martes, 22 de diciembre de 2009

El código "antigürtel", remate de un calamitoso año


Declarar que no existe causa contra ellos que les inhabilite, recibir regalos con mesura o vigilar adecuadamente las contrataciones externas es de un obvio que hace plantearse si en Génova han entendido en qué consiste su trabajo.

Al igual que Zapatero hace unos años dictó un llamado "Código del buen Gobierno" que nadie ha cumplido, empezando por el propio presidente, Mariano Rajoy no se quiere quedar atrás en lo que a nimiedades, buenas intenciones y bobería política se refiere. Más para lavar la cara al partido que para evitar futuros gürteles, ha encargado a Ana Mato –relacionada, curiosamente, con Jesús Sepúlveda, uno de los alcaldes salpicados por la trama de Correa– que elabore un código de buenas prácticas colmado de promesas y propósitos de enmienda.


Este vademécum del político popular es un refrito de lugares comunes que deberían ser de curso obligado para todos los que se dedican a la cosa pública. Declarar que no existe causa contra ellos que les inhabilite, recibir regalos con mesura o vigilar adecuadamente las contrataciones externas es de un obvio que hace plantearse si en Génova han entendido en qué consiste su trabajo. ¿Acaso los populares no lo exigían antes a sus cargos electos y a los del aparato del partido? ¿Es realmente necesario un código para evitar que se produzcan abusos e irregularidades dentro del PP y en las administraciones que gobierna?

Pero lo preocupante en el PP no es esto que, a fin de cuentas, no pasa de ser un juego floral encaminado a conseguir un titular en la prensa, sino el orden de prioridades que Rajoy y los suyos parecen tener. Asumen, por ejemplo, que 2009 fue un buen año, tan bueno como para desear que el que entra sea igual. Tal vez a Rajoy se le ha olvidado ya el calvario judicial y parlamentario que ha tenido que sufrir este año; o la rebelión de UPN con Miguel Sanz a la cabeza; o el magro resultado electoral en el País Vasco; o la decadencia, rayana ya en la insignificancia, del Partido en Cataluña; o los escándalos sucesivos capitaneados por Ruiz Gallardón en la Alcaldía de Madrid.

Aunque Rajoy crea lo contrario, el PP no está en su mejor momento. Lejos de hacer oposición, espera a que su rival caiga para evitar desgaste parlamentario y críticas de la prensa adicta al Gobierno. Ha secuestrado los casi diez millones de votos que recibió en 2008 y los ha puesto al servicio de una causa, la suya, que consiste en erigirse como heredero de la ruina que dejen los socialistas cuando salgan del poder. Con eso parece conformarse. El PP de Rajoy no crece en expectativa de voto, y si mantiene aún cierta diferencia positiva con respecto a Zapatero es por la pésima gestión de éste.

Pero, como sucedió hace ya dos años, las encuestas poco dicen y mucho ocultan. El PSOE, en su línea de fomentar el odio al PP, puede recuperar el terreno perdido movilizando a los radicales que le dieron la ventaja decisiva en 2008. Eso o que se produzca un trasvase de vuelta de los sufragios que el PSOE recogió de los nacionalistas, lo que arrojaría un escenario muy parecido al de 2004, con Zapatero en la Moncloa y Rajoy en la oposición por tercera legislatura consecutiva.

Para entonces, del código de buenas prácticas nadie se acordará, excepto los que, como Rajoy, entienden la oposición como una suerte de ministerio en el que hay que trabajar como si de un funcionario se tratara. Ganar las elecciones es otra cosa que requiere de voluntad: la que a PSOE le sobra y al PP le falta.


Libertad Digital - Opinión

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