martes, 10 de noviembre de 2009

Un partido contumaz. Por M. Martín Ferrand

MUY probablemente, la memoria de Chindasvinto, el rey de la España visigoda de quien dijo San Eugenio de Toledo que fue «impío, injusto e inmoral», está más viva en la Historia de España que la de Francisco Frutos, el secretario general del Partido Comunista de España al que acaba de sustituir José Luis Centella, un cordobés cincuentón, republicano fervoroso y que sostiene que Cuba y Vietnam son dos claros ejemplos de que «se puede derrotar al capitalismo». No deja de ser chocante que el PCE, siempre de espaldas a la realidad, haya celebrado su décimo octavo Congreso en coincidencia con el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, la ceremonia litúrgica con la que el mundo celebra el olvido del estalinismo; pero, con excepción de su oposición al franquismo, esa viene siendo su nota dominante desde que se desgajó del PSOE en 1921.

Centella, tan veterano como difuso en la nomenclatura de su partido, entiende que el socialismo del siglo XXI tiene como referentes a Venezuela y Bolivia. Esa contumacia comunista resulta enternecedora. Dicen luchar contra la explotación del hombre por el hombre y propugnan la explotación de la Sociedad por el Partido en radical y tenebroso olvido de que el individuo, la persona, es la unidad que sirve para medir la realidad de los derechos y las libertades. ¿Qué sentido, más allá de la nostalgia, puede tener aquí y ahora un modelo comunista que Rusia trata de olvidar y que en China se disfraza de consumismo?

Puestos al disparate, a falta de ideas y proyectos que ofrecer al respetable, el nuevo baranda del PCE, núcleo fundamental de IU y valor integrado en el tripartito que gobierna en Cataluña, dice tener «mucho trabajo por delante». «Tenemos que trabajar -concreta- para acelerar la jubilación de Juan Carlos de Borbón y buscar una salida laboral acorde con sus habilidades para Felipe». Aclarémosnos: ¿Centella pretende actuar como monologuista en el Club de la Comedia o, verdaderamente, quiere regir un partido que en las últimas legislativas consiguió cerca de un millón de votos? La falta de respeto constitucional que denotan manifestaciones dizque republicanas, como la aquí reseñada, sólo sería admisible si el PCE renunciara a la subvención reglamentaria que los Presupuestos Generales del Estado reservan para los partidos. ¿Existiría el PCE en un caldo de libertad sin la mamandurria pública?

ABC - Opinión

La hora de la sociedad civil. Por Ignacio Camacho

EN tiempos de crisis intelectual o moral, que con frecuencia coinciden con recesiones económicas, la democracia se vuelve hacia la sociedad civil en busca de una respuesta capaz de generar nuevas esperanzas. El simple hecho de llamar sociedad civil a la que se organiza al margen de los partidos e instituciones denota una sensible desconfianza respecto de la clase política profesional, contemplada como una secta estamental que reproduce el papel de las antiguas dominancias militares o religiosas. Y no poco de sectario hay, en efecto, en su comportamiento colectivo, enfermo de corrupción y de ensimismamiento. Hace unos dias Joaquín Leguina reflexionaba con escepticismo sobre el tópico de que todos los políticos son iguales; para demostrar que no lo son, venía a decir, convendría que evitasen comportarse de forma sospechosamente similar en la defensa de sus vicios de casta.

El creciente proceso de desgaste o desprestigio de la política convencional que se viene observando en la sociología española debería propiciar un resurgimiento del protagonismo civil que activase la participación democrática; sin embargo, la articulación social al margen de las estructuras institucionales no pasa del estado abstracto porque los partidos y el poder han invadido el territorio político con una vocación excluyente. Incluso la eclosión de una emergente fuerza tercerista como la UpyD de Rosa Díez, que ilusiona a sectores urbanos desencantados de la partitocracia bipolar, se basa en la popularidad y el liderazgo de una figura del establishment fuertemente connotada de profesionalidad política. Las plataformas sociales, culturales o deportivas, los sindicatos y otras esferas asociativas están intervenidas por los poderes públicos a través de potentes redes clientelares y subvenciones diversas que coartan la independencia de su funcionamiento. De alguna manera, a lo largo de treinta años de democracia el poder tradicional se ha asegurado su hegemonía mediante la anulación de cualquier forma de autonomía civil y la subordinación a sus intereses de toda modalidad participativa.

