jueves, 30 de septiembre de 2010

Rotundo fracaso de la huelga-trampa: el país da la espalda a ZP. Por Federico Quevedo

Miércoles, nueve de la mañana. Hace frío, bastante. La calle está completamente vacía. Ni un alma. A lo lejos se escucha alguna que otra sirena de la policía. Los bares de la zona están completamente cerrados, a cal y canto. Sólo un poco más abajo se observa como en uno de ellos un empleado levanta un poco la verja para que entre un cliente conocido, y enseguida vuelve a bajarla atemorizado. El quiosco de la esquina también está cerrado. No hay periódicos, y la señal de televisión transmite en un negro profundo. Es mejor volverse a casa y preparase para una larga jornada sin actividad: es miércoles, 14 de diciembre de 1988, y la huelga general ha sido un éxito rotundo. Han pasado 22 años, estamos en otro miércoles, esta vez de septiembre. La gente lleva, con total normalidad, a los niños al colegio. Las calles están llenas, los bares abiertos y alguna tienda empieza a levantar las verjas bajadas la tarde anterior, aunque será a las diez cuando todas ellas abran como si tal cosa. La gente va a trabajar, la mayoría en coche, pero una buena parte en metro y cercanías. Se ven menos autobuses, pero alguno funciona. El quiosco está abierto, es cierto que no hay periódicos a las nueve de la mañana, pero los habrá a lo largo del día. Nadie diría que estamos en otra jornada de huelga general, nadie salvo sus convocantes.

Con la excepción de Barcelona, donde los sindicatos han contado con la inestimable colaboración de los Grupos Antisistema, que es como ahora se llama al terrorismo fascista callejero, y donde se ha creado un ambiente de violencia que prevalece sobre la normalidad general y la masiva asistencia ciudadana al trabajo. Y con la excepción de Asturias, donde por otras razones que tiene que ver con el futuro de la minería, lo cierto es que la jornada de huelga general convocada para ayer por las centrales sindicales fue un rotundo e inapelable fracaso.


Bien, dejemos de lado la corrección política: a la izquierda sectaria le ha salido el tiro por la culata. Los ciudadanos de este país no están para bromas, ni para engaños, ni para estafas, y eran bastante conscientes de que esta huelga era un apaño entre Rodríguez y su amigo Méndez, y les han dado la espalda a ambos. Que los ciudadanos hayan acudido masivamente a sus puestos de trabajo no puede considerarse un éxito del Gobierno, sobre todo después de ver como arrimaba el hombro con las centrales sindicales para intentar evitar lo que al final ha sido inevitable. El rechazo a la huelga es también un rechazo a Rodríguez y a su política errática y mentirosa que nos ha conducido a la peor de nuestras crisis y a esa cifra terrible de los casi cinco millones de parados.

Hoy, por supuesto, será inevitable la guerra de cifras -ya lo fue ayer-, pero hay datos que son demoledores para los sindicatos. De entrada, no consiguieron su principal objetivo: parar Madrid. El metro funcionó casi al cien por cien y sólo los autobuses de la EMT circularon con una intensidad muy inferior a la normal, aunque finalmente se consiguieron cumplir los servicios mínimos. Las calles estaban llenas de gente que acudía a sus puestos de trabajo, las tiendas abiertas y los locales de restauración funcionando a pleno rendimiento daban fe de lo obvio: la huelga era un fracaso.

Como fuente de confirmación sirva el dato de consumo de energía eléctrica: la menor caída de consumo de todas las huelgas generales habidas hasta ahora, muy lejos además de las dos precedentes, y no digamos de la ya histórica del 14-D de 1989 cuando, de verdad, se paró todo el país. La industria ha sido el único sector de actividad que ayer registró un seguimiento mayor de la huelga, pero a estas alturas la industria tiene un peso muy poco representativo en nuestro sistema productivo. Y tampoco ahí el paro fue masivo, aunque sí algo por encima de la media del resto de la actividad laboral del país. Se intente coger por donde se intente coger, solo cabe una lectura de la jornada de ayer, la del fracaso y la de que ni siquiera con violencia han sido capaces las centrales sindicales de imponer el paro general.

