lunes, 18 de enero de 2010

Llamazares y Bin Laden. Por José María Carrascal

UTILIZAR la foto de Llamazares para dar la imagen de un Bin Laden envejecido es una indignidad, una vileza y, si nos ponemos legalistas, un delito. Pero es, sobre todo, una sandez, una de esas chapuzas que se pagan muy caras en el mundo global y mediático de nuestros días. Ahora me explico que pudiera embarcar para Detroit un terrorista denunciado por su propio padre y que unos arribistas se colaran en una recepción oficial de la Casa Blanca. Si los servicios de inteligencia norteamericanos funcionan así, Al Qaida lo tiene más fácil que robar en unos grandes almacenes. De nada sirve el sofisticado y costosísimo material electrónico puesto a su disposición, si luego lo maneja un idiota incapaz de evaluar debidamente los datos que le suministra. Si el «experto» que quiso envejecer a Bin Laden hubiese hecho lo lógico, es decir, tomar una foto actual del personaje, acentuar sus arrugas, pronunciar su osamenta, dejar caer su papada y las bolsas bajo los ojos -como se ha hecho con un Kennedy, un Elvis Presley o una Marilyn de 70 años-, hubiese obtenido un retrato mucho más fiel que tomando de Google la foto de alguien que creyó se le parecía, aparte de ahorrarse la humillación de tener que excusarse por ello. Yo mismo he tenido ocasión de comprobar esta incompetencia, cuando al renovar mi visado norteamericano, el funcionario se fijó en mi segundo apellido, Rodríguez, y se puso nerviosísimo, porque había otro Rodríguez en su lista de sospechosos. De nada valió mi advertencia de que hay millones de Rodríguez, de que nombre y primer apellido diferían, de que he vivido 24 años en Estados Unidos y he viajado allí centenares de veces sin el menor problema. Se empeñó en mandar mis huellas dactilares a Washington, desde donde le dieron el OK a vuelta de e-mail. Posiblemente en el tiempo que perdió conmigo se le colaron media docena de presuntos terroristas.

Algo está fallando en el país más poderoso de la Tierra para que ocurran estas cosas. Lo que resulta inquietante, pues los fallos norteamericanos los sufrimos todos, como todos nos beneficiamos de sus éxitos. Es posible que se haya reblandecido allí la regla de responsabilidad y exigencia, que antes se aplicaba a rajatabla. El que cometía un error de este calibre era despedido en el acto. La jefa de protocolo de la Casa Blanca, responsable de que los asistentes a las recepciones correspondan a los invitados, sigue, sin embargo, en su puesto. Como posiblemente seguirá el funcionario que nos dio Llamazares por Bin Laden. Así no se gana la guerra al terrorismo, ni ninguna.

Para Llamazares ha tenido que ser un shock. Pero al menos tiene el consuelo de que su antinorteamericanismo tiene buenas bases. Lo que nunca pudo sospechar era que fueran tan ineptos.


ABC - Opinión

Zapatero, aburrido y a la defensiva en una plúmbea entrevista. Por Antonio Casado

Como ni entrevistador ni entrevistado son la alegría de la casa, la larga conversación Moreno-Zapatero de ayer en El País resulta aburrida. Plomiza, por demás. Una lectura justificada sólo en horario laboral y como parte de la tarea de la jornada. O sea, por obligación. A falta de otra cosa. Pero, en fin, se trata de tomarle el pulso al piloto y al plan de vuelo cuando acaba de arrancar el semestre español de la Unión Europea. Y esta era la oportunidad más a mano de juzgar al presidente del Gobierno. No solo por lo que hace. También por lo que dice.

Aunque decir dice poco. Tal vez porque está a la defensiva y se pasa el rato echando balones fuera. Tantos palos ha recibido y sigue recibiendo, que ya no se permite ir de sobrado. Ni de optimista. Es el entrevistador el que juega con blancas, el que lleva la iniciativa. Y las respuestas de Rodríguez Zapatero parecen las de otro periodista, no las de un líder. O las de un notario, que constata la realidad sin pretender modificarla. Hay un repliegue en su capacidad de apuesta política. Como si se hubiera rendido al fatalismo de ver sus iniciativas condenadas a perderse en los efectos de la crisis económica y su diaria instrumentación política por parte del adversario.


Nada le sugiere a Zapatero esa instrumentación. Ni media palabra sobre el obsceno aprovechamiento de los malos datos económicos, que va más allá del legítimo derecho de la oposición al desgaste del Gobierno. Solo se le ha ocurrido caracterizar a Mariano Rajoy de abanderado del despido libre, aprovechando a su vez una propuesta del líder del PP: despido más fácil a cambio de más puestos de trabajo fijos. Y, eso sí, volver a relacionar la recuperación política del Gobierno con la recuperación económica del país. Pero para eso no hacía falta dedicar cinco páginas del periódico de mayor difusión nacional.

