martes, 28 de diciembre de 2010

La malvada bruja del universo 2.0. Por Federico Quevedo

La ministra Ángeles González-Sinde odia Internet. Una persona que cree que los internautas quieren un ADSL con cada vez mayor capacidad, es decir, con más y más megas, solo para bajarse películas es una persona que vive en la estratosfera lindando con el Pleistoceno. Y que alguien así se ocupe de la cartera de Cultura en nuestro país dice mucho de la nula habilidad de este Gobierno y de su presidente para adaptarse a lo nuevo y asumir los cambios que se producen en una sociedad como la nuestra. Sinde odia Internet, porque en el fondo de su alma cree que Internet se creó con la única finalidad de expoliar a sus amigos los creadores, incluida ella misma, que como guionista de cine forma parte de ese sector de producción.

Y alguien que parte de la base del desprecio al contrario, que detrás de cada ADSL ve un mecanismo infernal de apropiación indebida de los derechos de autor, que interioriza que cada pantalla de ordenador, cada pendrive, cada móvil, cada cd, cada PSP-Wii-Xbox-etc, cada iPod-MP3-MP4 y otros mecanismos de almacenamiento de música, están pensados, fabricados y comprados con la única y casi exclusiva intención de robar, y que de verdad piensa que todos los internautas son unos delincuentes en potencia, unos facinerosos obsesionados con bajarse gratis la última de sus películas mientras la derecha política y económica les aplaude empujadas sus velas por un vendaval de ultraliberalismo; alguien así y con ese esquema mental tan arcaico-retrógrado-obsoleto no puede ser la encargada, en este caso, de sacar adelante una ley que proteja los derechos de autor de la llamada piratería en la Red.


¿Existe esa piratería? Sí, claro, nadie puede negarlo. Yo soy el primero que me bajo música y cine a través de la Red. ¿Por qué no, si además ya he pagado la correspondiente ‘multa’ por hacerlo, con carácter preventivo? ¿Significa eso que no hay que proteger los derechos de autor? En absoluto. Lo que significa es que hay que conciliar los intereses de ambas partes y, sobre todo, adaptar el sector de la creación a los tiempos que corren. Estos días, a propósito de la ley Sinde, he escuchado tonterías enormes sobre cómo sin esa ley los cines y los videoclubes están abocados al cierre, por poner un ejemplo… ¿Y? ¿Es que en pleno siglo XXI estamos obligados a seguir manteniendo negocios deficitarios sólo porque lo exigen los cánones culturales? ¿Qué hay de malo en que la llamada -mal llamada, en muchos casos- cultura se exhiba por Internet, aunque eso suponga el final de esos negocios? Las reconversiones industriales llevaron al cierre de miles de fábricas, modificaron los sistemas de producción, y el mundo ha ido avanzando sobre las cenizas de su propio progreso y siempre en beneficio de la calidad de vida de sus habitantes, al menos la de los del mundo desarrollado que es donde se libra esta particular batalla. ¿Por qué quiere Sinde conjurar el desarrollo, el progreso, frenar lo irrefrenable, ponerle puertas a un campo tan abierto que ni siquiera las más atroces dictaduras consiguen aniquilar? ¿Es que realmente cree que por cada página web que cierre no van a salir otras 20 haciendo lo mismo? O la ministra y los representantes de esa, en mi opinión, mal llamada ‘cultura’ modifican los parámetros de su relación con el universo 2.0, o ese universo se los acabará merendando en el estallido de un ‘agujero negro’ imposible de contener.
«¿Es que en pleno siglo XXI estamos obligados a seguir manteniendo negocios deficitarios sólo porque lo exigen los cánones culturales? ¿Qué hay de malo en que la llamada -mal llamada, en muchos casos- cultura se exhiba por Internet, aunque eso suponga el final de esos negocios?»
El único, hasta ahora, de los autores que han hablado y lo ha hecho con bastante sentido común ha sido el presidente de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia, no sé si por convencimiento o por acercamiento a un PP que cada vez tiene más cerca el poder. El caso es que De la Iglesia, que ya en su día confesó que él también se bajaba películas de Internet, es el único que parece entender que lejos del enfrentamiento lo que hay que buscar es el entendimiento entre dos mundos que deberían estar condenados a complementarse: Internet es una formidable expresión de contenidos, y ellos son creadores de esos contenidos, luego lo lógico sería que ambas partes buscaran las sinergias oportunas. ¿Eso significa el fin de un modelo de negocio tal y como lo conocíamos hasta ahora? Sin duda alguna, sí.

La figura del acomodador con su linterna es una vetusta referencia de un pasado cada vez más lejano, porque el espectador, entre aguantar una cola a la intemperie, los empujones, el último cubo de palomitas ya frías y chiclosas, la coca-cola sin burbujas, la nuca del tipo del asiento de delante y la pesada que se levanta en lo mejor de la película para ir al baño, y bajarla de Internet para verla cómodamente sentado en el sillón de su casa en un televisor panorámico de plasma y 3D con tecnología HD y sonido surround, y palomitas recién hechas en el microondas, obviamente no duda en la elección, porque encima la segunda es más barata. El cine ya ni siquiera tiene el aliciente del restriegue temprano del despertar sexual, porque ahora hasta eso se consuma delante de la pantalla de un ordenador mientras se cuelgan las fotos sacadas con el móvil en el perfil de Tuenti.

Si Sinde quiere ser la bruja de Internet, allá ella, pero ni con malas artes, ni con pócimas de todo a cien va a conseguir parar lo imparable. Mejor sería que le hiciera caso a gente como Álex de la Iglesia, que empiezan a darse cuenta de que su negocio va a sufrir transformaciones, que la cultura ha dejado de ser un bien subvencionado y que, por fin, Internet la ha situado donde siempre ha debido estar, es decir, formando parte de los sectores industriales con independencia y neutralidad. “En el caso del cine, opino que nuestro deber es trabajar por su rentabilidad e independencia, y afianzar su aspecto industrial. La piratería no es precisamente una ayuda”, escribía hace poco De la Iglesia en la Tercera de ABC. Toda la razón. Pero eso no ha sido siempre así. Hasta ahora el cine formaba parte de eso que eufemísticamente llamamos Bienes de Interés Cultural y, por lo tanto, estaba sujeto a las subvenciones públicas independientemente de la calidad de la producción y la naturaleza de la misma, lo que además convertía al cine en un bien arbitrario y partidista. Internet, sin duda, supone el fin de la cultura como adscripción ideológica porque la masa lo que busca es entretenimiento. Seguirá habiendo un espacio, seguro, para el cine comprometido y de autor, pero será minoritario y también en eso conseguirá su propia rentabilidad porque Internet admite la selección de las minorías. Pero lo que será imposible es mantener en el tiempo la situación actual y los privilegios que una clase política acomplejada en unos casos, complaciente y entregada en otros y controladora en los más, les han venido otorgando y consagrando durante tanto tiempo.


El Confidencial - Opinión

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