domingo, 8 de febrero de 2009

Multitudinaria manifestación de Galicia Bilingüe puede con las hogueras de la imposición y las pintadas "nazionalistas"

La víspera, pintarrajearon sedes del PP y de UPyD. Este domingo, en las horas previas a la maniferstación convocada por Galicia Bilingüe a favor de la libertad, facinerosos adeptos al Partido Socialista de Touriño o al Bloque de Quintana intentaron cerrar los accesos a Santiago de Compostela, cruzando contenedores y bloqueando carreteras con hogueras.

También hubo agresiones directas contra la marcha. El grupo, que se opone a la imposición del gallego en la enseñanza, sufrió el ataque de bandas deindependentista que arrojaron objetos contra la cabecera de la multitudinaria comitiva.

Alrededor de 400 policías antidisturbios cargaron contra los radicales, pertenecientes a gruipos como BriGa (Brigadas Galeguistas), Nos, Ceivar y Primeira Linhia. Hay al menos un detenidos, Carlos Morais, precisamente uno de los cabecillas de Primeira Linhia.


Los disturbios se extendieron al casco viejo de la ciudad, en donde se han producido grandes destrozos, sobre todo en entidades bancarias, que han sido atacadas con piedras y botellas. Asimimo, los radicales lanzaron objetos contra la fachada de la sede de El Correo Gallego.

La manifestación de Galicia Bilingüe, que marchó bajo el lema 'Quiero libertad para elegir' para criticar la "imposición lingüística" de la lengua gallega en la comunidad, llegó a la plaza de Quintana en el centro de Santiago, en donde se concentraron cerca de 5.000 personas.

LAS PINTADAS DE LA VÍSPERA AVISABAN

Con los colores de la bandera española, amarillo y rojo, se gestó el ultraje:
«PP y Galicia Bilingüe, enemigos del gallego».
Con tal acusación, escrita en la lengua propia de Galicia, amanecieron las sedes populares de Ferrol y Narón (ambas en La Coruña).

Las pintadas portaban la firma de las Brigadas Independentistas Gallegas. En la web de esta organización radical hay duras críticas hacia la manifestación convocada este domingo en Santiago por Galicia Bilingüe, plataforma ciudadana que preside la viguesa Gloria Lago, contra la cruzada galleguista y a favor de la libertad de elección.

Contestando a lo que llaman «agitación anti-gallega», muestran en su página imágenes de paredes con más vituperios, como «que se vayan preparando» o «bilingüismo es españolismo», y amenazan con una contraprotesta. No se han quedado en meras palabras.

Antes del comienzo del acto cívico de Santiago de Compostela, los facinerosos e intolerantes intentaron arremeter contra la gente, lo que forzó dos cargas policiales para restablecer el orden y la detención de, al menos, uno de los "nazionalistas".

El local de Unión, Progreso y Democracia en Orense también apareció manchado de pintura. Rosa Díez ha estado presente en el acto de Santiago de Compostela.

El PP criticó la actuación «incívica e intolerante» de estos vándalos. UPyD, que apoya la marcha de este domingo, denunció manchas de pintura en su local de Orense, que vinculó a «colectivos molestos con los principios que representa el partido».

Numerosas entidades sociales y partidos políticos han dado su apoyo a la manifestación de Galicia Bilingüe, iniciada en Santiago a las 12 horas del domingo.

El objetivo de la marcha, que partió de la Alameda, es que las organizaciones que concurren a las próximas elecciones incluyan en sus programas el rechazo a las «imposiciones lingüísticas de la Administración y en la defensa de la libertad de uso de las lenguas oficiales y la de elección por parte de los padres del idioma en que sus hijos deben recibir la enseñanza en los centros educativos».

Periodista Digital





Crónica de Elentir que facilita este enlace para ver las imágenes de la manifestación

Corrupción de dos velocidades. Por Ignacio Camacho

A Felipe González lo echaron del poder el tiempo y la soberbia, pero el hartazgo que ambos factores provocaban no cuajó hasta que se combinaron en la opinión pública con un triple escenario de paro, despilfarro y corrupción. La gente soportó el desempleo con estoicismo social, y se aguantó el derroche con la esperanza de que el país progresara, pero cuando a todo eso se le unió la evidencia de una gangrena que corrompía el Estado se produjo un cortocircuito político que achicharró al régimen felipista. Pues bien: de esos tres cables pelados capaces de electrocutar a un Gobierno cuando se juntan, el de Zapatero ha tardado la mitad de tiempo que el gonzalismo en pisar los dos primeros.

