martes, 1 de junio de 2010

Contrato único y huelga general. Por Valentí Puig

EL alumbramiento de las reformas económicas fundamentales ha ido produciéndose casi con dos años de retraso y aún es pronto para asegurar su concreción real. La reducción del gasto público está en germen, los cambios en el sistema financiero son sólo un esbozo y los inicios de la reforma laboral dependen de un acuerdo en el que ya nadie confía. En los tres casos, en mayor o menor proporción, Zapatero ha dado voz y voto al sindicalismo que hoy le amenaza con una huelga general. No pocos ciudadanos, casi por instinto, suponen que esa huelga general no significaría nada porque UGT y CC.OO. -cada una a su manera- tienen la frágil y endeble condición de los acompañantes de Dorothy en busca del mago de Oz. Pocos consideran que el sindicalismo tenga a día de hoy capacidad significativa de convocatoria.

En casos como el actual, el aumento del paro podría contrarrestarse con acuerdos para que los salarios crezcan menos que los precios o intentando reorganizar la producción para lograr ser más productivos. Esa es una tarea a la que, de haberlos, unos sindicatos de concertación y pacto pueden contribuir no poco. Al contrario: un análisis de FEDEA subraya que en España el crecimiento salarial real ha subido cuando más grave era la crisis. Dicho de otro modo: los acuerdos salariales entre sindicatos y patronal han contribuido al paro. En realidad, las dinámicas más razonables se han producido en los casos en que pudo prescindirse de los convenios del sector.

Elementos que destaca FEDEA: los convenios colectivos afectan al 90 por ciento de los salariados aunque sólo están sindicados entre un 10 y un 15 por ciento; es así que el sindicalismo español de hecho sólo habla en nombre de una parte reducida del mundo del trabajo, y es el que ha tenido pérdidas de empleo limitadas. El método de negociación colectiva es obsoleto y perjudicial, sinónimo de inflexibilidad. En definitiva, los sindicatos han bloqueado la tan esperada reforma laboral, la que daría algo más de oportunidades a los parados y al trabajo temporal. Para la economía y por tanto para la sociedad, lo prioritario es eliminar la dualidad entre contratos fijos y contratos temporales. Para el sindicalismo corporativista y arcaico, el contrato único es un tabú. Para la economía productiva, es causa de más paro.

¿A qué reforma laboral de fuste puede llegarse con tanta dilación y contorsionismo? Para el Fondo Monetario Internacional, esa es la reforma que puede hacer creíble las energías que se pongan en juego para incorporar la economía española a las vías de salida de la recesión. Reducir el paro, salvo que se quiere llegar a la cifra espeluznante de cinco millones de parados. Eso pudiera dar cierta confianza a los mercados, con un «sine quan non» de flexiseguridad. Es una distorsión grave que los trabajadores con nivel de protección obtengan incremento salarial mientras que el trabajador temporal pierde empleo a raudales.

Tiene que dejar perpleja a la ciudadanía constatar que la única respuesta del sindicalismo fuese convocar una huelga general, ese mito caduco que corresponde a la versión más pleistocénica de la lucha de clases. En correspondencia, un presidente de Gobierno superado por la crisis parece tenerle más miedo a ese mito de la protohistoria que a los embates reales de los mercados. Es patente que Zapatero le teme a las reformas. En este momento, el reformismo es el contrato único y la parálisis inmovilista es la huelga general.


ABC - Opinión

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