Pero las encuestas son tercas: está creciendo el hastío ante la falta de respuestas. La versión más inane de la socialdemocracia coincide con el momento más lánguido de la derecha liberal, y en esa encrucijada de incapacidades la democracia necesita una válvula de escape para no caer en las tentaciones del populismo. La única vía posible es la de la llamada sociedad civil: foros, plataformas o tribunas de reflexión que escapen del sectarismo y propicien un rearme político y moral de la exigencia ciudadana. Para las clases urbanas, para los cuadros profesionales o intelectuales refugiados en el individualismo, es la hora de volver al debate público y rescatarlo de la esclerosis si no queremos que esa queja creciente languidezca en una pasiva renuncia conformista.

ABC - Opinión

Chávez amenaza de nuevo

Llevará a Venezuela hasta el borde del abismo con tal de mantenerse en el poder y, si es preciso, la arrojará al fondo del mismo. Porque los regímenes socialistas como el de Chávez llevan dentro de sí la semilla de su destrucción.

Es habitual que los dictadores belicosos busquen cualquier excusa para rearmarse y, llegado el momento, tapar las vergüenzas propias emprendiendo una guerra contra el vecino. Chávez, que, antes de presidente de Venezuela, fue coronel del Ejército con un golpe de Estado en su haber no iba a ser una excepción. El odio que profesa por los Estados Unidos y por el Gobierno colombiano es conocido por todos y el propio Chávez lo renueva periódicamente a modo de inyección patriótica.


Las coordenadas del nuevo conflicto, por ahora, afortunadamente, sólo verbal, que maquina Chávez en su programa televisivo donde se entrega a un obsceno culto a la personalidad digno de un tirano, no hay que buscarlas en sus fobias personales, sino en los problemas que padece Venezuela y en la permanente necesidad de propaganda del régimen. A pesar de la riqueza petrolífera del país, que le proporciona jugosos ingresos en divisas, Venezuela es cada año más pobre. El descontrolado gasto público del Gobierno, la ya crónica ineficiencia administrativa y la socialización a marchas forzadas de grandes sectores de la economía han metido a Venezuela en una crisis estructural de gran calado.

Eso en la parte que toca a una economía esclava del monoproducto nacional, el petróleo, y sujeta a los vaivenes de éste en los mercados internacionales, que se encuentran muy debilitados tras la crisis financiera internacional. El petróleo no ha vuelto a acercarse a los 100 dólares/barril que es, aproximadamente, el precio sobre el que Chávez hace sus cuentas de gasto. Con el pueblo empobrecido, descontento y privado de libertades políticas y económicas, al heredero de Castro sólo le queda la propaganda, materia en la que Hugo Chávez ha demostrado ser un consumado artista.

Para que cualquier maquinaria propagandística funcione es imprescindible la invención de un enemigo mortal que amenaza la existencia de la comunidad. Si para Münzenberg fue la burguesía y para Goebbels los judíos, Chávez ha encontrado en Uribe y sus relaciones con Washington el villano perfecto. Uribe es la antítesis de Chávez. Donde uno es histriónico y faltón, el otro es contenido y cortés. Donde uno trabaja para forjar una clase media en su país, el otro la ha laminado concienzudamente en el suyo. Donde uno cree en la democracia, las instituciones y la división de poderes, el otro hace lo propio con la autocracia, los círculos bolivarianos y el Estado omnipotente.

El tiempo está poniendo a cada uno en su sitio hasta el punto que Colombia ya no admite comparaciones con la desdichada Venezuela. Eso no pasa desapercibido para un aprendiz de tirano como Chávez. Necesita la confrontación para motivar a los suyos y para ocultar el fracaso sin paliativos de su revolución. Llevará a Venezuela hasta el borde del abismo con tal de mantenerse en el poder y, si es preciso, la arrojará al fondo del mismo. Porque los regímenes socialistas como el de Chávez llevan dentro de sí la semilla de su destrucción.