Y además le ha sucedido de forma simultánea, lo que acelera los tiempos de la temperatura crítica. El escandaloso dispendio institucional de Galicia y Cataluña, con sus coches tuneados, sus cristaleras «high tech» y sus sillas de 2.000 euros, se vuelve especialmente irrritante en medio de una coyuntura económica que produce 7.000 parados al día. El Gobierno es consciente de ello y por eso se apresura a construir fusibles que impidan el chispazo final capaz de hacer saltar el sistema. La estrategia consiste en exhibir escándalos de corrupción que salpiquen a su adversario.

Con una Fiscalía dispuesta a hacer un trabajo selectivo, no es difícil espigar episodios comprometidos en las autonomías, donde se ha refugiado la arbitrariedad del tráfico de favores y el abuso de poder. Lo que viene sucediendo es que el Ministerio Público actúa discrecionalmente con dos raseros y dos velocidades; una rápida y eficaz para los ámbitos gobernados por el PP y otra de ritmo lento y moroso para las tramas tejidas bajo responsabilidad socialista. Por desgracia el Estado autonómico ofrece en su variopinta estructura clientelar fisuras de todos los colores, pero no deja de ser curiosa la diligencia con que la iniciativa judicial se emplea en Baleares o Valencia mientras se vuelve espesa en Andalucía o Cataluña. Incluso en una misma comunidad como Madrid parece haber distinto criterio en la investigación de los presuntos mangazos de Boadilla y los de Ciempozuelos o Pinto, según a quien apunte la dirección de la sospecha. Demasiada reiteración para obedecer a la casualidad de lo aleatorio.

Claro que en esto no valen proporciones. El único grado de corrupción tolerable es cero; no basta con resultar menos corrupto que el de enfrente. En ese sentido, el PP va a tener problemas, porque un poquito de corrupción, aunque sea antigua, es mucha. Y el principal de esos problemas consiste en que mientras ardan sus propios cables no podrá unir la tríada con que quemar los del Gobierno.

ABC - Opinión

Cursis de ahora y de siempre. Por Arturo Pérez-Reverte

Suele decir el veterano y respetabilísimo Carlos Castilla del Pino, buen amigo y excelente compañero de la Real Academia Española, que toda cursilería es una forma de impostura, y que detrás de cada cursi se oculta un canalla o un embustero. El otro jueves se lo oí decir de nuevo, y me quedé con la copla, que resulta especialmente adecuada en los tiempos que corren. No sé si el espíritu será exacto o no; aunque, como prestigioso psiquiatra que es, Carlos tiene mi confianza, pues conoce el paño. Por no salir de la RAE ni de su diccionario, de las tres acepciones que tiene esa palabra, quizá mejorables –y en eso andamos–, las más significativas son las dos primeras: «que presume de fino y elegante sin serlo», y, dicho de una cosa, que «con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto». Pero los tiempos cambian, y la gente con ellos; o tal vez sea la gente la que termina cambiando los tiempos. El caso es que, habiendo como hay todavía cursis de los de toda la vida, ortodoxos y de pata negra, y habida cuenta de que el término `elegante´ no es el que mejor define los modos, maneras y aspiraciones actuales, la palabra `cursi´ –las palabras también están vivas y evolucionan– se interna con nosotros en el siglo XXI, enriqueciéndose con nuevas connotaciones y variantes. Ampliando su territorio semántico, por decirlo también de un modo a juego, o sea, cursi. Su polivalencia. Eso ocurre en todas partes, claro. Y en España, para qué les voy a contar.

Lo que más se ajusta hoy a la versión moderna de cursi es, en mi opinión, lo políticamente correcto. Aquello que, con apariencia de puesto al día y buen rollito, resulta ridículo y de mal gusto en boca de un fulano que presume, sin serlo y alardeando de ello, de abierto, de puesto al día, de yupi-yupi chicos, de tener todo el día a Pepito Grillo, a Bambi y al borreguito de Norit sentados en el regazo. Y digo que presume sin serlo, porque no me cabe en la testa que alguien con dos dedos de frente –los tontos ya son otra cosa– pueda ser, en el fondo de su corazón, tan sincera y rematadamente gilipollas. Un ejemplo de esto, tomado al buen tuntún, es una reciente circular de la comisión de coeducacion (sic) del Centro del Profesorado de Málaga, que tras encabezar «Estimados compañeros y queridas compañeras» –a cada cual lo suyo, queridas ellas y estimados ellos–, se dirige, en sólo veinte líneas, a «a vosotros y vosotras» y «a todos y a todas», por si están «interesados o interesadas». Dejo al criterio del lector establecer si los firmantes del asunto –un pavo y dos pavas con nombres y apellidos– se creen de verdad lo del estimados y queridas, si se trata de cursis en el sentido clásico o moderno del palabro, o si son, simplemente, tontos de remate.