Así que novedades, pocas. Ni siquiera en la pedrea de los asuntos más fungibles de la actualidad, pues en realidad no responde abiertamente a ninguno de ellos. Sobre su eventual candidatura a las elecciones de 2012, lo consultará con las encuestas, el partido y la familia. Ambiguo sobre la ofensiva judicial contra Baltasar Garzón por investigar los crímenes del Franquismo: “Todo el mundo sabe lo que pienso”. Sobre el crucifijo en las escuelas: “No adelantemos acontecimientos”. Y si queremos conocer su opinión sobre la dura posición del fiscal contra los periodistas de la SER por revelar datos ciertos, objetivos, fiables, de interés general, etc, entonces Zapatero nos dice que él no juzga a los fiscales. ¿Y José Montilla, está en la estratosfera? “No lo sé”, responde, antes de aventurarse a anticipar que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut no será “política” sino “conceptual”. Ante el caso “Faisán”, se remite a los jueces. De lo de Vic (no hay papeles del Ayuntamiento si no hay papeles del Gobierno), que “es un camino hacia ninguna parte”.

Y así sucesivamente, amén de una plúmbea explicación sobre la presidencia española de la Unión Europea y la enésima descripción de la génesis y evolución de la crisis económica. Nada más. La entrevista no nos saca de ninguna duda. Lo cual nos remite al desalentador mal de muchos. Un pobre argumento utilizado por Zapatero para consolarse de su caída en las encuestas: en el titular confían poco o nada el 70% de los españoles, pero es que en el aspirante confían poco o nada el 78 %.


El confidencial

Charla de café. Por Ignacio Camacho

SE ha quedado en Madrid para ver la exposición de los impresionistas en Mapfre, pero la larga y lenta cola en que nos hemos encontrado se vuelve disuasoria en la mañana húmeda de Recoletos. «Anda, invítame a un café en el Gijón para hacer tiempo, a mediodía habrá menos gente. ¿Te has fijado en el fulgor de la burguesía por el impresionismo? Arte comprensible en la época abstracta... pero no me digas que quieres hablar de política».

Sí quiero, y a él no le cuesta mucho. «¿Estás buscando un socialista que te diga que Zapatero se debería ir? Pues ya lo has encontrado, y te puedo presentar a muchos más. En Andalucía desde luego, y en Madrid también, aunque aquí están más callados porque dependen del Gobierno. Pregunta a la gente de Barreda, a los alcaldes, a cualquiera que tenga que presentarse pronto a unas elecciones. ¿Griñán? Bueno, él mide mucho lo que dice, pero una cosa te puedo asegurar: a día de hoy está convencido de que si todo sigue así tendrá que convocar las autonómicas antes de las generales. Y más desde la encuesta que da ventaja a Arenas. Sabe que Zapatero es ahora un lastre en las urnas».


«Mira, yo creo de veras que el presidente tenía tomada al principio de la legislatura la decisión de no renovar, porque se sentía fuerte. Luego la crisis ha cambiado las cosas, y ahora no sé qué pensará; es muy duro comprobar que la gente te rechaza, e imagino que va a tratar de levantar su mala imagen. Lo que pasa es que éste era un debate con otro timing que ha reventado la encuesta de El País con muy mala leche, como dice Griñán. Es demasiado pronto, si se abre la cuestión se acaba la legislatura. Y luego hay un problema grande: ZP no puede hacer lo que Aznar, un dedazo; tendría que convocar un congreso o unas primarias, y eso es un suicidio yendo por detrás en los sondeos. Equivaldría a abrir el partido en canal. Un haraquiri en plena crisis».

«De modo que el Gobierno ha salido en tromba a tapar la vía de agua, pero el agua se filtra por todas partes. El presidente ha perdido crédito, no tienes más que leer los blogs de izquierdas. En este partido hay una generación, la mía, la felipista como le decís, que nunca entendió bien el zapaterismo, el rollo adanista, el Estatut y todo eso. Ahora no es una generación decisiva en la organización, pero conserva peso específico en las instituciones y en la opinión pública. Es gente que aceptó a Zapatero porque ganaba, pero en cuanto ha empezado a oler a perdedor hay muchos que se lo quieren sacar de encima. Él cree que este año va a recuperar terreno, pero probablemente este proceso de desgaste ya no tenga vuelta atrás. Ahora bien, aun en ese caso puede decidir presentarse de nuevo para no quemar con una derrota al sucesor... o sucesora. ¿La derecha? Ufff, no sé, este jaleo le viene bien pero yo creo que al PP lo que le conviene de veras es que repita... Oye, ¿volvemos? Ya habrá menos cola...».


