viernes, 11 de diciembre de 2009

Anatomía de un asesinato (económico). Por Carlos Sánchez

En Anatomía de un asesinato, Otto Preminger plantea un triángulo sugestivo. Una mujer (Lee Remick) es brutalmente violada por el dueño de un bar. Su marido (Ben Gazzara) venga el ultraje asesinando al violador de su esposa, y como no podía ser de otra manera es encarcelado por ello. James Stewart, un gris abogado que antes ejerció como fiscal del distrito, acepta llevar el caso pese a que las probabilidades de éxito son remotas.

Ni siquiera tiene claro que vaya a cobrar los 3.000 dólares que reclama por la defensa, y de hecho el acusado le entrega un pagaré sin valor alguno por falta de garantías. Pese a todo, acepta el caso. Básicamente por una razón. Todo el mundo tiene derecho a una defensa. Logra sus objetivos. Consigue que su defendido sea declarado inocente por enajenación mental transitoria. Y él, por supuesto, no cobra ni un dólar pese a su brillante alegato. Sin embargo, sugiere al final de la película, ha merecido la pena defender a alguien que podía haber acabado en la silla eléctrica.

A la economía española le comienza a pasar lo mismo que al protagonista de esta historia. No tiene defensa. Da la sensación de que se sigue tirando contra el muñeco como si el desempleo fuera un simple registro estadístico. Varios ejemplos.

En un momento como el actual, en el que el objetivo estratégico es ganar competitividad vía precios (y por supuesto vía innovación), resulta que los poderes públicos afilan sus uñas de cara al 1 de enero, cuando tradicionalmente suben los precios de los servicios públicos regulados. Se ha filtrado que el Ministerio de Industria prepara una subida media del recibo de la luz del 7%. Y hasta la Comunidad de Madrid ha anunciado que el metrobús de 10 viajes subirá un 21,6% a partir del año que viene (de 7,40 a 9 euros). Sin olvidar la subida de dos puntos en el IVA, lo cual tendrá un efecto negativo sobre un sector básico para la economía como el turismo, donde se compite fundamental vía precios.

Devaluar sin que se note

No serán, desde luego, las únicas subidas. En cartera está la revisión de otros precios públicos regulados, lo cual lastra la recuperación económica. Es ridículo pensar que estas subidas no influirán en la capacidad de competir de España como país, y por eso sorprende la ausencia de un debate intenso sobre cómo devaluar sin que se note. O dicho en otros términos, como lograr que la economía sea más competitiva una vez que ya no se puede utilizar el mecanismo de la devaluación, el instrumento favorito de este país durante 40 años.

"Increible, cuando de lo que se trata es de ganar competitividad, suben los precios regulados en un contexto de baja inflación"

Si algo está claro es que ante la atonía de la demanda interna (en particular el consumo de los hogares) el único componente del PIB que puede tirar de la economía es el sector exterior, y por eso sorprende que se hable más de sostenibilidad que de competitividad, que es el verdadero talón de Aquiles de la economía española.

Competitividad interior y no sólo exterior. Aunque en el mejor de los casos, España no pierda cuota de mercado en el comercio mundial, este país continúa siendo el paraíso de las importaciones, precisamente porque no es capaz de producir bienes y servicios nacionales a precios competitivos para el consumo interno. Es lo que tiene el haber cambiado los antiguos polígonos industriales por centros de ocio que no aportan ningún valor añadido y que han convertido a la economía en rehén del consumo privado. Pero claro, para cambiar este escenario es necesario un abogado capaz de jugarse el pellejo por una economía maltrecha. Aunque suponga no cobrar los honorarios o abandonar los despachos oficiales con el sabor del deber cumplido.


El confidencial

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