sábado, 27 de octubre de 2007

Amigos de la ciencia y la libertad (o un análisis crítico de periodismo basura)

Rafael Méndez, periodista del diario que recientemente ha dejado de proclamarse independiente (por algo será) cree que la ciencia aún tiene enemigos... ¡qué miedo! Escribe sobre ciencia alguien cuyo conocimiento científico es obviamente escaso: confunde calor, temperatura y energía, se nota que habla de oídas del cambio climático (se luce cuando añade algo personal), repite de forma acrítica las presuntas verdades oficiales y olvida cuidadosamente mencionar los datos y teorías contrarios a las mismas.

"Simplificando: a más CO2, más calor; menos CO2, menos." Sí: o sea, que sí que es una simplificación, claramente excesiva. No está tan claro cuán intenso es el efecto directo (y mucho menos los indirectos mediante mecanismos de realimentación positivos y negativos) de los gases de efecto invernadero (de los cuales el principal es el vapor de agua, cosa que no se suele decir). Además no menciona un asunto clave, y es que también puede ser que a más temperatura más CO2 (no es simplemente una posibilidad, se sabe que ha sucedido a menudo durante la historia climática de la Tierra), porque algunos sumideros como el mar se transforman en fuentes de CO2.

"En los años, 70, pero sobre todo en los 80 y los 90, los científicos comenzaron a ver que las concentraciones de CO2 en la atmosfera subían de forma alarmante e inexorable." Lo de alarmante e inexorable lo añade él con mucha soltura. "2005 y 1998 fueron los años más calientes desde que hay registros y seis de los siete años más cálidos han ocurrido desde 2001". Esto ya no está tan claro después de las revisiones que ha realizado recientemente la NASA: el ganador resulta ser 1934. "El Ártico ha alcanzado este año su mínimo histórico". Pero se sabe que se debe a vientos inusualmente fuertes que favorecían la disgregación del hielo. Se olvida mencionar que en la Antártida cada vez hay más hielo.

"El Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, que agrupa a 4.000 expertos, dio por zanjada cualquier controversia sobre la responsabilidad de la mano del hombre en el calentamiento". De esos expertos sólo una pequeña parte son climatólogos, y ni son todos los que están ni están todos los que son. Recientemente se está reconociendo que la variabilidad natural del clima se está minusvalorando, y que el ser humano influya sobre el clima no implica que todo el cambio climático sea antropogénico. En ciencia las controversias no se zanjan porque un organismo oficial produzca un informe que, además, es mucho menos alarmista de lo que a muchos ecofanáticos les gustaría.

"A no ser que uno tenga poderosas razones, oponerse a la ciencia no suele ser rentable para la propia imagen. Pero en este caso hay muchos intereses." La "oposición" es parte misma de la ciencia y se hace desde dentro: la crítica es esencial para el avance científico. Lo que no suele ser rentable para la propia imagen es tener el valor de denunciar que el emperador va desnudo, que la opinión mayoritaria puede estar equivocada. Naturalmente en este caso hay muchos intereses por ambos bandos y, aunque parezca extraño, son mucho mayores en el lado "oficial" (tengan o no razón). Algunos sabemos por qué somos escépticos: para otros resulta más cómodo sugerir que participamos en turbias conspiraciones; para qué se van a molestar en conocernos.

