jueves, 22 de julio de 2010

Sacad las manos de la Copa del Mundo. Por Ignacio Camacho

Si no quieren escuchar el mensaje, al menos que no manipulen. Que quiten las manos de la Copa.

NO entienden los mensajes. Llevan tanto tiempo en sus burbujas enmoquetadas, circulando con las ventanillas subidas y los cristales tintados, que han perdido el oído para escuchar la voz de la calle. Millones de españoles han celebrado el triunfo de la selección de fútbol como algo que al fin ha sido capaz de unirnos por encima de la política, y a los políticos no se les ocurre mejor idea que tirarse el Mundial a la cabeza. Lo hizo ayer, en el Congreso, la vicepresidenta De la Vega, incapaz de salir del acorralamiento a que la tiene sometida su oponente Soraya Sáenz de Santamaría, un aparente peso pluma que pica como una avispa y pega con pata de mula. Al Gobierno cada vez le quedan menos oportunidades de equivocarse, pero no desperdicia ninguna.

Si hay alguna lección que extraer de la multitudinaria celebración futbolera es, por un lado, el rescate de la pasión nacional frente a los particularismos, y por otro la eficacia de la unidad ante los objetivos comunes. Pues he aquí al zapaterismo en sus trece: urdiendo pactos con los soberanistas para ahondar diferencias identitarias y utilizando la Copa del Mundo como arma arrojadiza. No bastaba con que el presidente —y ocasional ministro de Deportes, querido Antonio Burgos— se reservase para él solo la recepción de Moncloa a los triunfadores de Sudáfrica. No bastaba con la apropiación ventajista del torneo. No bastaba con excluir de la foto con los jugadores a la oposición entera, con la que se podía haber dado siquiera una imagen de agrupación efímera en torno a lo único que ha aglutinado al país en los últimos tiempos. Era menester, por lo visto, dejar bien claro que el Gobierno no ha entendido nada. Buscar gresca a cuenta del éxito común, envolverlo en la trifulca trincherista, sembrar divisionismo donde la gente quería aproximación, ensuciar con cháchara oportunista una limpia gesta deportiva asumida, por una vez, por todos. Que no quede nada sin manchar de sectarismo.

El error de De la Vega —tan eficaz cuando trabaja en silencio como desafortunada cuando ejercita una dialéctica vulgar que no le cuadra— viene a mostrar una vez más el egoísmo autista de esta dirigencia pública incapaz de ponerse a la altura del pueblo al que representa. Lo mejor del Mundial ha sido que futbolistas y ciudadanos han ido muy por delante de los representantes políticos, unos al emitir y otros al interpretar un mensaje unitario que, por lo visto, resulta imposible de decodificar pese a su lineal sencillez, a su manifiesta simpleza. Pero si no quieren escucharlo, si no les conviene entenderlo, si les estorba en su terca pugna de enconos, al menos que no lo manipulen para esta torticera y cansina dialéctica estéril. Que quiten las manos de esa Copa del Mundo que ni han ganado ni se merecen.


ABC - Opinión

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