Libertad Digital - Opinión

La Europa de la vergüenza. Por Andrés Aberasturi


Es bueno celebrar, veinte años después, la caída del muro de Berlín y felicitarnos todos por lo demócratas que somos, por lo bien que nos llevamos y hasta por cómo nos emocionamos en aquel momento histórico -fue realmente el fin del Siglo XX- al que llegaron tarde incluso los fotógrafos y las teles. Pero sería injusto no recordar también la Europa de la vergüenza, aquellos políticos que mantenían cínicamente un doble lenguaje: clamaban por la libertad en sus discursos oficiales pero ninguno daba un solo paso al frente por conseguir la reunificación de Alemania, la caída de esa monstruosidad política, pero sobre todo humana, que fue el maldito muro. Esa Europa de la vergüenza es la misma que miró hacia otro lado cuando la invasión de Hungría, la misma que en la primavera de Praga permitió sin apenas pestañear que los jóvenes checos se enfrentaran con piedras a los inmensos tanques rusos.

Esta Europa que hoy se felicita en el aniversario de la caía del muro, tuvo un comportamiento bien diferente veinte años atrás. No hablo de los europeos sino de sus políticos, de los tres grandes nombres que dejaron completamente solo al enorme Helmut Kohl que aquella noche mágica recibió una única llamada de de apoyo y solidaridad de un joven socialista, presidente del Gobierno de una joven democracia llamada España: Felipe González. El resto fue silencio en el mejor de los casos, hipocresía y hasta cinismo: Giulio Andreotti no dudaba en afirmar que quería tanto a Alemania, que prefería que hubiera dos en vez de una. La dama de hierro desde la Gran Bretaña desengañaba a sus colegas: una cosa es lo que se decía en público y otra la realidad y la realidad era que el Reino Unido prefería claramente dos estados alemanes a uno solo mientras Mitterrand ponía toda suerte de dificultades temeroso de una gran Alemania llamada a liderar la futura Europa marginando de alguna forma el papel protagonista de Francia.

Desde la óptica política se pueden entender estas posturas; desde la ética democrática lo que los líderes de Londres, Paris y Roma defendían era la continuidad en el corazón de Europa de 155 kilómetros de muro, 302 torres de vigilancia, 14.000 guardias fronterizos, 600 perros guardianes y quien sabe cuántos muertos: se calculan entre 239 y 800 que nunca llegaron a la libertad. Es difícil entender desde la conciencia que los intereses político/económicos de quienes se proclamaban líderes democráticos alcanzaran cotas de tanta mezquindad.

Repasando estas cifras y por mucho eurocomunismo que se inventara en su momento, duelen las declaraciones de Frutos diciendo que demagogias las justas en referencia al Muro de Berlín o las del recién elegido secretario general del PCE, José Luis Centella, cuando afirmaba que "El partido reivindica su pasado heroico, y no tenemos que avergonzarnos ni pedir perdón por nada, sino que hay que luchar para que no nos quiten la memoria" y lamentaba que algunos quieran hacer pasar por "verdugos" a los comunistas, cuando han sido las "víctimas" de la historia. Pues me temo que va a ser que no, señor Centella.

Periodista Digital

El muro. Por Alfonso Ussía

Cuando un sistema se ve obligado a levantar un muro para impedir que la gente huya hacia otro sistema, es que todo falla. Había llegado al Papado un hombre de la Iglesia perseguida, ajeno y lejano a la Curia. Lo decía su Secretario de Estado, monseñor Casaroli. «El problema de Juan Pablo II es que cree demasiado en Dios». Un actor mediocre que irritaba mucho a la Izquierda, Ronald Reagan, gran Presidente de los Estados Unidos, demostró la vejez y chatarrería militar soviética. Y un comunista pragmático, Mihail Gorbachov, lo entendió todo. «Esto no tiene sentido y ha llegado el final». A muchos kilómetros de Berlín, en su insultante palacio de Bucarest, el eterno anfitrión de Santiago Carrillo, el asesino Ceacescu, mostraba con un gesto de extrañeza su incredulidad ante lo que oía. El pueblo rumano le gritaba «Muera Drácula». Con su mujer Elena, se fugó en un helicóptero, pero de nada le sirvió. No pudo disfrutar de los miles de millones de dólares que guardaba en Suiza y otros paraísos nada comunistas, por cierto. Ceacescu y Elena fueron fusilados por quienes ellos creían sus soldados después de un juicio extravagante, en el que su abogado defensor le acusaba más que el fiscal. Y en Berlín, ante la pasividad de los centinelas de la Alemania comunista, de un lado y del otro del muro, decenas de miles de jóvenes derribaron el hormigón ignominioso que separaba la libertad de la prisión.