ABC - Opinión

Faisán: ahí están los nombres y los apellidos

Zapatero niega la participación de mandos policiales en el chivatazo, pero el chivatazo a ETA siguió la vía jerárquica de la cúpula policial.

TODAVÍA AYER Zapatero negaba en una entrevista la participación de «mandos policiales o directores generales» en el chivatazo del bar Faisán de Irún, en mayo de 2006. La información que hoy publica EL MUNDO contradice la afirmación del presidente del Gobierno, ya que establece que, según los investigadores, el chivatazo a ETA siguió la vía jerárquica de la cúpula policial.


La parte secreta del sumario que instruye el juez Garzón incluye un organigrama que muestra la implicación del ex director general de la Policía, Víctor García Hidalgo, que fue alertado por el jefe superior de Policía del País Vasco, Enrique Pamiés, de que se preparaba una operación para desarticular la red de extorsión de la banda. Este alto funcionario había sido avisado a su vez por una inspectora jefa de San Sebastián y por otro comisario que operaba en la lucha contra ETA en Francia.

Si la información circuló de abajo hacia arriba, como es habitual en una institución jerarquizada como es el Ministerio de Interior, las órdenes vinieron de arriba a abajo. García Hidalgo habló telefónicamente con el jefe superior del País Vasco y éste envió a un inspector de Vitoria para que contactara con Joseba Elosua, dueño del Faisán y colaborador de ETA. Fue este inspector de Vitoria, especializado en islamismo, el que le pasó a Elosua el teléfono móvil con la llamada en la que le avisaron de que la Policía había preparado una operación en la frontera para detener a los intermediarios que cobraban el impuesto revolucionario.

El registro de conversaciones telefónicas, siempre según los investigadores, muestra que el inspector de Vitoria llamó en esos momentos al jefe superior de Policía del País Vasco, que fue quien presumiblemente dio el chivatazo, siguiendo las instrucciones expresas de García Hidalgo.

El relato de los hechos es un tanto prolijo, pero merece la pena insistir en él porque demuestra que la investigación policial sí ha podido determinar con exactitud a los responsables del chivatazo y, por tanto, existen sólidos indicios para sentarles en el banquillo. No es, pues, cierta la teoría filtrada desde medios gubernamentales de que no existen datos en el sumario para proceder contra nadie y de que lo que sucedió en Irún sigue siendo un misterio inescrutable.

Lo que publicamos hoy hace altamente sospechosa la actuación de la fiscalía de la Audiencia Nacional, que pidió hace unos meses el archivo de la causa alegando que no se había podido atribuir a nadie la autoría del chivatazo. Hay que recordar que, por aquella época, en plena tregua de ETA, el Fiscal General del Estado defendió la teoría de que las togas debían mancharse «con el polvo del camino», sugiriendo que la Justicia tenía que contribuir a que la negociación del Gobierno con la banda terrorista finalizara con éxito.

Lo que hoy revela EL MUNDO pone el foco de atención sobre el ex director general de la Policía, un militante de confianza del PSOE, que, si lo que dice el sumario es cierto, habría cometido un gravísimo delito. ¿Consultó con sus superiores del Ministerio del Interior? Mariano Rajoy declaraba en este periódico que «no es creíble, por no decir imposible, que un alto mando policial ordenase el chivatazo a ETA sin permiso del Gobierno».

Efectivamente, todo apunta a que el Gobierno fue el responsable último de esta fechoría, lo que explica por qué tiene tanto interés en echar tierra sobre el asunto y por qué el fiscal ha querido archivar el caso que instruye Garzón. Lo que publica hoy nuestro periódico demuestra que hay suficientes elementos para exigir responsabilidades penales concretas. Ahí están los nombres y los apellidos.


El Mundo - Editorial

El País de Zapatero. Por Agapito Maestre

Ahí reside el gran triunfo de Zapatero. Allí donde fracasaron los socialistas de antaño, él solito está imponiendo su ley: España como Nación ya ha muerto, y él se está encargando de que la plebe no se entere.

Las respuestas de Zapatero a las preguntas de El País, aparte interpretaciones interesadas, muestran a un Zapatero más firme que nunca en sus dislates. Pero, por desgracia para España, de todos esas brutalidades, exageraciones y arbitrariedades, que él osa llamar argumentos, saca rédito electoral. De esta entrevista-río, a pesar de que nos disguste, sale muy favorecido el personaje. Aparece, desde su nuevo puesto de presidente de la UE, como más "legitimado" que nunca para decir barbaridades sobre la Unión Europea, la crisis económica y, sobre todo, para contestar con la frialdad de un verdugo profesional sobre la próxima sentencia del Tribunal Constitucional acerca del contra constitucional Estatuto de Cataluña.