Y es que en lo cursi posmoderno, o como se diga, el problema reside en que no siempre resulta fácil distinguir. Establecer, por ejemplo, si la bonita anécdota de los juegos de guerra de los ejércitos norteamericano y español puede ser calificada de cursi a secas o entra en el terreno de la imbecilidad absoluta. Las fuerzas armadas gringas tienen un juego llamado American’s Army que desarrolla un programa de combate útil como simulador y entrenamiento de acción bélica rural o urbana. Por su parte, las fuerzas armadas españolas colgaron hace algún tiempo en la red un juego de estrategia cuyo título no adivinarían ustedes por más vueltas que le dieran: Misión de paz –sabía que no lo adivinarían nunca–, a base de reconstrucción y reparto de ayuda humanitaria; que, como todo el mundo sabe, es la razón intrínseca de cualquier soldado. Y no me digan ustedes que esa bella, amable, conmovedora imagen de los soldados y soldadas españoles y españolas desfilando marciales y marcialas con las cartucheras y cartucheros llenas y llenos de Frenadol, tiritas y biberones, camino de Afganistán con la cabra de la Legión disfrazada de Beba la enfermera, no merece un huequecito en la futura edición del diccionario de la lengua española. O dos.

Afortunadamente, lo cursi de toda la vida también sigue ahí, dando solera ortodoxa al invento. Aunque surjan, al compás moderno, nuevas formas de entender el asunto, la cursilería clásica se mantiene tradicional como ella sola, inasequible al desaliento. Con vista al frente y paso largo, haciéndonos pasar buenos ratos echando pan a los patos. Vean, si no, lo que escribe un lector bilbaíno, ebrio de santa cólera después de haber leído en esta página pecadora la frase –rotundamente laica– `dar un par de hostias´: «Ante la reiterada y continua vulneración de los más elementales principios de respeto a la fe cristiana de los lectores, pisoteando, mancillando, agraviando y ultrajando a la Sagrada Eucaristía con su léxico blasfemo, irreverente, procaz y grosero, ruego sean subsanados y reparados hechos y situaciones de este cariz y contexto».

XL Semanal

El escándalo de Villa P$O€ en Galicia

Moda. Por Jon Juaristi

DOÑA Emilia Pardo Bazán, protofeminista, le dijo una vez a Valle Inclán: «Joven, para ser gallego y buen escritor hay que llevar faldas, como Rosalía, servidora y el padre Feijoo». No aseguro que Fernández de la Vega conozca la anécdota, aunque, en sus relaciones con la Secretaría de Estado del Vaticano, ha desarrollado un pintoresco estilo indumentario de sabor eclesial que está en la línea de lo que sugería la condesa y requiere un análisis semiótico de urgencia. Se me ocurren varias razones para proceder al mismo. La principal, que las apariciones estelares de la vicepresidenta junto a monseñor Bertone han dejado al público flipando en technicolor, y la semiótica está para eso: para que, puesto que hay que flipar, la gente sepa al menos por qué flipa. La segunda, que, según muchos opinan, el más desconcertado ha sido el propio cardenal, cuya primera comparecencia ante los medios, el miércoles, se agotó en una glosa admirativa del cromatismo de su acompañante. Si tal desconcierto fuera real, resultaría preocupante, no porque sea impropio de un príncipe de la Iglesia piropear a una ministra (a veces, razones de Estado exigen hacerlo incluso con Fernández de la Vega), sino por el hecho de ser monseñor Bertone piamontés y paisano de Umberto Eco. Como nadie ignora, la primera industria del Piamonte es, precisamente, la semiótica, es decir, el fármaco que combate con mayor eficacia la fascinación visual, descomponiéndola en sus elementos.

Desde su anterior visita a monseñor Bertone en otoño de 2007, Fernández de la Vega ha demostrado ser muy consciente de que el signo es un campo de batalla, y por eso, creo yo, acudió a la audiencia vaticana disfrazada de Juana de Austria, alias Mateo Sánchez, la única mujer que Ignacio de Loyola admitió en la Compañía de Jesús. Si recuerdan ustedes los retratos de la hermana de Felipe II, madre del infortunado don Sebastián de Portugal y Regente de España tras el retiro a Yuste de su augusto padre, no les quedará duda de cuál fue la fuente de inspiración de la vicepresidenta en aquella ocasión. El impactante modelito suprimía la gorguera visible en los cuadros de Moro y Sánchez Coello, pero se compensaba con un aparatoso solideo colocado a la remanguillé, como si fuese la boina del Che Guevara o la gorra del general Modesto.

