viernes, 24 de abril de 2009

UN PROVINCIANO EN BARCELONA. Por Emilio Campmany

Rajoy

«Rajoy creía que por dulcificar sus posturas, por plegarse en lo que fuera posible a las exigencias del nacionalismo catalán, lograría, si no el afecto, al menos el respeto de los líderes y electores nacionalistas. Rajoy ya ha visto que no.»

Rajoy se ha ido a Cataluña a celebrar con el Tripartito el día de Sant Jordi. Quizá el hombre esperaba que, tras haberse caído del caballo y convertido al federalismo más o menos asimétrico, sería recibido con algo más de cariño del que suelen ser allí recibidos los líderes populares. Nada de eso. En un alarde de imaginación le han llamado "fascista", que es el insulto de ordenanza que se gastan los radicales catalanes contra los populares, propios y foráneos. Joan Ridao sí ha estado verdaderamente imaginativo y lo ha llamado "provinciano". Tiene guasa que un nacionalista de la Esquerra, que representa el aldeanismo quintaesenciado, insulte a nadie llamándole provinciano. ¿Sabrá Ridao lo que significa en castellano ser un "provinciano"? A lo mejor se cree que provinciano es aquel que visita un país extranjero en la convicción de que no es más que una provincia del propio. Ocurre, sin embargo, que "provinciano" no significa eso, sino que se dice de aquél que muestra apego excesivo a la mentalidad o costumbres particulares de una provincia o sociedad cualquiera, con exclusión de las demás. O sea, justo lo que es Ridao y que no es Rajoy.


Más gracia, y también más educación, ha tenido lo de Artur Mas, que ha dicho que hubiera sido un bonito gesto de Rajoy ir a Cataluña el día de Sant Jordi a anunciar la retirada del recurso contra el Estatuto catalán. Tiene gracia porque Mas identifica su Estatuto con Cataluña, como si todos tuviéramos que pasar por él por ser el que los catalanes quieren para sí. Sin embargo, ocurre que a la mayoría de los catalanes les trae al pairo este Estatuto, como demuestra el hecho de que la mayoría no lo votó. Y ocurre igualmente que el Estatuto no sólo es inconstitucional, sino que es precisamente cuando establece un sistema que dinamita la solidaridad entre todos los españoles cuando más inconstitucional es. Recuerdo con vergüenza el día que Mas, en Telemadrid, trató de convencer a los madrileños de cuánto nos convendría tener un sistema de financiación como el que Cataluña acababa de darse. Y veo con orgullo el poco caso que los madrileños le hemos hecho.

Rajoy creía, quizá convencido por Alicia Sánchez Camacho, que por dulcificar sus posturas, por plegarse en lo que fuera posible a las exigencias del nacionalismo catalán, lograría, si no el afecto, al menos el respeto de los líderes y electores nacionalistas. Rajoy ya ha visto que no. Cuando le espetó a Zapatero que en Cataluña no se podía estudiar en castellano, le llamaban "fascista". Y ahora que ya no lo hace, siguen llamándole "fascista".

Por lo menos, el viaje le ha servido para comprar un libro y que le regalen otro. Rajoy ha adquirido El hombre más buscado, de John le Carré, un alegato contra la política antiterrorista de Bush, que ya sabemos que el PP es muy anti Bush y muy pro Obama. Y Alicia Sánchez Camacho le ha regalado Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Yo, si fuera él, empezaría por el de Cercas, deteniéndome especialmente en los pasajes en que el escritor relata como el Rey, según parece sin querer, animó a otros a hacer cosas que luego desautorizó. Y luego, reflexionaría sobre lo ocurrido en México después de las elecciones. Quizá pueda entonces este gallego acusado de ser un provinciano extraer alguna ilustrativa lección acerca de cuánto se puede confiar en según qué personajes.

Libertad Digital - Opinión

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