Sobre sus destrabadas, contradictorias y desmentidas noticias acerca de que es menester sancionar a los países de la UE que no cumplan con la agenda económica 2020, que han sido el hazmerreír del mundo entero, declara que han generado un grandioso debate en Europa del que nadie jamás se olvidará. De las preguntas sobre la crisis económica, casi siempre planteadas al margen de España, sale con garbo y desfachatez; sí, él, el presidente del Gobierno, nada tiene que ver con esta crisis que, en cuanto empiece a remontar, le hará recuperar los puntos que ha perdido en los dos últimos años respecto al PP.

Por otro lado, Zapatero no deja lugar a dudas sobre la viabilidad de sus alternativas frente a las del PP, que no pasa de ser, según su parecer un partido sin ideas, o peor, un partido de la extrema derecha, obsesionado por perseguir a los trabajadores y apoyar a los empresarios explotadores al exigir un cambio de la reforma laboral. Zapatero sabe a la perfección que se la juega en el asunto de la crisis económica, de ahí que reitere sus críticas al PP y, sobre todo, le recuerde, una y otra vez, que en lo fundamental la oposición ha apoyado sus medidas para salir de la crisis.

Pero, al margen de sus dislates sobre la aplicación del Tratado de Lisboa y los tiempos que "inventa" para salir de la crisis económica, resulta imposible pasar por alto su desvergüenza a la hora de interpretar la sentencia que saldrá del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Ahí Zapatero revela una frialdad y dureza respecto a la cuestión central de nuestra vida en común, la nación española, que da miedo. Para él la sentencia del Tribunal Constitucional, que seguro que ya conoce enteramente, no acarreará ningún problema. Dejará las cosas tal y como están. Punto. Además, los pocos comentarios, críticas y desazones no durarán "más allá de unas semanas."

En eso, sin duda alguna, tiene razón. Eso es lo trágico. Todos tragarán, viene a decir Zapatero, con la desaparición de la nación española que yo he propuesto, dirigido y ejecutado. Ahí reside el gran triunfo de Zapatero. Allí donde fracasaron los socialistas de antaño, él solito está imponiendo su ley: España como Nación ya ha muerto, y él se está encargando de que la plebe no se entere. O peor, cuando se entere, será demasiado tarde. Zapatero trata a marchas forzadas de esconder el cuerpo del delito para que nadie lo acuse... Él sólo ha llevado hasta sus últimas consecuencias el ejemplo más "insigne de corrupción democrática", por decirlo con el reciente libro de Gustavo Bueno (El fundamentalismo democrático), de la España democrática, o sea, "de generación de efectos indeseables para la Nación española, de fraude de ley, si se quiere (como algunos dicen), que la democracia, si no ha propiciado como tal, por lo menos ha facilitado y en todo caso no ha podido conjurar".


Libertad Digital - Opinión

Zapatero en el proscenio. Por Alvaro Delgado-Gal

Zapatero se ha iniciado en el cargo de presidente de la UE bajo dos advocaciones superpuestas y difícilmente conciliables: la de Mr. Bean y la de Alejandro Magno. Nuestro mandatario se ve como lo segundo, en tanto que no pocos de sus colegas europeos lo perciben más bien como lo primero. La cosa, por supuesto, viene de lejos. La terrible parodia que, usando a Mr. Bean de contrapunto, ha hecho la Rai del secretario general del PSOE, muy divulgada por la red durante estos días, data de 2006, cuando Zapatero viajaba aún con el viento a favor. En su momento, pudo parecer una broma divertida y un punto malasombra, no más digna de ser tenida en cuenta que otras de las muchas que se ensayan en los espacios cómicos de televisión a expensas de políticos y famosos. Ahora, con el viento en contra, suena a otra cosa. Suena a actual, como si las farsas de antaño hubiesen adquirido el carácter de documentos... milagrosamente proféticos. A principios de enero, Mr. Bean volvió a colarse en las páginas web de la presidencia española de la UE. Ya no se trataba de una broma, sino del sabotaje de un hacker. Los hackers no son grandes intelectuales. No razonan, no discuten, no analizan. Se limitan a deslizar iconos elementales y archisabidos, y, por archisabidos, inmediatamente comprensibles. Un publicitario sacrificaría su ojo derecho y la mitad del otro porque la marca que intenta difundir adquiriese rango icónico. Pero daría los dos ojos por borrar el icono cuando éste se revira y vuelve en contra del producto que le importa vender. Me temo que Mr. Bean pertenece a la especie de los iconos aviesos. El 5 de enero, el Financial Times sacaba sobre Zapatero un editorial muy displicente en que salía a relucir el caricato inglés. Poco después, nuestro hombre deslució aún más su imagen proponiendo, inauditamente, sanciones para los países que no cumplieran objetivos de crecimiento fijados políticamente. El Wall Street, en su editorial del 13, se permitía algún sarcasmo sobre esta idea, digna de los inventos del TBO. La opinión mundial, en fin, ha recibido a nuestro presidente con algo peor que rechinar de dientes. Ha empezado por partirse de risa, lo que suena mal para España, y, de paso, mal para la UE.

