor importancia. Pero siempre debe haber días para frivolidades.


ABC - Opinión

Llorar en Haití. Por Ignacio Camacho

CUANDO te asalten las dudas y te preguntes si vale la pena ayudar a Haití; cuando te cabrees porque los bancos aplican comisiones a tus donativos y temas que tu contribución se pierda entre el pillaje y el marasmo del desastre; cuando te desaliente ver a los políticos disputando el protagonismo o la hegemonía de la reconstrucción; cuando te golpee en el alma el silencio de Dios ante el dolor y la tragedia, escucha a los voluntarios que vuelven y atiende su relato de humanidad de inconformismo y de esperanza. Escúchalos y piensa un momento qué ocurrirá cuando decaiga el interés de las audiencias, cuando las televisiones y periódicos den a sus enviados especiales la orden de recoger los bártulos y regresar del horror.

Escucha a los médicos del Samur que rescataron a los seis días a una niña viva bajo los escombros; al misionero redentorista que acababa de inaugurar una escuela cuyo flamante techo se derrumbó sobre trescientos alumnos; a la cooperante que se quedó sin agua que repartir frente a una cola infinita de familias sedientas; al enfermero sin consuelo para el desamparo de un joven de piernas recién amputadas. Y si conoces a alguno pregúntale por lo que no te cuentan los telediarios: por el sonido de los gritos que brotaban de los cascotes, por el olor a muerte que impregnaba las calles, por la resignación hundida de unos seres acostumbrados a conformarse con la miseria.

Te darás cuenta de que todos quieren irse otra vez. A levantar otra escuela, a consolar a otro herido, a repartir más botellas, a curar a otro enfermo. Incluso a seguir, como el padre Ángel, buscando entre la escombrera a ese Dios que a veces no contesta cuando el hombre necesita una respuesta. Ellos saben que no sólo hacen falta soldados en Haití. Los militares son imprescindibles porque saben poner orden, organizar campamentos, levantar infraestructuras de urgencia, pero detrás de ellos tendrán que ir sanitarios, maestros, ingenieros que los Gobiernos no van a enviar o lo harán tarde, despacio y mal. Y tendrán que ir con tu aliento, con tu impulso, con tu dinero...y con su esperanza.

Mira, te contaré una cosa. El padre Ángel, el de los Mensajeros de la Paz, traía la tirilla aún desabrochada del viaje. Ha estado en Irak, en las hambrunas africanas, en los ciclones del Caribe, y cuenta que este siglo no ha visto nada igual que Haití. Se le han muerto niños entre los brazos y se ha quedado sin víveres que repartir entre multitudes ansiosas. Hasta allá lejos, en la ciudad devastada, le llegó algo que había dicho un obispo sobre los males espirituales del mundo y se acordó de Teresa de Calcuta: «Yo voy a darles de comer y beber, y ustedes que son tan listos les enseñarán a pensar». Él también volverá, entiéndelo. Porque no renuncia a dejar de llorar ni de sufrir mientras haya alguien que sufra o llore a su lado.


ABC - Opinión

Serio aviso para Obama

LOS caprichos del calendario han hecho coincidir el primer aniversario del mandato presidencial de Barack Obama con una derrota tan significativa como la sufrida por los demócratas en el Estado de Massachusetts, una circunscripción que dominaban desde hace medio siglo. La pérdida del escaño que dejó vacante el fallecido Ted Kennedy deja además a Obama sin la mayoría cualificada en el Senado. Sin duda, una pésima señal para las elecciones legislativas del próximo noviembre, a las que el presidente demócrata llega muy debilitado.

No es posible explicar cómo ha sido posible esta vertiginosa pérdida de simpatías por parte de Obama sin mencionar los grandes estandartes de su política: su opción por un mensaje apaciguador en política exterior y su empeño en llevar a cabo la reforma sanitaria. Muchos de los votantes independientes que le dieron su apoyo en noviembre de 2008 han empezado a abandonarle, asustados por un programa que para los estándares norteamericanos roza el radicalismo de izquierda. Ni la mano tendida a aquéllos que la tienen manchada de sangre ha servido para eliminar la amenaza que afrontan las sociedades libres, ni el proyecto de una Seguridad Social al estilo europeo es tan popular en Estados Unidos como imaginamos desde este lado del Atlántico. Muchos dirigentes como Obama -y Zapatero lo ha comprobado muchas veces- creen que sus buenas intenciones bastan para cambiar la realidad, cuando lo que sucede casi siempre es lo contrario.

