martes, 13 de julio de 2010

Lanzas y cañas. Por M. Martín Ferrand

El presente es el problema. Empezando por la política y la pirueta catalana, y siguiendo por la economía.

UNO de los patrocinadores de la selección española de fútbol, Cepsa, publicó ayer en buena parte de los periódicos nacionales un anuncio en el que, bajo el título de «El mundo vuelve a ser nuestro», se ofrece una reproducción del cuadro de Las lanzas, la recreación de la rendición de Breda, en la que Justino de Nassau, tal cual le pintó Velázquez, le entrega las llaves de la ciudad holandesa a un «sustituto» de Ambrosio Spínola que ha reemplazado la armadura con filigranas de oro por una camiseta de «la Roja» y que lleva en la mano izquierda, en lugar de un bastón de mando, una vuvuzela. Supongo que, por las trazas, quiere ser Iker Casillas. Tras él, y tras el caballo del marqués genovés que no ha querido abandonar la estampa, abundan los integrantes de la selección que ayer, en Madrid, provocó un justificado delirio de entusiasmo colectivo en una procesión laica que, con escalas en el Palacio Real y La Moncloa para certificar la condición española del heroico grupo juntado por Vicente del Bosque, ha sido capaz de hacer vibrar al unísono a toda una Nación que, en otros aspectos y actividades, tiende a no serlo.

La gesta de la selección a la que llaman «la Roja», pero que ha vestido de azul sus victorias definitivas, es un bálsamo que alivia algunos escozores sociales y que restablece el pulso vital, y el optimismo, en la sociedad española. Es, en términos políticos, un buen epílogo para la manifestación que, el pasado sábado en Barcelona y con notable exageración numérica, quiso trasladar el PSC y a CiU el «mérito» de una iniciativa estatutaria que se debe a José Luis Rodríguez Zapatero, su impulsor, y, a lo que parece, perpetuador por la vía de los atajos y los regateos astutos a la ley y una Constitución que, mientras no tome la iniciativa de reformar, debiera ser el primero en respetar. Es, también, un prólogo adecuado para el Debate que comenzará mañana con más cañas de oportunismo que lanzas de grandeza.

No parece, contra el triunfalismo publicitario, que el mundo vuelva a ser nuestro. Más bien resulta, en función del endeudamiento nacional, público y privado, que nosotros somos del mundo; pero, sea como fuere, no convendría que los dos grandes protagonistas del Debate se pierdan, como acostumbran, en la ensoñación del futuro o en los reproches del pasado. El presente es el problema. Empezando por la política —Rajoy no debiera pasar por alto, en función de la rentabilidad electoral, la responsabilidad de Zapatero en la pirueta catalana— y, siguiendo por la economía, en donde no son suficientes las reformitas que postula el inconsistente equipo gubernamental.


ABC - Opinión

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