jueves, 16 de diciembre de 2010

Un proverbio chino. Por José María Carrascal

«El último informe PISA sobre el estado de nuestra educación es malo, muy malo, pues no se corresponde con el potencial humano, económico e industrial de España. A no ser que estemos también en una “burbuja educativa”».

NO exagero los más mínimo al decir que el último informe PISA ha causado más alarma en Estados Unidos que las filtraciones de Wikileaks. A fin de cuentas, estos son cotilleos diplomáticos con un efecto tan ruidoso como pasajero, mientras que el informe PISA, que mide el nivel educativo de jóvenes de 15 años en 65 naciones, es bastante más importante para ellos y para sus países. EE.UU, que venía presumiendo de su educación, ha retrocedido ante el avance arrollador de los países asiáticos y algún europeo del norte y del este. Ya no solo Finlandia figura en los puestos de cabeza, sino que la acompañan en ciencia, matemáticas y comprensión de lectura —las tres disciplinas evaluadas— Noruega y Estonia. Por no hablar de los orientales, Corea, Singapur, Taiwán, auténticos vencedores, con la provincia china de Shanghai acaparando el primer puesto en las tres disciplinas. Si necesitábamos confirmación de que el siglo que empieza va a ser el siglo de China, ahí la tenemos. Algo que ha desencadenado un torrente de editoriales, artículos, comentarios y cartas al director en unos Estados Unidos que notan ya en los foros internacionales que no son lo que eran. La razón puede ser precisamente esa, que pierden puestos en el rango educativo. Por lo que se ha abierto el debate sobre la forma de corregirlo antes de que sea demasiado tarde. Si los Estados Unidos, todavía por encima de la media mundial en la formación de sus adolescentes, con bastantes de sus universidades entre las de elite, con más patentes registradas y más premios Nobel que nadie, se preocupan por su educación, no quiero decirles lo que tendría que preocuparnos a los españoles el claro suspenso que el último informe PISA nos sacude en las tres piedras angulares de la educación, apareciendo muy por debajo de la media de los países europeos, con desnivel que, en matemáticas, alcanza los 16 puntos; en ciencias, los 13; y en comprensión de lectura, los 12, por detrás de Grecia e incluso Portugal. Sin que valga que hemos avanzado algún puesto respecto al informe de 2006, porque hemos retrocedido respecto al del año 2000, ni decir que hay comunidades, como Madrid, Cataluña y Castilla y León, que pueden rivalizar con alguna europea porque hay otras, como Andalucía, Baleares y Canarias, que figuran a la cola de la clasificación. No tenemos ninguna universidad entre las mejores, y aunque se publican bastantes estudios científicos, apenas se reproducen y citan en las publicaciones importantes. La nota de «bueno» que el ministro de Educación nos ha dado a la vista del informe solo puede atribuirse a que el señor Gabilondo ha dejado de ser profesor para convertirse en político, es decir, alguien que miente por necesidades del cargo. No, el informe no es bueno, es francamente malo, pues no se corresponde al potencial humano, económico e industrial de España. A no ser que estemos también en una «burbuja educativa», es decir, que hayamos creído levantar una amplia y buena educación, y resulte que está hueca, como la inmobiliaria. Lo que nos faltaría.

¿Qué es lo que falla en la educación española? El informa PISA apunta ya algunos de sus defectos fundamentales. El primero, que se ha apostado por la cantidad, no por la calidad. Muchos alumnos, pero poco preparados. Y la educación es precisamente preparación, instrucción, capacitación. Algo para lo que se necesita, por parte del alumno, esfuerzo, y por parte de la sociedad, estímulo. Dos cualidades que se han olvidado en escuelas e institutos españoles, donde ha venido imperando el mero pasar curso, incluso con un montón de asignaturas pendientes, y acabar como se pueda, con un título, y si no se conseguía, con un diploma. Ni siquiera en nuestras familias, a diferencia de en las orientales, existe esa preocupación, sino la contraria: que el chico o chica aprueben, no que sepan la asignatura. No siendo extraño el caso de las padres que protestan porque el profesor o profesora es «demasiado duro». Así no se forma a nadie, pues estudiar requiere un esfuerzo, pequeño o grande según la capacidad de cada alumno, pero esfuerzo siempre. Es verdad que, afortunadamente, ya no rige aquello de que «la letra con sangre entra». Pero sigue todavía en vigor que la letra entra con codos. Y lo que viene faltando a los alumnos españoles son codos. Un chico coreano dedica por término medio diez horas diarias al estudio. ¿Cuántas dedica el alumno español?

