domingo, 1 de agosto de 2010

Sueño de una noche de verano. Por Jesús Cacho

Dicen quienes le han visto esta semana que Rodríguez Zapatero está de nuevo eufórico. La criatura es como un niño: en cuanto le baja unas décimas la fiebre, canta y baila con la alegría del inconsciente, la espontaneidad del justo sin falta que reprocharse. El político que hace unas semanas estuvo en un tris de acabar de forma abrupta con la Unión Europea a causa de la crisis de deuda española que se hubiera llevado por delante el sistema financiero del continente, cree hoy que la tormenta ha pasado, que lo peor de la crisis está superado, que la prima de riesgo va a seguir bajando y que a finales de año vamos a estar creciendo ya de forma imparable. Casi como la República Popular China. Una fiesta. “Estamos mucho mejor de lo que parece y lo vais a vivir”. El estudiante incapaz de aprobar en junio, tres años repitiendo curso, ha descubierto alborozado los mecanismos por los que se rige la prima de riesgo de un país, y cual aprendiz de brujo se dedica ahora a hacer pronósticos a trote y moche, porque “la prima va a seguir cayendo, lo vais a ver”.

Por suerte, la presión de los mercados sobre España se ha relajado notablemente, en buena parte como consecuencia de los resultados de las pruebas de esfuerzo a que han sido sometidos bancos y cajas, y que han demostrado, con todas las incógnitas intactas en cuanto a la metodología empleada, que la mitad del sistema está fundamentalmente sana, y que la otra mitad está básicamente podrida pero como no cotiza en Bolsa pues no pasa nada o eso parece. Los resultados de esas pruebas, con todo, están permitiendo ya a la banca y al propio Tesoro financiarse más barato. La presión sobre España se ha relajado abriendo una ventana de oportunidad que, bien aprovechada, debería permitir a nuestro país pasar página de las angustias pasadas y poder enfrentarse sin sobresaltos a la tarea inaplazable de ajustar, reformar, liberalizar y, en definitiva, sentar las bases de un crecimiento capaz de crear empleo. Todo depende de que nuestro aprendiz de brujo sepa aprovechar aquella ventana para hacer el homework que tiene planteado y hacerlo sin demoras, sin tapujos y sin esas vueltas atrás a que nos tiene acostumbrados. Porque si el mago se confía, si, como está diciendo estos días a quienes le visitan, cree de verdad que todo ha pasado ya y baja los brazos, volveremos a la andadas y en septiembre el relajo actual bien podría parecernos el sueño de una noche de verano.

Prolongar en el tiempo el paréntesis que se acaba de abrir significa cerrar adecuadamente la reforma laboral. Las sospechas de que Cándido Méndez andaba de nuevo husmeando por los fogones de la ley parecen haberse disipado este jueves. Con todo, las lecturas favorables al texto aprobado por el PSOE, con la abstención de CiU y PNV, que se han prodigado este fin de semana parecen un tanto precipitadas. Es cierto que las empresas podrán despedir con solo justificar “la existencia de pérdidas actuales o previstas, o la disminución persistente de su nivel de ingresos, que puedan afectar a su viabilidad o a su capacidad de mantener el volumen de empleo”, pero sigue dejando al albur de la interpretación de los jueces la valoración final de las pruebas que presenten las empresas. Es decir, que, en la mejor tradición franquista, seguiremos teniendo a la Magistratura en el centro del guiso laboral español. Por una vez, y sin que sirva de precedente, no estoy por eso de acuerdo con mi admirado Carlos Sánchez, que, en este mismo diario (“El PSOE se quita los complejos y da barra libre a los despidos”) hacía una interpretación demasiado optimista del texto aprobado.

El Gobierno sigue dando gato por liebre con las reformas

Con la crisis más terrible ocurrida en nuestra historia reciente, plasmada, de momento, en esos más de 4,64 millones de parados, es decir, en las circunstancias más favorables para meter de verdad la navaja en una legislación laboral heredera directa del franquismo, el socialismo español recula, amaga pero no da, con gran aspaviento -realzado por el sedicente enfado de los sindicatos mayoritarios- parece que va a entrar a fondo en el problema, pero se queda a mitad de camino, no hace su trabajo, no cumple con su deber, seguramente porque se lo impide “la ideología” que decía ZP. Gato por liebre. Y si esto ocurre con la reforma laboral, otro tanto podría suceder con los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2011, el segundo gran test al que después de verano deberá someterse el Gobierno para ganarse la credibilidad de los mercados. De que el Ejecutivo sea capaz de presentar unos PGE creíbles dependerá en buena medida la velocidad de salida de la crisis y la capacidad para empezar a crecer de forma perceptible. Ser creíbles implica meterle un recorte sustancial al gasto corriente. El sector privado ha hecho ya su ajuste, o lo está haciendo, por la vía dolorosa de los despidos. También las familias se han apretado el cinturón, como demuestra el comportamiento de la tasa de ahorro. Quien no ha hecho los deberes es el sector público (40% del PIB). En este contexto, el error de un Gobierno aferrado al dogma de “lo social” podría consistir en meterle mano al gasto productivo, lo que solo serviría para deprimir más la actividad, un riesgo acrecentado por la eventual subida de impuestos. Las señales que envía Moncloa no pueden ser peores: seis meses más para los 428 euros a los parados. Seguimos en la demagogia de las limosnas. ¡Viva lo social!