De todo esto se ha hablado harto en los medios nacionales. Sin embargo, ha tendido a pasarse por alto un artículo mucho más lesivo, aparecido en el Frankfurter Allgemeine Zeitung también el 5 de enero. La Prensa alemana cultiva un género especial: el del editorial rubricado. Por aparecer en primera página, el texto aloja una dimensión o peso corporativo de que están desprovistos los escritos de las páginas interiores. El artículo, bastante largo, llevaba por título «España en el agujero» y ostentaba al pie la firma de Leo Wieland, corresponsal del Frankfurter en España. Los dos tercios iniciales del editorial hacían un resumen convencional de la situación económica española y despachaban con brevedad los servicios que Zapatero pudiera hacer a la Unión, o viceversa. El último tercio era, sencillamente, letal. Tras señalar que la mayor fuerza de Zapatero es la debilidad del PP, reducido a un espectro tras la era Aznar, Wieland nos retrataba como un país doblemente escindido. En primer lugar, escindido territorialmente, con una Cataluña al borde de la insumisión y un País Vasco añorante del liderazgo nacionalista. Para referirse a España Wieland usaba, por cierto, un término casi intraducible: Vielstämmestaat, o «estado pluritribal». Un estado «pluritribal» no es lo mismo que un estado compuesto, en la acepción que los juristas dan a este concepto. Basta repasar las páginas de Google para advertir que se aplica la denominación, no a la República Federal Alemana o a los Estados Unidos, sino a Irak o Afganistán.

Al desgarro territorial se sumaba, según Wieland, el moral, provocado por Zapatero para marginar a la derecha. Resultado de esta labor había sido la destrucción de los consensos que presidieron la Transición. Wieland se mostraba específicamente sorprendido por lo que conocemos aquí como Recuperación de la Memoria Histórica, un intento, según el corresponsal, por reabrir la Guerra Civil e, invirtiendo el pasado, ganarla ahora en el plano simbólico para la izquierda. Wieland cerraba su terrible escrito notando que la supervivencia del régimen alumbrado tras la muerte de Franco no puede darse por descontada.

Ciertamente, no conviene exagerar la agudeza de la Prensa extranjera en los asuntos tocantes a España. La americana se ocupa de nosotros poco y mal, y la británica es propensa a empalmar, a nuestra costa, tontería tras tontería. Hace pocos años, The Economist sacó un editorial económico encabezado por el titular «¡Un hurra por Zapatero!». Hace un mes, nos calificaba como «el hombre enfermo de Europa». La contundencia boba del escrito remoto debería ponernos en guardia sobre la exactitud del pronóstico posterior. El Financial Times, igualmente, una vez que dejó de trabajar en él Tom Burns, ha menudeado sobre este país opiniones tajantes y superficiales. Esto dicho, no conviene tomar el artículo de Wieland a la ligera.

Lo primero, porque Wieland lleva bastantes años entre nosotros. Lo segundo, porque ha cambiado de parecer. Conocí a Wieland hace cuatro o cinco años. Era un alemán silencioso, que escuchaba con reserva cortés los pronósticos pesimistas de algunos de sus colegas españoles. «¡Cómo exageran los del sur!», parecía pensar. Debe de estimar ahora que, lejos de exagerar, nos quedábamos cortos. Haciendo balance, y sin presuponer en nadie una penetración excepcional, parece razonable llegar a la conclusión de que los desajustes nacionales han adquirido un volumen aparatoso. El suficiente, al menos, para que los foráneos nos tasen a bulto y sacudan impresionados la cabeza. En los buenos tiempos, les impresionaba que perseverásemos en crecer al tres o cuatro por ciento. Ahora les impresionan los cuatro millones de parados y que España, por las trazas, se esté desvencijando.

