domingo, 30 de mayo de 2010

¿Ángel o demonio?. Por M. Martín Ferrand

TANTO las encuestas como el criterio de los analistas más conspicuos coinciden en señalar a Josep Antoni Duran i Lleida como el político más valorado entre todos los españoles.

Respaldado por un 3 por ciento de los votos emitidos en las últimas legislativas, consigue más relevancia y respeto que los mismísimos José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Es más, se extiende como una mancha de aceite la idea -ignoro si espontánea o inducida- de que la abstención de CiU, tan brillante como contradictoriamente explicada por Duran i Lleida, nos ha salvado de un momento dramático. Se opone esa valoración a la más negativa que, por votar en contra, le adjudican al líder del PP. Taparse la nariz ante un olor fétido, ¿es más razonable y meritorio que tratar de ventilar el ambiente?

Posiblemente, el voto negativo de CiU, más concordante con su discurso, hubiera sido el gran fracaso de Zapatero y ello, lejos de precipitarnos en un problemático abismo, hubiera forzado al PSOE a proceder al relevo de su líder, la más fáctica y vertiginosa de las fórmulas posibles para la sustitución de quien tiene acreditada su incapacidad para enfrentarse a una crisis que no supo ver venir y a la que trata de enfrentarse con cataplasmas de abuelita antigua en lugar de hacerlo con la moderna cirugía que nos permite nuestra situación en la Unión Europea.


Sospecho que en la intención de Duran, de quien no conviene olvidar sus mañas democristianas, dominaba la prioridad de evitar unas legislativas anticipadas que pudieran superponerse a las autonómicas catalanas del próximo otoño y quitarle así brillo y oportunidad a un Artur Mas que va camino de perpetuarse con aspirante a president.

Mi admirado Francesc de Carreras, que enseña Derecho Constitucional en la Autónoma de Barcelona y civismo en La Vanguardia, contrastaba ayer la conducta, en el Senado, de José Montilla con el proceder, en el Congreso, de Duran como la antítesis entre la sinrazón y la razón. Entre la rauxa y el seny. Me atrevo a discrepar. Lo de Montilla en el Senado fue de alipori y le cuadra la imagen de la sinrazón si se aliña con unas gotas de ridículo; pero lo de Duran, por mucha admiración que genere, es un caso claro de anteposición de los intereses de un partido y un territorio a los generales de una Nación y un Estado. La perfección formal del gesto es otra cosa que, esa sí, merece vítores.


ABC - Opinión

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