viernes, 5 de septiembre de 2008

No todo el monte es orégano. Por Hernando Cortés Monroy

La frenética inmersión cultural de la sociedad española en la vorágine mediática, lleva a considerar como naturales aspectos que en las democracias más avanzadas simplemente no se producirían. El que un parlamento autonómico se declarase soberano para adoptar el título de nación para su región, el que la justicia cambie espasmódicamente de criterio para adaptarse a las decisiones políticas o que se condene a futuras generaciones a privarles de su formación en una de las lenguas universales, para hacerlo en una minoritaria o incluso en una confeccionada “ad hoc”, son ejemplos de algo que raya en la paranoia colectiva. Son muestras que una enfermedad muy grave que afecta a nuestro ser nacional.

Esta situación tenía, forzosamente, que afectar a las instituciones del estado, y así es. Las Fuerzas Armadas no iban a ser ajenas a ello. Desde hace algún tiempo se ha adoptado la práctica de relevar a la “cúpula militar”, horroroso nombre, coincidiendo con el inicio de las legislaturas, como si se tratara de constituir un instrumento que llevase a cabo una función política o un determinado programa electoral. No es el procedimiento normal que se emplea en otros países democráticos. Las Fuerzas Armadas necesitan de continuidad en el liderazgo, sin sorpresas, y de la gestión eficaz, pero no saltos en el vacío que pongan continuamente a prueba el sentido de disciplina.

La carrera militar es una de las más reguladas del Estado. Se ingresa por oposición a una temprana edad y se somete al militar a una serie de pruebas continuas que hay que superar para ir progresando en la carrera, entre la que se incluyen cursos de reconocida dificultad física o intelectual, conocimiento de idiomas, el desempeño de destinos de responsabilidad y la comparación constante con los demás. La carrera es corta, pues la edad y la condición física son condiciones para el desempeño de su función. El ascenso al generalato es difícil y necesita un acuerdo del Consejo de Ministros. Todo ello es necesario para el cumplimiento de su misión, pues la sociedad confía a ellos vidas y haciendas así como la supervivencia de la entidad política

El sistema filtra a los líderes que, a su vez, son conocidos por sus compañeros que los toman como ejemplo, lo que pone a prueba un sistema basado en el mérito y la capacidad. Si el resultado de la aplicación del sistema para el nombramiento de los líderes, produce sorpresa en sus componentes, algo está fallando. La constitución del generalato es responsabilidad directa del Gobierno, pero un Teniente General o Almirante no se improvisa, es el resultado de una competitiva carrera de cuarenta años, con “adversarios” de alta calidad. Si el sistema se ha aplicado bien, entre ellos debe salir el Jefe del Estado Mayor de la Defensa o los Jefes de Estado Mayor de los Ejércitos. No son concebibles los criterios consuetudinarios, como los turnos interejércitos. La institución militar está sometida a la autoridad del poder político, no a su capricho. Si no es así, algo falla.

La mediocridad de la clase política española ha conformado un poder político cateto, y lo ejerce asumiendo que todas las instituciones son de su nivel intelectual y sectarismo ideológico, incluidas las Fuerzas Armadas. Los que ejercen el poder deben tener en cuenta que existen instituciones para que las que el carnet de un partido político no es título de suficiencia. Un detalle. Para ser oficial de las Fuerzas Armadas es necesario entender, hablar y escribir inglés, algo que no lo es para ser Presidente del Gobierno, Secretario de Organización de un partido o Presidente autonómico. Zapatero no se da cuenta, pero no todo el monte es orégano.

GEES

1 comentarios:

Anónimo dijo...

hablando de idiomas, el castellano es internacional, menos la ministra del ejercito que no ve problemas en la CCAA catalana, a pesar de todo lo excluido que está.