lunes, 9 de noviembre de 2009

Jubilados sin techo. Por Luis del Pino


Esta semana saltaba a los medios una noticia particularmente estremecedora. La directora de Cáritas Diocesana de Valencia, Concha Guillén, denunciaba cómo se están multiplicando en los últimos meses las solicitudes de ayudas para alquiler por parte de viudas y parejas de edad avanzada.

El motivo es que la crisis económica está arrojando a familias enteras al paro. Y al no poder muchas parejas jóvenes hacer frente a sus créditos hipotecarios, los bancos no sólo les están quitando la casa a ellos, sino también a sus padres, que figuraban como avalistas de esos créditos.



De ese modo, personas ya jubiladas, que habían conseguido pagar su casa después de toda una vida de trabajo, y que viven de una escueta pensión, se encuentran de la noche a la mañana literalmente en la calle, arrojadas de su vivienda y forzadas a recurrir a la caridad para pagar un alquiler que su pensión tampoco alcanza a cubrir.

¿Es mínimamente moral esto que está pasando?

En Estados Unidos, al comprar una casa, el crédito hipotecario está respaldado exclusivamente por el bien que has adquirido, es decir, por la propia casa hipotecada. Si no tienes con qué pagar la hipoteca, entregas al banco las llaves de la casa y asunto resuelto. No pierdes nada más. Ni tu familia tampoco.

En España, por el contrario, los bancos obligan a avalar los créditos hipotecarios con otras propiedades, de modo que si no puedes pagar la hipoteca no sólo te quitan la casa, sino que pueden quitarte también cualquier otro activo con el que tú o tu familia hayáis avalado la compra.

Se trata de una situación abusiva, en donde los bancos jamás arriesgan nada. Cuando acudes a una oficina bancaria a mendigar un crédito, invariablemente te responden que el Departamento de Riesgos tendrá que estudiar tu solicitud. ¿Departamento de Riesgos? ¿De qué riesgos hablan, si el banco nunca corre ninguno? Para que te den el dinero tienes que demostrar, prácticamente, que no lo necesitas. Y si no lo puedes demostrar, tendrás que encontrar un familiar que responda por ti.

Eso sí, si quien va a pedir el crédito es un gran constructor, todo son facilidades para darle los centenares de millones de euros que necesite. Y si estalla la burbuja inmobiliaria, como ahora ha sucedido, entonces se recurre al dinero público, al dinero de todos, para tapar ese agujero que los grandes constructores le han creado a los bancos. Porque claro, no podemos dejar que se hunda el sistema financiero, ¿verdad? Lo cual es una forma muy elegante de decir que no podemos permitir que los bancos pierdan dinero. Y mientras tanto, jubilados a quienes han pillado como avalistas se tienen que ir a vivir a la mismísima calle.

Con la crisis, las peticiones de ayuda a Cáritas - ayuda de todos los tipos - se han disparado. Y los destinatarios de esas ayudas ya no son sólo, como antes, las personas desarraigadas, sino personas y familias perfectamente integradas en la sociedad que, de la noche a la mañana, lo pierden todo. Absolutamente todo. La portavoz de Cáritas Diocesana de Valencia lo resumía con una frase muy elocuente: "Hemos pasado de atender a los pobres a ayudar a nuestros vecinos". El perfil del demandante de ayuda ha cambiado radicalmente en el último año. Al lado de esos jubilados que han perdido su vivienda, cada vez hay más hombres solteros, más parejas jóvenes, más madres solteras con hijos a su cargo. Dos tercios de los demandantes de ayuda son inmigrantes; el tercio restante, españoles.

Una vez más es la Iglesia, esa Iglesia tan denostada por los progres, la única que está haciendo algo para aliviar la debacle asistencial que nos ha caído encima. Y mientras la Iglesia se afana en atender a tanta persona necesitada de ayuda, y mientras el presupuesto de Cáritas y de las restantes organizaciones asistenciales de la Iglesia se ve desbordado por la avalancha de nuevos pobres, ese gobierno que se autotitula progresista a lo que se dedica es a cubrir los agujeros creados por golfos de todo pelaje en las instituciones financieras y en las administraciones públicas, sin que ninguno de esos golfos, por supuesto, devuelva nunca un duro.

El robo de alimentos en los grandes centros comerciales o el robo de ganado en el campo andaluz se generalizan. Y mientras tanto, los miembros del Congreso pagan impuestos irrisorios y discuten sobre si los futbolistas tiene que pagar más o menos que ellos. Medio millón de familias españolas no tienen, en estos momentos, ninguna fuente de ingresos. Y mientras tanto, hay quienes, por ser esposas de un presidente autonómico, disfrutan de 16 cargos diferentes. Las mujeres españolas, que habían desaparecido de los circuitos de la prostitución hace quince años, vuelven a aparecer en los clubes de alterne o en los barrios chinos de las ciudades, empujadas por la necesidad. Y, mientras tanto, el gobierno sigue regalando subvenciones a un cine español que nadie ve e imponiendo cánones digitales que nadie controla, porque de algún modo hay que pagar al sindicato de millonarios de la ceja. Vuelve la mendicidad casa por casa, personas que tocan a tu puerta pidiendo dinero o comida, y que es algo que no veíamos hace treinta años. Y mientras tanto, no hay día que no nos desayunemos con un nuevo responsable político acusado de embolsarse el dinero de todos nosotros a manos llenas. Sin que nadie, por supuesto, devuelva nunca un duro.

Estamos gobernados por golfos, que se enriquecen a espuertas, convirtiendo la vida pública en un auténtico lodazal. Estamos gobernados por hipócritas, que simulan defender a los desfavorecidos cuando no hacen otra cosa que chanchullear con gente bien, de esa que se las arregla siempre para prosperar, sea quien sea el que esté en el gobierno.

Pero lo peor no es eso. ¿Saben ustedes que es lo peor? Lo peor de todo es que quienes nos gobiernan no perderán ni una sola noche de sueño pensando en un jubilado al que el banco le ha puesto en la mismísima calle o en ese número creciente de familias que tienen que vivir de la caridad. Porque están inmersos en sus chanchullos y los dramas de la gente de la calle les importan una higa.

Lo peor, como les digo, no es que quienes nos gobiernan sean golfos o hipócritas. Lo terrible, lo verdaderamente terrible, es que además carecen de corazón.


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