"Admitir que el planeta se calienta implica que hay que hacer algo para evitar las desastrosas consecuencias (no hoy, como dicen los detractores, sino en 50 o 100 años). Supone intentar reducir el consumo de combustibles fósiles: petróleo y carbón. Implica ahorrar energía y elegir las fuentes renovables o la energía nuclear. Por eso, políticos, economistas y empresas decidieron, 100 años después, que Arrhenius no tenía razón." En este párrafo Méndez desbarra sin control. Las consecuencias del calentamiento global pueden ser negativas o positivas (qué herejía recordar esto último) según las valoraciones subjetivas de las personas; lo de los desastres lo añaden siempre los alarmistas (además aquí no queda claro si el desastre toca ya hoy o en cien años, cuando no se piensa con precisión es difícil escribir y que se entienda). Muchos pueden preferir un planeta más caliente, o sea, que su "implicación" es un abuso de la lógica. O incluso prefiriendo menos temperatura, tal vez el coste de evitarlo sea excesivo. El ahorro es algo que cualquier consumidor hace en la medida en que merezca la pena, pero no es un fin en sí mismo. Las fuentes renovables son muy queridas por los amigos de la naturaleza pero también resultan muy ineficientes, nada económicas (con las tecnologías actuales no significan ahorro sino despilfarro). Reconozcamos el valor de mencionar la energía nuclear, que a tantos mueve a la histeria: qué pena estropearlo luego con la estúpida acusación genérica contra políticos, economistas y empresas.

"Greenpeace ha acusado a la estadounidense Exxon-Mobil de financiar decenas de grupos de presión e instituciones para hacer dudar del cambio climático. Su intención no ha sido negarlo, sino sembrar la duda. Han copiado la estrategia que años antes siguieron las tabacaleras para poner en duda que el tabaco causase cáncer." Claro, si Greenpeace acusa seguro que es cierto, las petroleras sólo pueden ser malvadas, la duda es muy mala para la fe verdadera del pensamiento único y los críticos escépticos en realidad no queremos negar nada... ¡Un momento! ¿Entonces por qué nos denominan "negacionistas" como a los del Holocausto? ¿En qué quedamos? "Entre 1998 y 2005, Exxon-Mobil gastó 16 millones en estudios para negar el calentamiento". ¿Lee este pobre hombre lo que él mismo escribe para intentar no contradecirse? ¿Sabe lo que es una contradicción? "El American Enterprise Institute, financiado por Exxon-Mobil con 1,12 millones de euros, ofreció el año pasado 7.000 euros por cabeza a algunos científicos del IPCC para rebajasen las conclusiones de este grupo, según el diario británico The Guardian." Qué fácil es recurrir a "aquél dijo" (The Guardian) para seguir propagando una leyenda urbana que distorsiona gravemente la verdad.

"El negacionismo del cambio climático cae en todo el mundo". ¿Pero negamos o no negamos? Si cae en todo el mundo, ¿por qué siguen planteándolo como un grave problema contra el cual hay que luchar? No especifica a qué se refiere con lo de negar el cambio climático, no sea que los detalles y los matices de un tema hipercomplejo les fastidien los simplones topicazos que la inane progresía es capaz de asumir en sus muy limitadas inteligencias.

"Parte de la derecha cree que la ecología, y especialmente la lucha contra el cambio climático, es un invento para suplir al socialismo. Consideran que los llamamientos a dejar el coche en casa o a cambiar hábitos de vida son una intromisión intolerable del Estado en la vida privada. Para sustentar esta teoría desacreditan a los científicos". El socialismo sigue presente en todos los partidos, tanto de derechas como de izquierdas; la ecología (ciencia del medio ambiente) y el ecologismo (ideología política) no son lo mismo; muchos ecologistas son como sandías, verdes por fuera y rojos por dentro, no comprenden y desprecian los mercados libres y claman por el intervencionismo estatal: son hechos comprobables, no simples consideraciones de la siempre perversa derecha. Para un liberal todo llamamiento pacífico es legítimo por tonto que sea, pero es que eso no es lo que hace el Estado como monopolista de la coacción legal. Y respecto a los "científicos", que son personas, no todos merecen crédito: cuando uno dice una cosa y otro la contraria al menos uno está equivocado; ¿acaso no se les ataca cuando dicen algo impopular? ¿Les suena el premio Nobel James Watson?