En el encuentro de Madrid, la ministra se decidió por un conjunto cardenalicio de campaña compuesto a partir de la abundante iconografía de Richelieu en el sitio de la Rochelle (con medias violetas idénticas a las que llevaba Charlton Heston en Los cuatro mosqueteros, de Richard Lester). Se trata de una solución barroca y alborotada, como batida por el viento atlántico y los arcabuces hugonotes. El propio monseñor Bertone reconoció, aparentemente impresionado, que la ministra le superaba en pompa y colorido, y es que la elegancia talar católica, conservadora por definición, se enfrenta, en el caso de Fernández de la Vega, a una versatilidad compulsiva. Para la Iglesia, la vestimenta de los clérigos es tradición y símbolo permanente. Para los modernos y para los modistos, puro signo portátil, potestativamente alterable, trasladable a diferentes contextos comunicativos y susceptible de adquirir significaciones diversas.

El vestido siempre dice algo, pero la indumentaria sacerdotal, por el contrario, se niega a decir otra cosa que ella misma. Instituye una separación: segrega y acota. La modernidad, en sus versiones más secularizadas (y la moda es una de ellas) no admite ámbitos sagrados, escindidos. Si no los puede abolir, los imita para desacralizarlos. Al vestirse de jesuita o de obispo, la vicepresidenta pretende comunicar al espectador la ilusión de un poder espiritual legitimado para sustentar una moral antagónica a la cristiana, pues el progresismo exige ser aceptado como religión perfecta. Y ahí estuvo muy digno monseñor Bertone, aburrido, supongo, de las gansadas estrafalarias de esta señora. Admitió deportivamente que Fernández de la Vega le ganaría en la pasarela, y se abstuvo, con tacto diplomático, de añadir lo que la Iglesia sabe de sobra, es decir, que el diablo, mono de Dios, viste de Prada.

ABC - Opinión

Dos gallardones con piel de mayor oreja. Por Emilio Campmany

Basagoiti y Feijóo

«Al PP le pasa hoy lo que a algunos matrimonios, que para que las cosas se puedan poner bien, primero se tienen que poner muy mal. Por eso, hace falta que Basagoiti, Feijóo y, ay de mí, Mayor Oreja pierdan las elecciones a las que este año se presentan.»

Al gallardonismo marianista no le gusta ser entrevistado en la COPE. Cuando Polanco acusó al PP de Rajoy de añorar la Guerra Civil, la gallarda reacción en el partido fue precisamente la de negarse a ser entrevistados por los medios propiedad del fallecido magnate. Al poco, sin que el viejo tiburón se retractara en público, cobardemente acordó volver a dejarse entrevistar. Algo parecido tuvo que ocurrir cuando la COPE decidió criticar con vehemencia el giro protagonizado por Rajoy tras perder las elecciones de marzo. Si se fijan, por la emisora ya no pasan más que los viejos guardianes de las esencias, Aguirre, Mayor Oreja, Montoro y pocos más.


¿Pasan? Pasaban, deberíamos decir, porque esta semana que termina ha visto peregrinar a la emisora, no a uno, sino a dos gallardones con piel de mayor oreja. Naturalmente, hablo de los dos candidatos marianistas a las elecciones vascas y gallegas, los señores Basagoiti y Núñez Feijóo. Cuando el calendario electoral aprieta, el gallardonismo hace de tripas corazón y acude adónde haga falta a rebañar votos de esa derechona cavernícola y burrángana a la que desprecian, pero que necesitan cuando llega la primavera de las urnas. En la emisora, Basagoiti cantó las muchas virtudes que adornan la personalidad de María San Gil y Feijóo se hartó de hacerse cruces por las trabas que el Gobierno de Galicia pone a los padres que desean que sus hijos sean educados en castellano.

Fue lamentable el espectáculo de ver a estos dos camaleones disfrazarse de lo que nunca han sido para adular a esos electores de los que reniegan fingiendo tener los principios cuya traición es precisamente la que les ha permitido estar donde están. Y qué pena da ver en las encuestas cómo esa adulación va dando poco a poco alguna renta.

