martes, 28 de diciembre de 2010

Las facturas de los siete años de desgobierno de Zapatero.

Podíamos ser los más socialistas, los más intervencionistas y los más ecologistas de Europa sin que sufriéramos las consecuencias. Pero la fiesta ya terminó y ahora vamos descubriendo el alto precio de la retorcida ignorancia de Zapatero.

A punto de entrar en 2011, año en el que cada vez resulta más verosímil que muchos países de nuestro entorno crezcan con fuerza y vuelvan a generar empleo, a los españoles sólo nos queda continuar mirando hacia el futuro con preocupación e incluso con una cierta añoranza, pues todo indica que el año que comienza, por difícil que parezca, va a ser peor que el acaba. El propio presidente del Gobierno ya auguró que la recuperación no llegaría hasta, como pronto, 2015 ó 2016 y cada vez van siendo más las voces que reconocen abiertamente el lamentable estado de nuestra economía.

Sin embargo, no convendría que entre tanto oscuro pronóstico el Gobierno lograra camuflar su enorme responsabilidad en nuestra acelerada pauperización. Porque si bien es cierto que la crisis tiene una naturaleza internacional y que fue desatada por los bancos centrales, no lo es menos que la española es particularmente grave, y ello sobre todo por la desnortada y contraproducente política económica que antes de y durante la crisis ha llevado a cabo el Ejecutivo socialista.


Ahora, esfumado el espejismo de la ficticia prosperidad pasada, es cuando comienzan a llegarnos las onerosas facturas del desgobierno de Zapatero durante todos estos años. Por un lado, el Ejecutivo aprobó ayer una nueva subida de la luz para 2011 de alrededor del 10%. Toda una década de planificación centralizada del sector eléctrico –determinado quién, dónde y, sobre todo, cómo debía generarse la electricidad– ha provocado que nuestras fuentes de energía sean básicamente dos: la termoeléctrica, sometida a los vaivenes internacionales del precio del petróleo, y las renovables, centrales intermitentes cuyo funcionamiento sólo deviene rentable merced a unas cuantiosísimas primas públicas que ocultan su alto coste real. El Gobierno no quiso permitir que, como habría sido empresarialmente juicioso, las eléctricas diversificaran las fuentes de provisión energética hacia la nuclear y ahora, con todos los huevos reunidos en la misma cesta, padecemos las consecuencias. De hecho, el Ejecutivo ni siquiera dispone de margen para absorber el aumento del coste de la luz porque durante toda la década anterior se dedicó a falsear su precio de mercado, acumulando un déficit tarifario que no sólo no puede engordar ya más, sino que hay que empezar a pagarlo.

Por otro lado, el desequilibrio de las cuentas públicas continúa sin estrecharse como debiera, lo que hace temer que para el año que viene asistamos a nuevas y más sangrantes subidas de impuestos. Habrá que estar preparados, pues a buen seguro el Gobierno tratará de justificarlas arguyendo que los españoles pagamos menos impuestos que en el resto de la civilizada y moderna Europa.

Empero, no deberíamos caer en las trampas de su propaganda. Si la presión fiscal es más reducida en España que en el resto de Europa es porque nuestra actividad económica se ha hundido de tal modo que ha hecho desaparecer la mayoría de las bases imponibles: el consumo ha caído y además las empresas han visto desaparecer sus beneficios, de modo que la recaudación tanto por IVA como por Sociedades se ha desplomado. En realidad, y en contra de la consigna oficial, nuestros tipos impositivos son tan altos como los europeos y nuestro esfuerzo fiscal –el gravamen que de verdad representa para nuestro bienestar– se sitúa muy por encima de la media.

El problema del déficit público, por consiguiente, no está en que los españoles paguemos pocos impuestos, sino en que durante los años de burbuja Zapatero comenzó a dilapidar los fondos públicos a manos llenas, generando un gasto estructural muy superior al que la estructura tributaria del país podía soportar. No se trata, pues, de un problema de falta de ingresos, sino de excesivo gasto: en lugar de exprimir aún más a los españoles, debemos podar el presupuesto.

En definitiva, en 2011 seguiremos descubriendo cuáles son los nefastos efectos de estos siete años de Zapatero. Hasta la fecha la burbuja inmobiliaria y la euforia irracional que vivía el país le permitieron vender la imagen de que sus decisiones carecían de coste: podíamos ser los más socialistas, los más intervencionistas y los más ecologistas de Europa sin que sufriéramos las consecuencias. Pero la fiesta ya terminó y ahora vamos siendo conscientes de lo que algunos ya veníamos advirtiendo desde hacía mucho: que la retorcida ignorancia de Zapatero nos iba a salir carísima. Lástima que nos enteremos cuando ya es demasiado tarde.


Libertad Digital - Editorial

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