miércoles, 14 de julio de 2010

Estado de desapego. Por Ignacio Camacho

Mientras el pueblo se agarra a los lazos emotivos de integración, la política acentúa el divisionismo.

EL fútbol proporciona alegrías pero no soluciona problemas. Toda la balsámica catarsis del Mundial, que ha supuesto para los españoles una satisfacción paliativa de un mal momento anímico, no puede arreglar por sí sola la dañada estructura económica e institucional del país, que sigue sometida a la presión de varias crisis superpuestas de las que la más grave no es la social sino la política, porque es la que bloquea las posibles salidas y corroe los cimientos de la vida pública. La Copa del Mundo ha inyectado autoestima en el cuerpo ciudadano y ha sacudido el derrotismo de una nación resignada al sufrimiento histórico, pero también ha manifestado la falta de sintonía entre las aspiraciones de la gente y las de su dirigencia. Mientras el pueblo se ha agarrado con fuerza a los lazos de solidaridad emotiva e integración nacional que ha propiciado la épica gesta futbolera, la clase política se empeña en acentuar el divisionismo y la fragmentación a contracorriente de la opinión colectiva.

El debate del Estado de la Nación puede ofrecer hoy un retrato significativo de esa crisis de sistema. La agenda política está dominada por dos cuestiones artificiales que ahondan la sensación de un desapego autista: el Estatuto catalán y el desencuentro de los dos grandes partidos en torno a la recesión social y financiera. El primer asunto no prevalece en absoluto entre las prioridades ciudadanas y el segundo constituye un creciente motivo de alarma. El liderazgo (?) de Zapatero ha naufragado en contradicciones oceánicas que han triturado su credibilidad, y aunque la alternativa del PP permanece en una indefinición que no alcanza a cuajar en un impulso de regeneración de energía, el problema esencial continúa consistiendo en la escalofriante irresponsabilidad de un gobernante entregado al aventurerismo experimental y a la improvisación de modelos fallidos que sólo sirven para retroalimentar el caos.

Como en esta clase de sesiones no se decide nada sustantivo el presidente va a recibir con toda seguridad una tunda generalizada, pero la situación de fondo no cambiará porque los nacionalismos desean prolongar en su beneficio la debilidad de un Gobierno exánime y desmayado, proclive a entregar, a falta de dinero, nuevas concesiones políticas derivadas de su concepto relativista del hecho nacional. Por evidentes que sean las señales de una demanda popular de liderazgos integradores y mensajes unitarios, el fondo del debate oficial sigue girando sobre los impulsos fragmentarios de un modelo al que la nación es ajena. La verdadera crisis es la de esta política colapsada por su incapacidad para reformularse, hermética a cualquier autocrítica, enclaustrada en un bucle de sucesivos fracasos. Alguien tiene que romper ese circuito viciado. El país que acaba de mostrarse orgulloso de sus valores merece la oportunidad de una esperanza.


ABC - Opinión

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