Ahora, por mucho que suba el PP en las encuestas, en el País Vasco no puede ocurrirle nada que realmente importe. Será con toda seguridad la tercera fuerza y no formará parte del Gobierno. Sin embargo, en Galicia, conforme Feijóo adquiere destreza en fingirse parte de esa derecha con principios de la que abomina, más se aproxima a la mayoría absoluta que necesita para gobernar. Pero los electores del PP deben recordar que su victoria, de producirse, no será la de sus principios, sino la del gallardonismo marianista.

Los progres que abarrotan los medios de comunicación quieren hacer creer al electorado del PP que la división que la derecha y el partido padecen es fruto de una fractura ideológica, en la que unos, los gallardonitas, son moderados y otros, donde está la mayoría de los oyentes de la COPE, son la derecha troglodita. No es así. Lo que les separa no es dónde se colocan ideológicamente, sino el valor que le dan a los principios. Unos piensan que son prescindibles cuando estorban para alcanzar el poder, y otros creen que nunca se puede renunciar a ellos, mucho menos con el espejismo de esperar que su sacrificio será el que traiga la victoria.

Al PP le pasa hoy lo que a algunos matrimonios, que para que las cosas se puedan poner bien, primero se tienen que poner muy mal. Por eso, hace falta que Basagoiti, Feijóo y, ay de mí, Mayor Oreja pierdan las elecciones a las que este año se presentan. Así de simple. Así de duro.

Libertad Digital - Opinión

Despilfarro y ocultismo

EMILIO Pérez Touriño es un político cuya gestión como presidente de la Xunta de Galicia se recordará por su complacencia hacia los socios radicales del PSdeG en el bipartito y por una alarmante carencia de soluciones eficaces a los problemas reales. Como sucesor de Fraga, es evidente que su capacidad de gestión sale malparada con cualquier criterio comparativo. El máximo responsable del Ejecutivo gallego ha sido noticia, sobre todo, por una gran facilidad para el despilfarro del dinero público en gastos perfectamente inútiles. La opinión pública recibió en su día con indignación las noticias sobre el coche blindado (más caro que el de Obama, según algún análisis reciente) y sobre los lujos superfluos en la reforma de su despacho oficial. Ahora los ciudadanos exigen explicaciones rigurosas sobre las denuncias formuladas por ABC acerca de materiales tan exóticos como las sillas modelo «Oxford», los ventanales inteligentes o los pavimentos acristalados que adornan salas cuyo uso es muy poco frecuente. En lugar de justificar hasta el último euro gastado en tan sorprendentes adquisiciones, Touriño se niega a contestar a las preguntas de este periódico y utiliza el viejo truco de cargar contra el mensajero para eludir la respuesta obligada en democracia. Tal vez el todavía presidente de la Xunta se considera a sí mismo como titular de un poder absoluto, cuando no es más que un político surgido del aparato de su partido y encargado de gestionar -a base de concesiones- una coalición que crea más problemas de los que resuelve. Si pretendía ser ingenioso mediante la fórmula «siguiente pregunta» que reiteró en su reciente rueda de prensa, el candidato socialista debe saber que mientras no conteste como debe la cuestión será siempre la misma: ¿es aceptable malgastar el dinero público en plena crisis? Hay muchos miles de parados que reclaman una rectificación urgente. Como los hechos no se pueden negar, la única solución es dar marcha atrás y eliminar estos gastos exorbitantes que suponen una ofensa moral para los ciudadanos que sufren carencias elementales.

No es ético, ni estético, ni políticamente admisible que un presidente autonómico incumpla de manera flagrante el deber que impone el artículo 31 de la Constitución: la programación y la ejecución del gasto público debe responder a criterios de eficiencia y economía. El candidato socialista ha viajado a Iberoamérica en busca del voto de los gallegos con la esperanza de que allí no llegue el eco del escándalo y no le pidan cuentas sobre su derroche. Las encuestas anuncian un resultado muy ajustado y, en este sentido, el PP puede obtener provecho electoral no sólo de la pésima gestión del bipartito, sino también de este escándalo reiterado, que se agrava cuanto más hablan los socialistas de austeridad.

Mientras que Núñez Feijoo ha reaccionado con rapidez ante las dudas que suscitaba un candidato popular en asuntos fiscales, Touriño sigue empeñado en callar y esperar que pase la tormenta. Parece no ser consciente de que la crisis hace más sensibles a los ciudadanos ante estos privilegios injustificados de un sector de la clase política que mancha el buen nombre de muchos políticos honrados y causa un grave daño a la legitimidad del sistema. Es intolerable tirar el dinero en caprichos absurdos. A la Xunta no le hacen falta sillas de diseño ni vehículos de último modelo, sino trabajo duro y eficaz al servicio del interés general.

ABC - Opinión