Aunque haya perdido un escaño, Barack Obama mantiene la mayoría en el Senado, pero deberá pactar con los republicanos los cambios previstos en su programa. El sistema norteamericano está lleno de resortes para impedir que nadie monopolice el poder, aunque tenga mayorías claras en el Congreso. Para algunos, este reparto significa que el sistema está bloqueado; para otros, simplemente que existen mecanismos que lo protegen de aventuras que no cuenten con un apoyo indiscutible. Hasta ahora, Obama ha podido trabajar sólo con apoyos accesorios por parte de los republicanos. Si no quiere ser derrotado en noviembre, deberá empezar a pactar de verdad.


ABC - Editorial

Todos somos hermanos. Por Cristina Losada

Cómo es y cómo debería ser una política de inmigración, pasa a segundo plano. La prioridad socialista es fabricar un universo maniqueo, único entorno en el que respira a sus anchas y puede superar el vértigo de sus contradicciones.

Aseguran, desde hace días, que hay un debate sobre la inmigración espoleado por la propuesta (ilegal) del Ayuntamiento de Vic de no empadronar a los ilegales. ¡Ojalá lo hubiera! Asistimos, en realidad, a un espectáculo harto frecuente, diría que permanente, en nuestro teatro político. La troupe socialista ha decidido encarnar al buen samaritano que se guía, día y noche, por la biblia de los derechos humanos. Como sentenció Zapatero, gran maestro de obviedades, los inmigrantes son seres humanos, luego tienen derechos humanos. Menos mal que no salió una Aído a matizar que son, con seguridad, seres vivos. Y lástima que el PSC de Vic desconociera su papel en la comedia y respaldara sin fisuras la idea de retirar el derecho humano a empadronarse, hasta que recibió órdenes de arriba.


El personaje humanitario que el PSOE representa ante sus huestes y los inmigrantes que votan nace para la escena con el designio de crear su opuesto: la derecha "más dura" de Europa, en palabras del portavoz Alonso. Traducidas al román paladino, la derecha "racista y xenófoba". Cómo es y cómo debería ser una política de inmigración, pasa así a segundo plano. La prioridad socialista es fabricar un universo maniqueo, único entorno en el que respira a sus anchas y puede superar el vértigo de sus contradicciones. El Gobierno mutó del "papeles para todos" a los cupos para la detención de ilegales. Y Zapatero se jactaba, días atrás de que había expulsado a "la inmensa mayoría" de los sin papeles. Pero, ¿hay que echarlos o hay que acogerlos? Mientras se aclaran, póngase ZP de acuerdo con su ministro del Interior. Quiere "darles una educación" a los hijos de inmigrantes que, según su jefe, ya han sido repatriados.

Por la cuenta que les trae, que es la de resultados, no despejarán los socialistas las incógnitas. La ambigüedad es condición necesaria para hacer verosímil la retórica sentimental de "todos somos hermanos" que gastan con tenaz hipocresía. Si un ilegal usa la escuela, la sanidad y otros servicios, denle los papeles y basta. Pero no lo hacen. Aunque falta, para completar el esperpento, la figura de la otra parte contratante. Pues no se le ocurre al PP eslogan más ofensivo y falaz que el de "aquí no cabemos todos", que no se inventó Sánchez Camacho, sino Rajoy en la campaña de las generales. ¿O lo dijo pensando en otra cosa?