En efecto, muchas de las cosas que ha escrito Wieland son mera crónica, no apreciaciones personales. El señor Castells acaba de aseverar que la Transición se hizo mal; la clase política catalana prepara, llevada de la mano del señor Montilla, la desobediencia preventiva ante un fallo quizá adverso del Tribunal Constitucional, el cual ha sido descalificado mucho antes de que se pronuncie materialmente sobre el Estatut; y nadie habla del imperio de la ley, que ese tribunal tendría que garantizar, sino de pulsos entre magistrados, cuyos nombres trascienden a la opinión herrados con la marca de un partido. Quien piense que estos achaques son los típicos de una democracia, ha perdido el sentido de la realidad. En la misma deriva hacia el disparate, se habla de federalizar al Estado como el único movimiento que podría evitar una metástasis a la yugoslava. Me permito recordar algunas de las cifras que ha resumido Francisco Bello en un artículo reciente -«El Estado español: una rara avis camino de la extinción», Actualidad Económica, 8-1-2010-. Incluso después de haber descontado la factura de Defensa, el Gobierno federal norteamericano gasta, en proporción al PIB, 2,7 veces más que los estados, es decir, el doble de los recursos que el Gobierno central español emplea con relación a las regiones, Seguridad Social incluida. ¿Es éste el Estado que aún no hemos tenido el arrojo de «federalizar»? El arrojo, no nos engañemos, nos será dado por la imposibilidad de contener el fermento catalán que irresponsablemente se activó durante la legislatura pasada. El ministro de Justicia ha insinuado ya que podría acudirse al artículo 150.2 de la Constitución para transferir a Cataluña lo que el TC pudiera negar a ésta si incurre en el fanatismo de aplicar la ley a rajatabla. Cabría decir, parafraseando a Groucho Marx: éste es nuestro caos, y si no le gusta, tenemos otro mejor. No es maravilla que se compare a Zapatero con Mr. Bean. Los dos son expertos en poner las cosas patas arriba.


ABC - Opinión

Una tumba en Dinamarca. Por Arturo Pérez Reverte

Desde hace doscientos dos años, en un lugar perdido de la costa danesa frente a la isla de Fionia, donde siempre llueve y hace frío, hay una tumba solitaria. Tiene una cruz y dos sables cruzados sobre una lápida, y está pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia. De vez en cuando aparece encima un ramo de flores; y a veces ese ramo lleva una cinta roja y amarilla. Esto puede llamar, tal vez, la atención de quien pase por allí sin conocer la historia del hombre que yace en esa tumba. Por eso quiero contársela hoy a ustedes.

Se llamaba Antonio Costa, y en 1808 era capitán del 5.º escuadrón del regimiento del Algarbe: uno de los 15.000 soldados de la división del marqués de la Romana enviados a Dinamarca cuando España todavía era aliada de Napoleón. Después del combate de Stralsund, la división había pasado el invierno dispersa por la costa de Jutlandia y las islas del Báltico. Al llegar noticias de la sublevación del 2 de Mayo y el comienzo de la insurrección contra los franceses, jefes y tropa emprendieron una de las más espectaculares evasiones de la Historia. Tras comunicar en secreto con buques ingleses para que los trajesen a España, los regimientos se pusieron en marcha eludiendo la vigilancia de franceses y daneses. Por caminos secundarios, marchando de noche y de isla en isla, acudieron a los puntos de concentración establecidos para el embarque final. Unos lo consiguieron, y otros no. Algunos fueron apresados por el camino. Otros, como los jinetes del regimiento de Almansa, recibieron en Nyborg la orden de sacrificar sus caballos, que no podían llevar consigo; pero se negaron a ello, les quitaron las sillas y los dejaron sueltos: medio millar de animales galopando libres por las playas. En Taasing, viéndose perseguidos por los franceses y cortado el paso por un brazo de mar que los separaba de la isla donde debían embarcar, algunos del regimiento de caballería de Villaviciosa cruzaron a nado, agarrados a las sillas y crines de sus caballos. De ese modo, cada uno como pudo, aquellos soldados perdidos en tierra enemiga fueron llegando a Langeland, y 9.190 hombres –sólo unos pocos menos que los Diez Mil de Jenofonte– alcanzaron los buques ingleses que los condujeron a España; donde, tras un azaroso viaje, se unieron a la lucha contra los gabachos.

Como dije antes, no todos pudieron salvarse: 5.175 de ellos quedaron atrás, en manos de los franceses. Algunos terminarían alistados forzosos en el ejército imperial, en la terrible campaña de Rusia –a ellos dediqué hace diecisiete años la novelita La sombra del águila–. Otros se pudrieron en campos de prisioneros, o quedaron para siempre bajo tres palmos de tierra danesa. El capitán Antonio Costa fue uno de ésos. A causa de la indecisión de sus jefes, el regimiento de caballería del Algarbe perdió un tiempo precioso en emprender su fuga hacia la isla de Fionia, donde debían embarcar. Por fin, cuando Costa, un humilde y duro capitán, tomó el mando por propia iniciativa, desobedeció a sus superiores y se llevó a los soldados con él, ya era demasiado tarde. En la misma playa, casi a punto de conseguirlo, el regimiento fugitivo vio bloqueado el paso por el ejército francés, con los daneses cortando la retirada. Furioso, el mariscal Bernadotte exigió la rendición incondicional, manifestando su intención de fusilar a los oficiales y diezmar a la tropa. Entonces el capitán Costa avanzó a caballo hasta los franceses y se declaró único responsable de todo, pidiendo respeto para sus soldados. Luego, no queriendo entregar la espada ni dar lugar a sospechas de que había engañado o vendido al regimiento llevándolo a una trampa, se volvió hacia sus hombres, gritó «¡Recuerdos a España de Antonio Costa!» y se pegó un tiro en la cabeza.