Violencia contra derechos fundamentales

Porque violencia hubo. Y esta debe ser la primera reflexión a la que nos lleve lo ocurrido el 29-S: si para que un país secunde la iniciativa sindical, es necesario recurrir a la coacción para impedir el derecho fundamental de cada ciudadano a trabajar y coartar su libertad, es que algo falla y ese algo no es otra cosa que las propias centrales sindicales y su papel como representantes de los trabajadores.

Que ese papel estaba y está en entredicho es una obviedad que además se ha puesto de manifiesto en esta crisis, cuando las cifras del paro iban en aumento y, sin embargo, los sindicatos se hacían cómplices de una política económica nefasta y trasnochada fundamentada en ese obsoleto principio keynesiano según el cual un mayor gasto público conduce a aumentar el PIB y generar más empleo. Los hechos son tozudos a la hora de desmentir ese axioma. Pero es que tampoco después los sindicatos han sido coherentes con sus propios principios, y han convocado una huelga supuestamente contra una reforma laboral que ya está aprobada y que ellos mismos saben que no van a conseguir parar bajo ningún concepto. Será, por tanto, la primera vez que una huelga general no sirva para que los sindicatos dobleguen la voluntad de un Gobierno… A lo mejor porque no querían que eso pasara. ¿Cuál era entonces el motivo real de esta huelga?

Llegados a esta conclusión, la de que Gobierno y sindicatos han estado buscando hacerse el menor daño posible, solo cabe entender la huelga si la misma tenía otro objetivo: la derecha política ( o sea, el PP) y la derecha social (los empresarios). Era obvio. Ya desde la aparición de los primeros videos obscenos y casposos de UGT protagonizados por Chikilicuatre, se le vio el plumero al sindicato hermano de Ferraz. No iban a por Rodríguez, iban a por la derecha. Había que volver a darles a los Bardenes y compañía un motivo para salir a la calle, para revivir antiguas tentaciones pancarteras contra el PP, y qué mejor oportunidad que la de hacerles responsables de la crisis con la excusa de una reforma laboral con la que, realmente, los sindicatos han tragado a regañadientes a cambio de que Rodríguez les permitiera un gesto -la huelga- que les reconciliara con su base social. De haber querido parar la reforma, las cosas se hubieran hecho de otra manera, y eso lo saben muy bien el señor Méndez y el señor Toxo, sobre todo éste último, que al principio se creyó las intenciones del líder ugetista y puso una primera fecha para la huelga… en junio.

Huelga a plazos

Pero no se trataba de eso, sino de acabar volviendo la protesta contra los empresarios y el PP. Por eso los sindicatos convocaron una huelga a plazos, entregada en fascículos de Planeta D’Agostini, y por eso el Gobierno acaba pactando -primera vez que ocurre en toda la historia de la democracia- los servicios mínimos -irrisorios, claro- con los sindicatos, conscientes de que en Madrid, si el Gobierno regional se empeñaba en hacer respetar el derecho fundamental al trabajo, tenía que imponer unos porcentajes de servicios mínimos mucho mayores, y que eso acabaría en conflicto. Pero les ha salido mal. A unos y a otros, porque la gente está hasta las narices de Rodríguez, de los sindicatos, y de esta izquierda sectaria y prepotente que intenta imponer sus tesis por la vía de la coacción y el amedrentamiento.

¿Qué va a pasar? Nada, supongo. Rodríguez se volverá a sentar con los sindicatos cuando estos crean que ha pasado un tiempo prudencial para evitar quedar demasiado en evidencia, y pactarán la reforma de las pensiones fuera del Pacto de Toledo. Y ya está. Porque lo que verdaderamente debería de pasar, que es una reflexión a fondo sobre el papel de los sindicatos, el modo en el que siguen atrofiados en un modelo sindical de principios del Siglo XX, y su futuro a principios del Siglo XXI, habrá que dejarla para más adelante, cuando ya no está Rodríguez. Pero no les quepa duda: ayer Méndez y Toxo firmaron su sentencia de muerte… sindical. Son muchas las cosas que están cambiando y que van a cambiar, y desde ayer esa va a ser una de ellas.


El Confidencial - Opinión

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