Libertad Digital - Opinión

Una presidencia gris

LA intervención ayer del presidente del Gobierno ante el Parlamento Europeo -con un tercio de «público»- para presentar los objetivos de la presidencia española fue mediocre y rutinaria. Sus propuestas principales oscilaron entre la vaguedad y la facilidad. Entre éstas incluyó una orden europea de protección a mujeres maltratadas, asunto en el que Zapatero se siente cómodo y con el que sabe de antemano que no recibirá críticas ni oposición. Fue el único pasaje de su intervención en el que recibió aplausos. En lo demás, se trató de un discurso superficial con escaso contenido institucional y sin compromisos efectivos. Para ser la primera presidencia de turno tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, los objetivos expuestos por Zapatero tienen muy bajo nivel. La presidencia permanente que ostenta Van Rompuy ha ensombrecido la española de este semestre, pero entre intentar competir con el belga y estrenarse en el Parlamento Europeo con un exposición de ideas vagas media una diferencia que Zapatero debió haber valorado con más acierto.

Como ocasión para ganar brillo exterior y recuperar imagen interior, la de ayer se perdió, sobre todo porque Rodríguez Zapatero sigue manejando unos recursos retóricos y políticos desgastados e insuficientes para las responsabilidades que tiene encomendadas. Pedirle a estas alturas a Europa que «apuesta por sí misma» y defender que en el comercio hay que «levantar barreras, no ponerlas» es ocupar el tiempo de un discurso con ideas mil veces oídas, y que son banales si no van acompañadas de calendarios, proyectos y compromisos. No mejoró con las referencias al «coche eléctrico», lo único en que se mostró concreto, o a la culminación del Plan Bolonia para conseguir «una universidad más europea», sin concretar en qué consiste este objetivo -¿no lo son ya Oxford y Cambridge, Salamanca y Sorbona?- y desconociendo la actitud crítica que hay en muchos países europeos hacia este programa de enseñanzas superiores. Estos son sólo rasgos de un mal de mayor envergadura: la falta de entidad política del Gobierno español ante los grandes países europeos para aspirar al liderazgo de la Unión Europea durante seis meses muy complicados por culpa de la crisis económica. Bien pudo aprovechar este escenario de dificultades para concretar sus referencias al mercado energético europeo y al pacto social, pero Zapatero sólo amagó en ambas cuestiones, eludiendo desarrollos -y así le fue reprochado en la Eurocámara- que revelaran contradicciones con su posición antinuclear y con el fracaso del diálogo social en España.

ABC - Opinión

Obama: más luces que sombras en el primer año

Sólo el 57% de los estadounidenses aprueba la gestión del presidente, penalizado por su gestión económica, su excesivo liberalismo y su retórica.

MIRANDO hacia atrás, parece incluso lejana aquella radiante mañana de enero en la que dos millones de personas soportaban un frío polar para asisitir a la jura del cargo de Barack Obama. Se cumple ahora un año de mandato del presidente que, tal vez, había suscitado mayores expectativas a lo largo de la historia de EEUU.

Obama ha afrontado la crisis económica, ha acabado con la tortura y se ha comprometido a cerrar Guantánamo, va a enviar 30.000 soldados más a Afganistán, ha mostrado determinación en la lucha contra el terrorismo y ha mejorado notablemente la imagen de EEUU en el mundo. Cualquier otro presidente habría obtenido con estos logros niveles de refrendo masivos entre los ciudadanos, pero se da la circunstancia de que solamente el 57% de los estadounidenses aprueba la gestión de Obama, alrededor de 20 puntos menos que en las primeras semanas de su presidencia. George Bush hijo contaba con un 68% de apoyo al cumplir sus doce primeros meses.


Parece evidente que se habían forjado demasiadas expectativas sobre el nuevo presidente, pero también es cierto que ha cometido errores, entre ellos, el de intentar complacer a todo el mundo y abusar de una retórica que a veces no ha ido acompañada de realidades.

Obama ha tenido la mala suerte de que su primer año ha venido a coincidir con la derrota de la demócrata Martha Coakley en Massachusetts, donde competía por un escaño en el Senado con el mediocre Scott Brown, que ha ganado con una campaña basada en explotar el antiobamismo republicano.