Veinte años han pasado. La URSS staliniana y leninista se desgajó. Y Rusia es una gran nación que poco a poco recupera la normalidad. Alemania es una. Las naciones sometidas a la bota comunista, unas mejor que otras, han emergido y forman parte de la Unión Europea. El Pacto de Varsovia es memoria. En China, las autoridades comunistas llevan a cabo sorprendentes experimentos capitalistas. Una isla, amadísima por los españoles, queda por ahí aislada del futuro y sometida a la miseria de su llamada «Revolución», con el ochenta por ciento de su presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas y policiales. En breve caerá el invisible muro de su vergüenza desde el malecón a las aguas caribes. Todo el mundo se ha citado en Berlín para celebrar la reunificación alemana y el fin de la ruina comunista en Europa. Es la gran noticia de hoy.

En España, simultáneamente, ha tenido lugar un suceso bastante divertido. El PCE, Partido Comunista de España, ha organizado su decimoctavo Congreso. Leo que ha sido designado nuevo líder del comunismo español un chico llamado José Luis Centella. Allí muros caídos, y aquí, antiguos, viejísimos, artríticos puños en alto. No se han enterado de nada. Ha dicho Centella que el comunismo no tiene que pedir perdón ni sentirse avergonzado. Son centenares de millones de personas en el mundo las que han muerto asesinadas por el comunismo por buscar su libertad. Pero Centella no se avergüenza. Importa un bledo lo que Centella diga y lo que Centella haga. Cada día son menos. Pero el contraste resulta estremecedor. En Alemania, el mundo reunido para celebrar la luz de la libertad. En España, un grupete de exaltados, empeñados en permanecer en su pequeño campo de concentración. Centella, alegra esa cara, tío, y documéntate.

La Razón - Opinión

La profecía incumplida. Por Cristina Losada

El "nosotros también tuvimos Muro" de Zapatero no es el mero balbuceo de la ignorancia. Revela un conocido y compulsivo afán: relativizar, mediante la equivalencia moral, el horror causado por la idea comunista.

El 9 de noviembre de 1989, la crítica situación de Alemania oriental no figuraba en el orden del día de los dirigentes de la Unión Soviética. A Gorbachov y sus camaradas les preocupaban mucho más los problemas internos. Veinte años después, la caída del Muro y el fulminante hundimiento del comunismo, tampoco están, en realidad, en nuestra agenda. Bastantes enredos tenemos como para ocuparnos de un acontecimiento histórico. He ahí un error. Considerar que aquello pasó y hoy sólo es carne de reportaje. Resulta difícil traer al presente el enorme poder que tuvo el comunismo. Y no donde era doctrina del Estado, que allí no albergaban ilusiones, sino donde no lo era. Hablo de su poder sobre las conciencias. Incluso cuando la luz del Kremlin había declinado y el paraíso andaba de mudanza constante. Incluso ahora.


Los fieles del comunismo componen una nota marginal y folklórica. Sin embargo, cuántos siguen juzgando aquella ideología no por sus resultados, sino por sus intenciones. Y cuántos permanecen aferrados a algún salvavidas similar al que lanzó en su día el filósofo marxista George Lukacs: "Aún el peor socialismo es preferible al mejor capitalismo". El anti-comunismo todavía es anatema en nuestra izquierda. La efeméride berlinesa se reduce, así, a la demolición de una tapia que separaba a los alemanes o a la señal del fin de la Guerra Fría. Nada le pasó al comunismo, pues, como se ocuparon de redefinir tras su colapso, no era tal lo que había en la URSS y sus satélites. Desde el diario El País advierten que el mal no radicaba en la búsqueda de la "justicia social", sino en los medios empleados. ¡Justicia social! Cómo se hubieran tronchado Lenin, Stalin, Ceaucescu o Pol Pot de haber visto expresados sus propósitos con un concepto tan próximo a la doctrina social católica.