Así que ya lo saben. Ésta es la historia de esa lápida pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia, Dinamarca. La tumba solitaria de uno que quiso volver y pelear por su patria y su gente. Reconozco que eso no suena políticamente correcto, claro: pelear. Esa palabra chirría. Tan fascista. Nuestra ministra de Defensa habría criticado, supongo, la intransigencia dialogante del tal Costa –maneras autoritarias y poco buen rollito, misión que no era estrictamente de paz, gatillo fácil–; y monseñor Rouco, nuestro simpático pastor de ovejas, su falta de respeto a la vida humana, empezando por la propia, incluido un serio debate sobre si, como suicida, tenía derecho a yacer en tierra consagrada, o no lo tenía –igual hasta era partidario del aborto, el malandrín–. Lo mío es más simple: el capitán Costa me cae de puta madre. Su tumba solitaria me suscita un puntito de ternura melancólica. Ese cementerio lejano, frente a un mar gris y extranjero. Por eso hoy les cuento su vieja, olvidada historia. Por si alguna vez se dejan caer por allí, o están de paso por las islas del Norte y les apetece echar un vistazo. A lo mejor hasta tienen unas flores a mano.


XL Semanal

Gansos sobre la ruta del Estado (El Independiente, sept. 1989). Por A.G. Trevijano

Lo propio de la oligocracia de partidos es el reparto proporcional del poder en beneficio de la clase política, según las cuotas atribuidas a cada lista por los electores. Lo propio de la democracia es la separación y equilibrio de poderes, para que uno frene a otro, evitando el abuso y la corrupción en beneficio de los derechos del ciudadano y de la sociedad civil. Lo característico del régimen oligocrático es el gobierno de coalición sin control parlamentario. Lo que distingue al sistema democrático es el gobierno de mayoría absoluta, bajo control de comisiones del poder legislativo.


Cuando en un régimen oligárquico de partidos se produce la anomalía no prevista en la Constitución, de que uno de ellos alcanza la mayoría absoluta, como sucedió en España tras el 23-F, todo el poder ejecutivo, legislativo, judicial, financiero y funcionarial del Estado es acaparado, sin control, por un solo partido. El abuso de poder y la corrupción política, inherentes al régimen oligocrático, dejan de ser relativos, es decir, limitados por la necesidad de su reparto, y se convierten en absolutos.

Los partidos de oposición tratan de evitar la mayoría absoluta del partido ministerial por un doble motivo. Para transformar altruistamente la condición absoluta del abuso de poder en relativa y para participar egoístamente en un abuso limitado a los méritos electorales de cada uno. Con mayoría absoluta se abusará absolutamente. Con mayoría relativa se abusará relativamente. Y es preferible la corrupción relativa a la absoluta.

Lo imposible, en este régimen oligocrático, es suprimir o evitar absolutamente el abuso de poder y la corrupción política. Las comisiones parlamentarias, los consejos de administración de los entes públicos, la distribución de espacios en los “medios”, la constitución del poder judicial y financiero y la ocupación de los cargos públicos, técnicos y burocráticos en el Estado y en las empresas públicas reproducen mecánicamente la misma proporción, la misma relación de fuerza oligárquica surgida del acto electoral. Ningún poder se controla a sí mismo. El poder indiviso, tanto si es administrado por un solo partido como si lo es por varios, no es controlable.

Ni Montesquieu ha muerto, ni la división y separación de poderes es particularidad del carácter o del pensamiento político anglosajón. Francisco Miranda, que murió en una prisión de Cádiz (1816), escribió en 1794 lo que después la historia no ha hecho más que confirmar: “El pueblo no será soberano si uno de los poderes constituidos (el ejecutivo) no emana inmediatamente de él y no habrá independencia (entre los poderes) si uno de ellos fuera el creador del otro. Dad al cuerpo legislativo, por ejemplo, el derecho de nombrar a los miembros del poder ejecutivo y no existirá ya Libertad política. Si nombra a los jueces no habrá libertad civil”.