La derrota tiene dos componentes muy negativos. El primero es de naturaleza simbólica, ya que es la primera vez que los demócratas pierden en el Senado en Massachussets desde 1952. Parece un muy mal augurio para las elecciones legislativas de noviembre. El segundo aspecto comporta consecuencias prácticas: los demócratas pasan de 60 a 59 senadores, con lo que dejan de tener la mayoría cualificada para sacar adelante iniciativas del Gobierno como la reforma sanitaria, pendiente de ser revalidada por la Cámara Alta.

Obama se juega mucho con su promesa estrella, que cuenta con una oposición de la mayoría de la sociedad americana, lo que ha obligado al presidente a moderar un proyecto inicialmente mucho más ambicioso.

Las críticas de los republicanos y los sectores más conservadores se centran en su gestión de la economía. Le acusan de no haber cumplido su promesa de recortar el déficit presupuestario y de haber gravado los bonus de los altos ejecutivos, desincentivando la innovación y el espíritu emprendedor. También le reprochan su liberalismo excesivo en materia de derechos civiles y ser demasiado blando con Rusia y con China.

Algunas de estas críticas son puramente ideológicas y reflejan el resentimiento que todavía existe en las filas republicanas por la aplastante victoria de Obama, porque lo cierto es que ha logrado parar el desplome de la economía y ha devuelto una cierta confianza a los mercados.

Obama se ha comprometido a retirarse de Irak antes de 2012 y ha reforzado la tropas en Afganistán, en una clara apuesta por derrotar al terrorismo islámico. Nadie podrá reprocharle que está actuando con debilidad, aunque un sector de la sociedad le considera demasiado intelectual. Habrá que esperar todavía un año más para valorar su trabajo con mayor perspectiva, pero nos parece que en estos 12 meses se ha merecido el aprobado.


El Mundo - Editorial

Histórica derrota demócrata en el primer año de Obama

Precisamente contra ese proyecto de estatalizar la sanidad, que tanto impulso recibió del fallecido Edward Kennedy, se ha centrado el creciente malestar de los norteamericanos debido al excesivo e ineficaz gasto público propuesto por el Gobierno de Obama.

Los perores augurios para el partido demócrata y para Barack Obama se han confirmado al cumplirse el primer año de su investidura como presidente de los Estados Unidos: la candidata al Senado por Massachusetts, Martha Coakley, que hace apenas tres semanas superaba a su contrincante republicano Scott Brown por 30 puntos en las encuestas, ha sido finalmente derrotada por este con cinco puntos porcentuales de diferencia.


Al margen de su coincidencia con el primer aniversario de la investidura de Obama, la derrota demócrata es histórica por diversas razones. En primer lugar, la victoria republicana se produce en Massachussetts, un estado tradicionalmente demócrata. De hecho, el escaño que ahora va a ocupar Brown es el que habían ocupado John y Edward Kennedy sucesivamente desde 1954 hasta 2009. Por otra parte, Brown ha ganado con un discurso netamente liberal –en el sentido europeo del término–, defendiendo las posiciones tradicionales del Partido Republicano en ámbitos como la economía, la seguridad nacional y, sobre todo, la reforma sanitaria, uno de los ejes de su campaña.

Precisamente contra ese proyecto de estatalizar la sanidad, que tanto impulso recibió del fallecido Edward Kennedy, se ha centrado el creciente malestar de los norteamericanos debido al excesivo e ineficaz gasto público propuesto por el Gobierno de Obama. De hecho, estos resultados electorales suponen la pérdida de esa supermayoría de 60 senadores que los demócratas necesitarían para sacar adelante esa reforma sanitaria, que ya ha sufrido diversas modificaciones para encontrar apoyo entre las propias filas demócratas y que ahora tendría que volver a modificarse o quedar definitivamente aparcada si no encuentra apoyos entre algunos legisladores republicanos.

En cualquier caso parece innegable que el apoyo público que Obama ha dado a la candidata demócrata ha perjudicado a esta más de lo que la ha beneficiado. Y es que, tal y como reflejan las encuestas de Gallup, en tan sólo un año el presidente estadounidense ha pasado de tener un indice de aprobación inicial cercano al 80 por ciento, uno de los más altos de la historia reciente, a tener uno del 57 por ciento, en una de las caídas más acusadas de las que se tienen constancia.

