miércoles, 24 de febrero de 2010

Contra el mundo laboral. Por José Antonio Martínez-Abarca

Los sindicatos están para sumar filas, no al cuerpo laboral, sino al escaqueo de él. A imagen y semejanza de sus dirigentes. Cómo van a dejar reformar una legislación laboral que está hecha para evitar que nadie se someta de nuevas a ella.

Cuando yo empezaba en esto de la tecla, quise saber, durante la última huelga general que los sindicatos le montaron al Gobierno de Felipe González, por qué las delegaciones de UGT y CCOO de mi localidad habían hecho una tradición, en fechas similares, de ir a montar el principal pollo a El Corte Inglés provistas siempre de sus principales figuras. No se me ocurrió otra cosa que infiltrarme en el piquete que se metió en el citado gran almacén una vez echadas las persianas de acero. Entonces se me apareció esplendente la verdad sobre las no muy evolucionadas cabezas de los entonces secretarios generales de las dos chupipandis en holganza, que iban megáfono en mano.

Y era ésta: los sindicatos UGT y CCOO de mi localidad no podían soportar a El Corte Inglés, por entonces una de las pocas grandes empresas saludables que aguantaban en España, pero no porque los jefes de departamento no se apuntasen a la protesta ni el seguimiento de la misma entre las dependientas fuese escaso, sino porque allí se cometía habitualmente la obscenidad de pretender trabajar, y encima con todas las garantías legales: menuda burla. Hombre, como si las garantías legales no hubiesen sido puestas para que ningún empresario incurriera en ellas. "Cómo se nota que aquí trabajáis a gusto todo el año", les gritaban indignados, azulados, casi apopléticos, los piqueteros informativos, a voz en vena. Ahí estaba la cuestión: lo intolerable, para UGT y CC.OO, no es que alguien tuviese la indelicadeza de trabajar durante una huelga general, sino precisamente el resto del tiempo.

No envidiaban a los trabajadores de "El Corte Inglés" porque éstos tuviesen lo que los temporales consideraban un buen trabajo seguro. Era porque no parecían ser porosos a lo que en realidad han pretendido siempre los sindicatos: una superestructura pública, sin empresas, que se retroalimente mágicamente a sí misma y donde no dé el callo ni Blas. Desde aquella lejana huelga general, los sindicatos "de clase" no han hecho sino confirmar aquella revelación. Están para sumar filas, no al cuerpo laboral, sino al escaqueo de él. A imagen y semejanza de sus dirigentes. Cómo van a dejar reformar una legislación laboral que está hecha para evitar que nadie se someta de nuevas a ella. Evita que nadie entre, mucho más que el que nadie salga.

No es que la concepción de los procesos de producción que tienen los sindicatos se haya quedado anticuada o decimonónica. Es que detestan, en origen, esos procesos, porque dan mal ejemplo y amenazan con extenderse. Los liberados no están para ampliar el mundo del trabajo ni unos derechos como vallas electrificadas, están para reducirlo todo lo que puedan, y, si un presidente de Gobierno lo pone en sus manos, acabar de una vez por todas con él. Están a punto de conseguirlo.


Libertad Digital - Opinión

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