miércoles, 15 de julio de 2009

Cortijos políticos. Por Eugenio S. Palomares

Un partido político es la cristalización de un proyecto nacional para un buen gobierno. Se eleva el discurso al espacio público, se trata de persuadir a los ciudadanos de su viabilidad como proyecto y las urnas miden su grado de aceptación. En el caso de organizaciones pequeñas es normal trabajar en consenso. Es fácil el acuerdo. De esta forma, aunque el trabajo se reparta y los miembros cumplan diferentes funciones, todos participan en la gestión del proyecto. En cambio, en las grandes organizaciones, como en los partidos políticos que han conseguido una amplia representación en el parlamento, esta estructura democrática es particularmente complicada de respetar. Es normal que pensemos, especialmente en un Estado democrático, que la democracia impere en los partidos políticos, pero lo cierto es que en ellos se forman oligarquías y facciones de poder -el PP actualmente es un buen ejemplo, con sus Bárcenas, Camps y Aguirre- sin que ello les impida convivir dentro de la misma organización.

Una situación que, normalmente, criticamos con generosidad, pero que no es distinta de la que también se da en las empresas. En las grandes organizaciones el trato personal es el germen de envidias y la mayor amenaza a la tan celebrada meritocracia. En efecto, cuando las fidelidades y no los méritos personales forman el carisma que hace oficio, el edificio de la organización termina siendo el particular cortijo de unos y otros. Es fácil de entender, pues los méritos son el producto de la fidelidad y no del trabajo bien hecho. La fidelidad es más celebrada que el mérito. Se tiene a la fidelidad como una virtud, cuando no es más que pusilanimidad. No es reflejo de un trabajo en equipo, sino un cerrar filas de los fieles frente a otros fieles, dentro de la misma organización y es un magnífico abono para navajazos traperos, y no es necesario citar ejemplos pues seguro que cada uno tiene más de uno en fechas recientes y no tanto. Es, y acabo con estas reflexiones, el disfraz de la obediencia más cobarde, ya que rechaza todo tipo de crítica como si la crítica fuera deslealtad.

Claro que, tal vez, esto no interesa. Y no interesa ni a los grupos de amplia representación parlamentaria ni a los más pequeños, donde tampoco tienen cabida ni críticos ni disidentes. Es lo que sucedió con Rosa Díez. Pensaba que las cosas se podían hacer como ella afirmaba, y fundó una nueva organización en la que trabajar en la línea y en la manera que ella decía debía hacerse. Y no es el único ejemplo, aunque sí el más reciente. En su día entendió que las cosas se podían hacer de otra manera, recibió el aplauso de la derecha, también de muchas personas que le han dado su confianza y ahora rechaza a algunos que, como ella, conformaron UPyD y que, como ella en su día, no le son fieles sino críticos. El abandono del coordinador de UPyD en Andalucía y de Mikel Buesa, o la invitación de Rosa Díez a que otros miembros de su grupo dejen el partido y funden uno nuevo, son más ejemplos. No acepta la crítica, sólo la fidelidad. El autoritarismo, que tanto denunció en el PSOE, el personalismo y la falta de democracia interna le caen a Díez al igual que antes las atribuyó al grupo socialista. De nuevo se muestra que en estos espacios, cuando la crítica aparece, algo profundamente no democrático asoma. Hay una jerarquía y las parcelas de responsabilidad han generado tierras de poder que atienden a intereses puramente particulares. La disidencia, una vez más, se considera traición y no se legitima cuando la disidencia es legítima en cuanto no supone sumisión y sí aportación de ideas. De ahí que tenga que preguntarme, ante el obligado abandono del coordinador de la UPyD en Andalucía y la invitación a tantos otros militantes que querían formar un nuevo proyecto y esta nueva historia, si ¿podría ser relativamente frecuente que algunas organizaciones políticas no nazcan del mundo de las ideas, sino de ambiciones personales? La respuesta que, a veces, me doy es que en ocasiones, especialmente en las pequeñas organizaciones, cuyo origen responde a desavenencias políticas y personales y no al ámbito de ideas al servicio de la sociedad.


El País

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