Además de mercado de trabajo y PGE, el Ejecutivo tendrá que llevar a cabo la anunciada reforma de las pensiones, algo que inevitablemente supondrá una considerable pérdida de derechos adquiridos en tanto en cuanto implicará prolongar la edad de jubilación. Presupuestos, reforma laboral y pensiones, tres pilares capaces de colocar a España a resguardo de tormentas como la que se abatió sobre ella aquella dramática primera semana de mayo en que el default (la noche del domingo 9 al lunes 10 en la que, según declaración propia, ZP no pudo dormir del susto, porque una agobiada Salgado le llamaba cada media hora de Bruselas para presentarle las nuevas exigencias de los ministros de Finanzas, particularmente de la delegación alemana “que dicen que quieren más, José Luis, que eso no es suficiente”) parecía inevitable. Con la prima de riesgo por debajo de los 200 puntos básicos parece claro que no habrá lugar a la intervención, es decir, no será necesario recurrir al mecanismo de rescate de los 750.000 millones acordado aquella tenebrosa noche. Zapatero ha ganado un tiempo precioso, pero el inmediato futuro depende de que no se confíe y crea que ya está todo hecho; que no baje la guardia y se tumbe a la bartola, porque, como intente engañar a los mercados tal que en ocasiones anteriores, en septiembre volverán las presiones sobre la deuda española.

España ha bajado los brazos y ha dejado de luchar

De momento, la presencia de las vacaciones cubre el paisaje con el manto de un conformismo que por todos los medios intenta olvidar los problemas por un tiempo, o al menos aplazarlos hasta septiembre. La pura verdad es que no se oye una sola opinión optimista en el mundo empresarial o financiero para la vuelta de la playa. Es posible que el derrotismo apabullante de meses atrás haya pasado a mejor vida, tal vez porque los éxitos deportivos del país han extendido un barniz de felicidad al por menor y en cómodos plazos, y porque el relajo del verano invita al sesteo, pero aquel fatalismo ha sido apenas sustituido por una resignación rayana en el conformismo. Dice Chaves Nogales en la celebrada reedición de “La agonía de Francia” (Libros del Asteroide) que “Francia no quiso hacer la guerra [a Hitler] porque se consideraba íntimamente perdida. Toda la tragedia de Francia radica en eso. No tenía fe en sí misma, ni en su régimen, ni en sus hombres”. Da la impresión de que España ha bajado los brazos y ha dejado también de luchar: en la economía como en la política. Curiosa paradoja a la Argentina: compiten sus deportistas, y con enorme éxito, mientras la sociedad civil, si es que existe, navega cual barca a la deriva, limitándose a echar pestes de su clase política.

Aun confiando en que no regresen en septiembre las presiones sobre la deuda española si, como se ha dicho antes, el Gobierno hace su trabajo, el panorama desde el punto de vista de la actividad económica sigue siendo lúgubre, con varios trimestres por delante de crecimiento negativo del PIB, más paro y ausencia de crédito para consumidores y empresas, porque la pequeña farsa de las pruebas de esfuerzo está muy bien para tranquilizar incautos, pero mientras banca y cajas no saneen de verdad sus balances (y eso cuesta, según opiniones autorizadas, entre 180.000 y 200.000 millones) no empezará de verdad a fluir el crédito. Y si esto es así en lo económico, no son mejores las perspectivas en lo que a la política concierne. La prohibición de las corridas de toros en Cataluña ha resultado ser bastante más que una decisión administrativa en contra del maltrato animal, para convertirse en una nueva muesca en la herida de esos desencuentros que parecen haberse apoderado de un país entregado de nuevo a la orgía del ¡Viva Cartagena! Los españoles de bien asisten impotentes al espectáculo obsceno de unas elites políticas decididas a blindar cada día un poco más su particular corralito de poder. También aquí parecen haber bajado los brazos, entregados al conformista “que sea lo que Dios quiera”. Quiera la diosa Fortuna que todos volvamos en septiembre imbuidos de nueva esperanza tras las vacaciones.


El Confidencial - Opinión

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