Nadie predijo la rápida caída del imperio comunista, pero hay que recordar cuál era la profecía que venían actualizando varias generaciones de intelectuales desde el confort de la democracia: la debacle del capitalismo. Qué terrible disgusto que ocurriera lo imprevisto. Pasado el sofoco, eludidas las lecciones, entregados a los subterfugios, regresa la profecía incumplida al imaginario ya no progresista, sino progre. La miseria, la injusticia y las masacres impiden absolver al comunismo, pero, ah, nada de eso vindica al liberalismo, sino todo lo contrario. Aún hay, sin embargo, cogitaciones más sonrojantes. Zapatero, de visita en Polonia, equipara el comunismo a la dictadura de Franco. Su "nosotros también tuvimos Muro" no es el mero balbuceo de la ignorancia. Muestra algo más que la descomposición intelectual de la izquierda postcomunista. Revela un conocido y compulsivo afán: relativizar, mediante la equivalencia moral, el horror causado por la idea comunista. Por la utopía, en fin, de una sociedad perfecta.

Libertad Digital - Opinión

La lección jamás aprendida. Por Hermann Tertsch

PRECIOSA ceremonia en Berlín con motivo del veinte aniversario de la caída del Muro de Berlín. Todos los dirigentes europeos, jubilados y en ejercicio, reunidos junto a la Puerta de Brandenburgo para recordar una de las triquiñuelas de la historia más gamberras de las que tenemos noticia. Porque aquel día, el régimen criminal comunista de la República Democrática Alemana no tenía la menor intención de abrir la frontera con Berlín occidental ni de concederles la libertad a sus ciudadanos. Ni el señor Mijail Gorbachov, pese a todos sus méritos en reconocer la ruina del proyecto del socialismo real soviético e intentar infundir algo de sentido común al régimen, tenía la mínima idea de que aquel día se avenía la libertad para millones de alemanes. Aunque hoy el señor Gorbachov sea alabado con muchísima justicia en Berlín. Sin él como jefe máximo del Kremlin es muy posible que todos los cambios que ya se habían producido en Centroeuropa no hubieran sido tan pacíficos. Polonia ya había celebrado elecciones y Hungría ya había proclamado abiertamente su decisión de desplegar su vocación nacional occidental milenaria. Solo una operación militar masiva con muchos miles de muertos habrían retrasado, que no evitado, lo que estaba sucediendo. Pero la descomposición del régimen de la RDA había llegado, después del cese de Erich Honecker a un punto tal entre sus camaradas dirigentes que a nadie puede extrañar que el señor Günther Schabowski, jefe del partido socialista unificado (SED) en Berlín no tuviera ni la más remota idea de qué significaba la disposición del máximo órgano del régimen cuando tuvo que interpretarlo en público en la célebre conferencia de prensa en la que dijo que las medidas se aplicaban de inmediato. Y todos entendieron que podían viajar desde ese mismo minuto. Nada más lejos de la intención real del régimen. Pero ese malentendido puso en marcha unos acontecimientos ya absolutamente imparables. En realidad el régimen totalitario y criminal soviético impuesto en toda Europa Central después de la caída del nazismo había llegado a un nivel de inviabilidad que sólo una represión masiva de tipo asiático podía haberlo mantenido durante un tiempo muy limitado.