Así las cosas, esta derrota electoral y esta espectacular caída de popularidad van a hacer mucho más difícil que Obama siga adelante con una agenda de la que pueden empezar a distanciarse hasta muchos congresistas demócratas. La posibilidad incluso de que los demócratas pierdan su mayoría en el congreso en las elecciones del próximo noviembre se abre cada día más paso. Poco, pues, tiene que celebrar Obama tras su primer año de Gobierno.


Libertad Digital - Opinión

Obama, año II. Por José María de Areilza Carvajal

La caída a lo largo de este año de la inmensa popularidad inicial del presidente está ligada por supuesto a la situación económica de EEUU, todavía difícil aunque claramente en vías de recuperación. Sin embargo, dicha pérdida de confianza ciudadana también está relacionada con la manera de hacer política del presidente y no tanto con el contenido de sus decisiones.

Barack Obama empieza en estos días su segundo año en la Casa Blanca. Deja atrás doce meses muy difíciles, en los que ha tenido que enfrentarse a una crisis económica de magnitud pavorosa y a unas expectativas desmedidas sobre su capacidad de liderazgo, que en algunos casos rozaban la idolatría. Hoy la posguerra de Irak ya no es uno de los problemas principales de EEUU, algo que casi nadie predecía en la inauguración de su mandato. A cambio, en Afganistán todos los occidentales estamos cerca de poder describir el conflicto usando la palabra fiasco con la que los británicos se refieren a su fallida intervención colonial en este territorio. ¿Es justo hacer balance a estas alturas de la presidencia Obama, cuando al menos quedan otros tres años? ¿Tiene sentido plantear ahora el importante debate de si será un presidente de una única legislatura? Como sabe cualquier aficionado a la aguda serie de televisión «El Ala Oeste», el primer mandato de un presidente en EEUU dura, en términos políticos, sólo dieciocho meses desde la inauguración. Esta es la ventana para lograr actuar como agente del cambio e invertir de modo inteligente el capital político acumulado, porque al año y medio llegan las elecciones legislativas y poco tiempo después comienza la campaña de reelección presidencial.


En el caso de Obama, el balance debe tener como punto de partida el contraste impresionante entre la esperanza despertada y las dificultades para gobernar un país en crisis. Nadie debería restar valor simbólico a la figura del primer presidente de color, que ha reinventado el sueño americano y ha sido capaz de inyectar optimismo e ilusión en el proceso político y de lograr la participación en las elecciones de muchos marginados de la cosa pública. Pero gobernar en serio y con la economía en cuidados intensivos desgasta, y más desde cotas de popularidad tan exageradas como las que obtenía hace un año.

En el haber de Barack Obama debería estar a estas alturas la reforma de la sanidad. Sin embargo, la reciente victoria del republicano Scott Brown en Massachusetts, sustituto del fallecido Ted Kennedy, ha complicado la aprobación del texto final. El loable objetivo de Obama es extender la posibilidad de cobertura sanitaria a casi treinta millones de norteamericanos, que sufren en el país más próspero del mundo y entre los que más gasta en sanidad. La Casa Blanca estimaba que en las elecciones legislativas de noviembre de 2010 habría probablemente un avance republicano, con fama de mejores gestores económicos, y que debía aprovechar cuanto antes la mayoría demócrata en las cámaras para sacar adelante el nuevo modelo de sanidad. Pero no ha pilotado a fondo este proceso legislativo. La llegada a Washington del senador Brown ha roto finalmente todos los cálculos de estrategia política de los obamitas, que sólo aspiran ahora a lograr una versión más modesta de esta reforma.

