viernes, 3 de abril de 2009

Un G-20 fértil

La cumbre del G-20 (los 24 países más ricos, que representan más del 80% de la riqueza global) logró ayer un consenso que abre fértiles posibilidades para encarar la recesión mundial y la reforma de la arquitectura financiera internacional creada tras la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de la cita de noviembre, los compromisos de ahora son más claros, incluyen cifras vinculantes y calendarios muy precisos. La secuencia y densidad de estas convocatorias revelan que la revisión de Bretton Woods, o sea, el esbozo de una suerte de Gobierno económico global, se perfila como un prolongado proceso acumulativo de decisiones. Ello permite abrigar la esperanza de que el diseño sea más inclusivo (de los países emergentes) y más irreversible (a fuerza de concitar mayor esfuerzo al fraguar los consensos) que el de los años cuarenta.

El eje franco-alemán impuso ayer como un rodillo su afán de priorizar la regulación financiera: habrá lista de paraísos fiscales rebeldes; se regularán los fondos de alto riesgo o hedge funds (sólo los de mayor tamaño) y las agencias de calificación; se crearán colegios de supervisores... Como líder del eje anglosajón, el presidente Obama cedió, decayendo en su pretensión de que los países desarrollados dotasen de mayor ambición a sus paquetes de estímulo fiscal. Pero esa concesión le permitió encabezar el éxito de su primera cumbre internacional.

Es obligado que esos mayores estímulos y esa regulación más severa vayan de la mano en el terreno de los hechos. Esta crisis necesitará una inyección de ingentes recursos públicos adicionales, pero sería inútil y escandaloso dispensarlos sin que unas nuevas reglas eviten que se dilapiden o favorezcan la inmunidad de quienes siempre saben eludir los controles.

Destaca también el reforzamiento del FMI, al que se le triplican los recursos (aspiraba sólo a duplicarlos) y al que se le adelanta la fecha de reforma, de 2013 a 2011, bajo el principio de que su director gerente será elegido en función de sus méritos y no por ser europeo (o norteamericano, como es el caso del Banco Mundial). Lo primero resalta la toma de conciencia de que la crisis, contra algún augurio inicial, ha contagiado severamente a los países en desarrollo, a los que se destinará lo esencial de esa suma. Lo segundo es un compromiso hacia los nuevos actores globales (China, India, Brasil...) de que su protagonismo se traducirá en cuotas de poder. El acento sobre el papel supervisor del FMI y el nuevo bautismo del Fondo de Estabilidad Financiera (ahora, "Consejo", en el que España participa) balizan la incipiente nueva arquitectura.

Los líderes también endosaron la carrera de tipos de interés bajos emprendida por los bancos centrales. Ayer mismo, el BCE la subrayó con una nueva reducción, que las autoridades españolas deberían aprovechar para urgir su inmediato traslado a los créditos e hipotecas de los clientes bancarios. Porque puede reanimar la demanda en el marco de una recesión que sigue agravándose, como indica la última cifra del desempleo (3,6 millones), aunque a ritmo más suave. Este dato aumentará la morosidad, perjudicando la solvencia del sistema financiero.

Dos nubes ensombrecen el resultado de Londres: el corto ímpetu antiproteccionista -con una mención de trámite a la ronda de Doha y una incitación a deshacer las medidas antiliberales ya adoptadas- y la levedad del control sobre las remuneraciones de los altos ejecutivos de las empresas que han sido inyectadas con fondos públicos.

Los líderes del G-20 han estado a la altura: especialmente Merkel y Sarkozy, pero también el organizador, Gordon Brown; Obama, como principal estrella, y los demás. Así lo han leído también los mercados en sus primeras reacciones.

El País - Opinión

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