Fueron muy emocionantes los actos de ayer, conmovedores para quienes conocimos bien los sufrimientos de la población y los abusos del poder de los peores, producto de la selección negativa en el movimiento comunista. Hubo palabras bellas de algunos de los principales líderes europeos, todas evocadoras de aquella frase en la que Don Quijote le habla de la libertad a Sancho y le dice que por ella hay que ser capaz de darlo todo incluso la vida. Quienes no valoran la libertad lo suficiente como para arriesgar la vida por ella gozan de la misma de prestado, gracias a aquellos que sí saben que vivir sin libertad no es vivir plenamente. Y que durante setenta años en la URSS y cincuenta en sus estados vasallos se jugaron libertad y vida y muchas veces perdieron ambas. Millones de cadáveres y muchas decenas de millones de seres humanos enterrados en vida en regímenes opresores son el único legado de la aventura criminal que en principio creímos enterrada aquel nueve de noviembre. Un nueve de noviembre en el que también se conmemora la entrada en plena actuación de la otra gran maquinaria del terror del siglo XX que fue la noche de los Cristales Rotos en el propio Berlín, cuando el régimen nazi se quita definitivamente la máscara y comienza la política de exterminio de los judíos europeos en 1938. Que el puñado sectario de comunistas españoles digan en su Congreso que no tienen nada de que arrepentirse es un miserable alarde de lo peor del nazismo y el comunismo. Son los irreductibles para los que su propia miserable idea vale más que la vida y los sufrimientos de millones de seres humanos. Serían capaces de repetir todo lo hecho. Y que nuestro presidente del Gobierno dijera ayer que el hundimiento del comunismo era equiparable a la muerte del dictador Franco supone un insulto y una trivialización de los crímenes comunistas en Europa que produce náuseas.

ABC - Opinión

Rajoy, Arenas, Cospedal y Tal y Tal: ¿cuándo expedientáis a Fraga?. Por Federico Jiménez Losantos

Vaya por delante que decir lo que uno piensa sobre la dirección del partido, sea cual sea el partido y sea cual sea la dirección, me parece saludable, democrático y lo manda la Constitución. Pero ya que el marianismo en pleno, incluido el Álvaro de Luna de Rajoy, que es Camps, ha decretado la Ley del Silencio dentro del PP, tras la embestida de Fraga contra los presidentes del PP y la Comunidad de Madrid y Valencia –a Camps le imputa los delitos de trajeo y trajineo, como el dizque espiado Cobordón hizo con Aguirre, aunque no a satisfacción de Fraga– el Politburó del PP debe demostrar que la amenaza iba en serio. Y, naturalmente, abrirle expediente al Presidente Fundador, Veterano o Terry.

Arenas, al que se le está desmandando el rebaño, acaso porque no se atreve a pastorearlo con todas sus consecuencias, ha vuelto a decir, casi al tiempo del exabrupto de Fraga, que "los micrófonos no están para criticar a los compañeros de partido". Bien es verdad que dentro del partido tampoco se puede criticar a Rajoy y sus Marianos Automáticos, así que lo que Arenas predica realmente es que en el PP todo el mundo chitón y mucho cuidadito.

Todavía resuena la crítica de la Fatal Cospedal a su "madrina" Aguirre por no haberse presentado ante el gangbang de Génova 13, Rue del Percebe, donde habría sido maltratada por los siempre derrotados caudillitos del PP. Todavía resuena el ensordecedor silencio de la pandilla genovesa sobre el respaldo inmediato e incondicional de Gallardón a las mentiras de Cobo, cuya suspensión de pagar las cuotas, siendo tan escandalosamente ridícula, bien podría haber compartido su amo moral, ese enemigo de la libertad, amante del amor y amigo del déficit y la deuda ruina, sito en Ambiciones. Y todavía, al escribir esto, no tengo noticias de que Rajoy, Arenas, Cospedal y Tal y Tal le hayan abierto expediente a Fraga, gran protector de Gallardón, al que hizo sustituir a Verstrynge tras su hazaña como abogado del líder de AP al secuestrar por dos veces la revista Cambio 16, que había publicado que Almirón, escolta de Fraga, era o había sido de la Triple A. Ya se sabe que el respeto a la libertad de expresión, sobre todo si la ejerce la derecha liberal, es una de las características más acusadas de Gallardón.

Si no expedientan a Fraga, como no expedientaron a Gallardón ni exigieron dejar el cargo de portacoz del Ayuntamiento al expedientadito Cobo, los del Politburó del PP ya no tendrán excusa ni siquiera cuando los atropellen a ellos. Que los atropellarán.

El blog de Federico