El pensamiento socialista también ha participado en el combate contra la oligocracia de partidos. El presidente del Gobierno francés, Leon Blum, que redactó su ensayo “A escala humana” (1941) en una prisión alemana, expresó su inclinación hacia los sistemas de tipo americano o suizo, “que se fundan sobre la separación y equilibrio de poderes” y que tienen “además el gran mérito de sustituir la noción real de control a la noción un poco ilusoria de responsabilidad”.

En resumen, la mayoría absoluta es buena en la democracia y mala en la oligocracia. Y en este asunto cuenta muy poco la mayor o menor capacidad de gobierno de un solo partido o de una coalición. Desde el final de la guerra civil ningún pueblo europeo, salvo tal vez el alemán, ha demostrado más “gobernabilidad” que el español.

La tentación de reducir la política a uno solo de sus ingredientes ha estado presente siempre que la ciencia ha preponderado sobre la ideología dominante, en crisis. Sucedió al final de la monarquía absoluta con la fisiocracia de la producción agrícola de Turgot. Sucedió al final napoleónico de la Revolución con el “sansimonismo” de la producción industrial. Sucedió al final de la revolución de la comuna del 71 con la economía estatal del marxismo. Sucedió al final del liberalismo con el keynesismo de la economía de desarrollo. Y sucedió al final del crecimiento antiecológico, con la economía financiera de Chicago.

Los renegados del socialismo están dando el paso definitivo a la simpleza, en esta vía reduccionista de la política, haciendo con Saint-Simon lo que Marx hizo con Hegel. Han puesto del revés la relación producción-consumo. Desde que ocupan el Gobierno y el Estado no cesan de reducir “lo político” y de aumentar en el mismo grado el dogmatismo científico de su tratamiento. Han reducido la política a economía política y ésta a teoría de la demanda, reducida a su vez a teoría del consumo, concebido restrictivamente como gasto, para legitimar el déficit público. De esta forma “lo económico” se reduce a “lo financiero” y los instrumentos de la acción política se limitan dogmáticamente al impuesto y a la circulación monetaria.

En consecuencia, el banco emisor dicta toda la política del Gobierno. Los impuestos no se calculan en función de los servicios prestados por el Estado o de la capacidad productiva de la sociedad civil, sino en función de la masa de dinero y crédito puesto en circulación. Si la nación, compuesta de Estado y de sociedad, gasta más de lo producido, entonces el Banco de España hace el ajuste de financiar el aumento del déficit público del Estado con la reducción del consumo privado de la sociedad. El Gobierno asume hacia la sociedad civil la tarea de convencerla, o amenazarla, de que el Estado debe continuar su marcha triunfal por la ruta del déficit.

Bajo esta perspectiva, la política deja de ser una vocación general, para la que se vive mal, y se convierte en una especialidad profesional de la que se vive bien. La profesión política se alimenta de dos clases de expertos. Los técnicos en circulación monetaria, estadística, contabilidad, presupuestos, que se renuevan en los propios centros de formación profesional bajo la tutela de los mandarines permanentes del Banco de España, del Ministerio de Hacienda, del Instituto Nacional de Estadística y de los servicios de estudio de las grandes instituciones financieras, y los comunicadores con el mercado electoral, que se renuevan por cooptación entre los dirigentes de los partidos políticos. Los primeros cocinan las recetas de los programas. Los segundos las venden en el mercado político. La principal ventaja del partido ministerial no está tanto en el uso privilegiado de la televisión como en que sus recetas culinarias ofrecen más garantías de digestión por estar elaboradas con informaciones del Estado que no tiene la sociedad civil.

Desde el momento en que la política se ha convertido en una profesión ya no merece más consideración y respeto que cualquier otra. Si un político habla desde el Gobierno no se le puede creer. Habla de su oficio. Pero con la extraña pretensión de que se le preste atención, comodidad y sitio, a costa de la incomodidad y estrechez de los oficios productivos de la sociedad civil, que cuando menos merecen tanta atención como el suyo.

Como escribía el filósofo Alain (1923), el automovilista apresurado que economiza su freno comprende mal lo que hace una manada de gansos en la carretera, “pero los gansos van a su comida y a su charca”. Lo mismo sucede al gobernante que sigue su ruta y le extraña que los gansos no se alineen para admirar lo bien que rueda el carro del Estado. “Se necesitan gansos, lo concedo, dice el hombre de Estado, pero allí donde yo quiero que estén y no donde ellos quieran estar”. Este discurso jamás ha convencido a los gansos, pero con él el PSOE ha persuadido varias veces a los españoles.

Los ciudadanos del 14 de diciembre y los sindicatos, como verdaderos gansos, se resisten a dejar libre la carretera, marginándose en los arcenes, y a engrosar las colas contemplativas de la destreza del hombre que conduce el Gobierno del déficit público y del paro, por la ruta del Estado, hacia un páramo donde el consumo estará más reducido que la propia política.



La República Constitucional