viernes, 21 de mayo de 2010

El botones. Por Alfonso Ussía

Que el botones de una sucursal bancaria en Águilas alcance la presidencia del Banco Central, quiere decir mucho.

También lo fue de Cepsa y otras sociedades dependientes del que fuera, antes de fusionarse con el Hispano y posteriormente con el Santander, el principal banco de España. Escámez hablaba con un cerrado acento murciano, que no intentaba disimular. Le molestaba ese afán ridículo de muchos de sus paisanos de pretender en Madrid una pronunciación neutra y castellana antigua. Los murcianos, y lo reímos en numerosas ocasiones el gran Jaime Campmany y el que escribe, no consiguen pronunciar dos voces plurales seguidas. O dicen «los árbole» o «lo árboles». Alfonso Escámez, con su acento de pueblo mediterráneo y fenicio, muy influido en la expresión oral por el secular poso árabe, elevó a Murcia y lo murciano a la internacionalidad. Era paisano de Paco Rabal, y de Miguel Ors, y de Jaime Campmany, y se desvivió por los suyos en el Foro madrileño. Se atrevía, incluso, con el panocho, un dialecto de su tierra que algunos quieren convertir en idioma, como si eso fuera factible. Y con ese acento de Murcia y con muy escasos conocimiento de otros idiomas, fue un gran presidente del Banco Central, lo cual molestaba sobremanera a muchos banqueros tradicionales, que presumiblemente mejor preparados que él tuvieron que dejarle paso en reconocimiento a su inteligencia.

Y era cachondo. Formidable síntesis la publicada en estas páginas por José Luis Martín Prieto. Es cierto que llamaba a Amusátegui «Anchútegui», y a «los Albertos», que intentaron tenaz y torpemente derrocarlo, «los del impermeable». Les rebajó el rango de la gabardina. Javier de la Rosa era «el florista» y le encantaba jugar a las cartas y al dominó. Martín Prieto lo compara con acierto a don Santiago Bernabéu, que también era largo, cazurro y certero. «Cuando veo al “Coscótegui” ese, me dan ganas de confesarme». Con toda claridad, a Corcóstegui, lo veía más cura que banquero.

Era un gran entendido en música y un amante de la Historia y la Literatura. En la Fundación Cepsa editó las obras de muchos escritores olvidados por las modas y los resentimientos políticos. Su apoyo fundamental vino de su predecesor en el Central, Ignacio Villalonga. Estableció en el Banco un equipo de altos ejecutivos salidos, como él, de la casi nada, pero con una experiencia y conocimientos bancarios formidables. Tejero, asesinado por la ETA; Blázquez, que fue consejero del Gobierno de la Comunidad de Madrid; Parejo; Navalpotro, un personaje peculiar al que por su aspecto ganas daban de ofrecerle una limosna y dominaba ocho idiomas sin haber salido de España. No carecía de injustos resquemores hacia las familias tradicionales, pero a la postre demostró que la profesionalidad era más rentable para el banco que la tradición.

Y tuvo suerte. El episodio que narra Martín Prieto no fue el que derrotó definitivamente a «los del impermeable», pero contribuyó a ello. Y en las postrimerías del franquismo, el que estaba llamado a suceder a Villalonga, el mayor de sus hijos, protagonizó un suceso que terminó con su futuro en la banca. Cuando aquello sucedió, el botones había conseguido el poder. Y lo hizo con su inteligencia y su visión de futuro del negocio bancario. Y con quince horas diarias en el despacho, que eso también se olvida. Excepto pronunciar dos plurales seguidas, Escámez, el botones, lo consiguió todo. Trabajando. No era sindicalista, claro.


La Razón - Opinión

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