martes, 5 de mayo de 2009

EL BABY-BOOM SOCIALISTA. Por Cristina Losada

Leire Pajín

«Insistía Pajín en El Magazine de El Mundo en que "hay vida fuera de la política", cuando la suya jamás se ha desarrollado extramuros de esa fortaleza. Se refería, en realidad, a que después de la tarea se puede ir de cañas con las amigas. Eso es vida.»

Aún meditaba sobre una afirmación del filósofo Sloterdijk acerca de que la suya es una generación desheredada, cuando encontré una entrevista con Leire Pajín. Caray, he ahí una mujer a la que no se puede calificar de desheredada. Recibió el carné casi en la cuna, como esos niños a los que hacen socios de un club de fútbol en el momento del bautizo. Pero la prole del baby-boom socialista no sólo está destinada a ser hooligan del partido y a contribuir al envenenamiento sectario de nuestra política. Constituye el relevo generacional tanto en el partido como en el gobierno, lo que resulta más preocupante.


Estamos ante un grupo generacional que no ha bebido de otras fuentes que las que divulgan y vulgarizan las "pequeñas y malolientes ortodoxias" que sustentan el artificio del sedicente progresismo. Y ante un plantel de apparatchiks que me resisto a llamar políticos profesionales para no degradar la profesionalidad, pero que no se han dedicado a otro menester que la política. El historiador Paul Johnson calificaba a esos burócratas de partido de gran azote humano del siglo XX, pero los aludidos ya no tienen de su condición la menor conciencia. Así, insistía Pajín en El Magazine de El Mundo en que "hay vida fuera de la política", cuando la suya jamás se ha desarrollado extramuros de esa fortaleza. Se refería, en realidad, a que después de la tarea se puede ir de cañas con las amigas. Eso es vida.

Nuestra heredera, fiel a los tópicos, repetía una frase de Fernández de la Vega, según la cual "cuando una mujer da un paso, todas avanzamos". Ese absurdo argumento corporativista ha terminado por imponerse como verdad incontestable. Pero cuando una mujer que carece de méritos es llamada a ocupar una posición de privilegio, retroceden todos los que sí los tienen, sean hombres o mujeres. En un país y un tiempo que ha abolido la meritocracia –en la escuela, para empezar– no cabe esperar que el talento, el esfuerzo y la inteligencia sean los elementos decisivos para ascender en unos partidos que disfrutan de un sistema tan cerrado como el nuestro. Ganar elecciones es, como mucho, lo que cuenta. Y a veces ni eso.

Nada garantiza que los mejores se desempeñen como buenos políticos. El ejemplo paradigmático es aquella Administración Kennedy formada por the best and the brightest. Pero los mediocres serán peores y tendrán como principal empeño cortar el paso de quienes pueden dejarles en evidencia. La generación desheredada de Sloterdijk mantenía, y de qué manera, los vínculos con la tradición cultural de Occidente. Ahora llegan arriba los que rompieron ese cordón umbilical. Esos para los que, como Finkielkraut escribió hace veinte años, un par de botas equivale a Shakespeare. La generación de las Pajín y Aído más sus iguales del otro lado del arco no se verá a sí misma como una generación perdida. No sabe lo que ha perdido y por eso nos perderá.

Libertad Digital - Opinión

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