Pero es que hay más, o mejor dicho, menos. Los planes de estudio españoles, aparte de haber sido cambiados cada poco, lo que ha producido tal desbarajuste en la enseñanza que pocos han acabado sus estudios con los planes que empezaron, no se concentran en las disciplinas básicas de todas las demás —la lengua, las matemáticas, la ciencia—, sino que incluyen desde el judo a la historia o geografía regional, sin conexión con la española y no digamos ya la universal, algo que lobotomiza el saber del alumno. Por no hablar ya de esa asignatura de nueva planta, la «educación para la ciudadanía», que tiene más de orientación ideológica, según el gobierno de turno, que de auténtica formación. La mejor educación para la ciudadanía es la que habilita al chico o chica para entender lo que lee y oye, para estar al tanto de los últimos avances de la ciencia, en la carrera acelerada que esta lleva, y para poder desenvolverse en el mundo abstracto de los números, que es el que rige hoy por todas partes. A ese tipo de ciudadanos es difícil engañarles. Tal vez por eso no se educa a los niños españoles para ello, sino que se les «divierte» con toda clase de actividades periféricas. El simple hecho de que el estudio del español no sea el eje del entero sistema de enseñanza, ya que quien no lo domine no podrá dominar el resto, es la mejor prueba de ello. Dejando aparte las comunidades en las que incluso se le restringe. Cuando, miren ustedes por dónde, más de la mitad de los alumnos norteamericanos de segunda enseñanza que por obligación estudian una segunda lengua eligen la nuestra.

Para ir resumiendo, en escuelas e institutos españoles no se apuesta por la excelencia, sino por la mediocridad, sin promover el nivel de exigencia y respeto a los profesores, elementos imprescindibles para una formación integral. No hace falta esperar al futuro para comprobar los resultados, los estamos ya sufriendo: en estos momentos hay en España 700.000 jóvenes de menos de 34 años sin estudios ni trabajo, resultado de uno de los abandonos escolares mayores de Europa. Todos ellos van a tener enormes dificultades en encontrar empleo por su escasa o nula formación. Únanse a los que el mercado laboral expulsa a consecuencia de la crisis y tendrán el panorama. Es la consecuencia de que aquella filosofía, por llamarla de algún modo, que condenaba los exámenes, minimizaba los suspensos y defendía una «educación creativa», consistente en que cada alumno pudiera, con el pretexto de expandir la creatividad, hacer lo que le diera la gana. O que pudiera estudiar con el ordenador o incluso la tele encendidos.

Como la crisis en el plano económico, el informe PISA nos advierte de que errábamos en el terreno educativo. La naturaleza nos hace iguales, a hombres y países, pero la educación nos diferencia luego, más cultos o menos cultos, más ricos y más pobres. A no ser que se piense, como han creído muchos en España últimamente, que la forma más rápida de hacerse rico es la política. «Quienes descuidan la educación de sus jóvenes —decía Eurípides— condenan a muerte su futuro». Eso por no hablar de que la educación no consiste solo en adquirir conocimientos, sino también en la formación del carácter, al coincidir, sobre todo la secundaria, con los años críticos de la adolescencia, cuando se forma aquel. Y precisamente la segunda enseñanza ha sido laminada en los planes de estudio españoles, haciendo avanzar la primaria y retroceder la superior, con el resultado de que los jóvenes pasan de la escuela a la Universidad sin casi intermedio. Así les va a ellos, y al país. Hay un proverbio chino, que ellos están aplicando, más antiguo aún que el de Eurípides, que dice: «Las escuelas de un país son su futuro en miniatura». Lean el informe PISA y verán el futuro que nos espera.


ABC - Opinión

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