La política exterior y de seguridad de Obama no es muy distinta en sus contenidos del enfoque realista de George W. Bush en sus dos últimos años de mandato, cuando trató de corregir el rumbo. La reciente disertación de Obama en Oslo sobre la guerra y la paz es una buena muestra de esta continuidad, un discurso sin eslóganes ni simplificaciones, en el que aceptaba con sofisticación intelectual la gran complejidad de esta cuestión y defendía la guerra justa a partir de la necesidad y la moralidad. En su alocución afirmaba con clarividencia hobbesiana que los conflictos seguirían acaeciendo durante toda nuestra existencia.

No obstante, hay una diferencia fundamental entre ambos presidentes en su labor internacional: el mayor respeto de la Administración Obama a los principios del Estado de Derecho y a la protección de los Derechos Fundamentales recogidos en la Constitución americana. Desde este predicar con el ejemplo, Barack Obama ha sido capaz de desplegar en tiempo récord una fantástica campaña de relaciones públicas que ha hecho desaparecer parte del antiamericanismo en los cinco continentes. A pesar de su inexperiencia en política exterior, cuida mucho las formas, se esfuerza por escuchar y explicarse y ha aprendido mucho. Un ejemplo de esta habilidad política ha sido su participación en la fallida cumbre de Copenhague sobre cambio climático, donde al ver el panorama fue al grano, logró los acuerdos mínimos posibles y pasó página. En este terreno y en la gestión compartida de los asuntos económicos y financieros cada vez es más patente que faltan instituciones globales con mandatos claros y medios para afrontar estos retos. Finalmente, en la relación con los países europeos y la Unión, Barack Obama carece de una experiencia vital que le incline hacia nuestro continente y le haga más paciente con la dificultad de los europeos de llegar a acuerdos. Ha optado por el pragmatismo y por pedir sobre todo cooperación en la guerra contra el terrorismo.

La caída a lo largo de este año de la inmensa popularidad inicial del presidente está ligada por supuesto a la situación económica de EEUU, todavía difícil aunque claramente en vías de recuperación. Sin embargo, dicha pérdida de confianza ciudadana también está relacionada con la manera de hacer política del presidente y no tanto con el contenido de sus decisiones. Hace tiempo que Obama se ha movido al centro desde la izquierda demócrata, al ser muy consciente de que la población de EEUU se sitúa de forma mayoritaria en el centro-derecha y de que el partido demócrata debe moderarse para gobernar «it's not easy bein' blue», en frase de John Meacham. El modo de actuar de Obama es el propio de un político puro, volcado en el control del proceso, sin encasillamientos ideológicos, un actor consumado que representa su papel con naturalidad, mientras tiene muy presente las reglas del juego y los contextos y audiencias de cada momento. Pero su liderazgo se basa a estas alturas en un exceso de carisma individual, a pesar de que se ha rodeado de profesionales muy destacados y ha fomentado la meritocracia en el poder ejecutivo. Es decir, sigue siendo un líder algo enigmático y demasiado solitario, como corresponde a su condición de jugador o «risk taker», bien probada a lo largo de su interesante trayectoria vital. De este modo, tras graduarse en Harvard Law School, eligió integrarse en la comunidad afro americana de Chicago y dedicarse a la política desde lo más abajo, sin otros apoyos que los que iba consiguiendo con su capacidad de tejer redes de modo instrumental y sistemático y de seducir voluntades con cálida autenticidad.

Es cierto que Barack Obama entiende como pocos la conexión inseparable en nuestros días entre la política y el espectáculo. Por eso pone el acento en el estilo, hace de «orador en jefe» y domina con virtuosismo la táctica del contador de historias o «storytelling», la narración de ejemplos que inspiran y crean autoestima entre los ciudadanos y sustituyen a las propuestas racionales demasiado frías y detalladas. Esta extraordinaria capacidad puede ser la que hasta ahora le haya impedido «rutinizar su carisma», en expresión de Max Weber, es decir, la evolución desde un ejercicio carismático del poder a un ejercicio despersonalizado, basado en la objetivación de una serie de cualidades del líder. Por eso, durante su segundo año en la Casa Blanca el presidente Obama debe plasmar más su convicción personal en valores de gobierno, normas generales y en conductas institucionales si quiere tener opción a ser reelegido en 2012.


RABC - Opinión