viernes, 15 de octubre de 2010

Persona no grata. Por Ignacio Camacho

No tiene dónde ir que no lo reciban de mal grado porque hasta los suyos rechazan una foto comprometedora.

EL Gobierno ha decidido victimarse para tratar de rentabilizar los abucheos —incívicos, irrespetuosos, faltones— del 12 de octubre. Invoca a la extrema derecha, al creciente tea party madrileño —algo de eso hay, pero no lo explica todo— en busca de argumentos-amenaza con los que conmover a la izquierda para que vuelva en socorro del presunto campeón de las libertades, que está noqueado en un rincón del ring sin atreverse a levantarse para no recibir más castigo. Zapatero sabe que en Madrid es persona non grata, porque la mayoría de los madrileños siente sus políticas de desestructuración territorial como un ataque al concepto de nación que simboliza la capital del Estado. La derecha lo detesta desde el minuto uno, y ahora sus propios militantes de izquierda lo han abofeteado en las primarias. No tiene dónde ir que no lo reciban de mal grado porque hasta los suyos rechazan ahora una foto que les comprometa el resultado de las autonómicas y municipales.

El presidente ha mandado a Chacón para que trate de poner pie en pared a las broncas de los desfiles, y la ministra ha patinado al proponer un ordenancismo absurdo que equivale a poner puertas al campo de la libertad, que es sagrada incluso para dar muestras de mala crianza como hicieron los energúmenos que no respetaron el homenaje a los militares caídos, ahora llamados piadosamente ausentescomo si hubiesen ido a hacer un recado. La propuesta ha ido a parar en saco roto, provocando indiferencia y hasta un cierto ridículo, y sólo ha servido para acusar el castigo; si Zapatero quiere evitar los silbidos tendrá que celebrar el próximo desfile —muy probablemente el último de su doble mandato— bajo una carpa. Este año quiso llegar a cencerros tapados, por detrás y sin megafonía, y sólo logró que los exaltados irritasen al Rey con su falta de respeto. No se puede esconder y acaso le empieza a faltar bizarría para aguantar la bronca y los exabruptos porque jamás ha llevado bien el trámite de no sentirse querido.

La cuestión es que antes lo abucheaban sólo los adversarios, lo que le permitía pasar el mal trago sintiéndose paladín del progresismo, y ahora él mismo teme el rechazo de sus huestes y no se atreve a ir a Rodiezmo ni a dar la cara a campo abierto. Lo que daría por una foto con los mineros como la del chileno Piñera. A su pesar encarna para la izquierda social el rostro de un abandono, y para colmo ha tenido que soportar que la derecha le salvase la huelga general por una cuestión de principios. El malestar madrileño lo puede focalizar con retórica victimista y un par de excusas sobre la crecida del extremismo conservador, pero la realidad es mucho más dura: una impopularidad devastadora. Cuando un gobernante pierde la calle está a punto de volver a ella. Pero sin cargo.


ABC- Opinión

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