"La organización que más hace por rebajar el cambio climático es el Instituto Juan de Mariana, que asegura no tener ánimo de lucro, ni afiliación política, y cuya misión consiste en dar a conocer los beneficios de la propiedad privada, la libre iniciativa empresarial y la limitación del ámbito de actuación de los poderes públicos". Narbona nos va a dar un premio por ser los mejores en la lucha contra el cambio climático. O eso o este mindundi no acaba de expresarse bien (o quizás ni siquiera comienza a hacerlo). No sólo aseguramos esas cosas, sino que son ciertas (compruébelo quien quiera). "En la web afirman que se financian únicamente con donaciones individuales". ¿De veras? ¿Dónde? ¿Realmente no está claro que lo que no aceptamos es subvenciones públicas, o sea estatales, pero sí de grupos, empresas, asociaciones, fundaciones?

"Este diario intentó ayer, sin éxito, contactar con el Instituto Juan de Mariana". Risas, por favor. ¿Lo intentaron muchos y con mucho esfuerzo y sudores? ¿De verdad que querían pero se les había olvidado el teléfono en el otro pantalón? ¿Realmente es "ese diario" un imponente grupo multimedia al que nada se le escapa? Cuando tanta gente contacta con nosotros con suma facilidad, pedimos alguna prueba fehaciente de este presunto intento de contacto. Si demuestra que es cierto, sólo queda inferir que como periodista lo intenta pero no puede: vamos, que es un incompetente. Bellísima persona, eso seguro. Rigor periodístico, ínfimo.

"Muchos de estos críticos han puesto la política por encima de la ciencia. Como hizo Lysenko, el supuesto genetista comunista que decidió que Mendel y la herencia eran una patraña y que todos los guisantes y los hombres nacían iguales. Con sus teorías y el apoyo soviético, condenó a la hambruna a millones de personas." Su uso de la analogía bordea lo criminal. Por favor, dé nombres de críticos a los que compara con un indeseable como Lysenko. Y recuerde que no fueron las teorías las asesinas, sino los soviéticos, que eran ¿adivinan? ¿URSS?... socialistas.


Opinión de los lectores

Libertarian
Excelente respuesta. Estaba esperando este artículo desde esta mañana, ya que nos avisó María de que habría réplica a El País y somos muchos supongo los que nos sentimos ninguneados cuando ponemos en solfa el falso consenso que pretenden hacernos creer sobre este asunto.


Ijon Tichy
Son tantos los asuntos que habría que analizar en profundidad y se dan como algo "evidente" por parte de los medios de desinformación masiva que intentar abordarlos todos es desmoralizante.

1. ¿Es en realidad evidente que el clima está cambiando?

2. Si la respuesta a 1. fuera afirmativa, ¿tal cambio es atribuible de forma indudable a la acción del hombre?.

3. Si 2. también fuera indiscutiblemente cierto ¿sería el CO2 el culpable principal de forma inequívoca?

Ante este cúmulo de cuestiones, creo que la actitud escéptica (nada que ver con un supuesto "negacionismo") es la única científicamente razonable.

Abordemos tan solo mínimamente el primer punto. Si abandonamos la ciencia pura y bajamos al campo de la técnica, cualquiera que haya trabajado en un proceso industrial sabe que las mediciones de parámetros como temperatura, presión, caudal, etc. de dicho proceso se ven afectadas por la precisión de los aparatos de medida. El conocimiento de la precisión de tales aparatos, corroborada por su calibración certificada así como los correspondientes cálculos, permiten hablar del resultado de cualquier medición con unos ciertos márgenes de INCERTIDUMBRE. Es decir, el resultado de mi medida es de x con una probabilidad de más o menos el 99% de que la medida "real" esté entre x y más/menos el 1% de x de mi medida.

Esto es. Nunca hay certeza. Hay una probabilidad más o menos elevada de estar dentro de unos márgenes determinados.

Aumentar tal probabilidad o disminuir los márgenes de error está en función directa de la precisión de los aparatos de medida empleados y del número y tipo de éstos.

En procesos perfectamente controlados los márgenes de incertidumbre en el momento en que inciden un buen número de variables en dicho proceso son tan amplios que a menudo sorprenden al profano. Las normas internacionales (ISO, DIN o ANSI) de pruebas de rendimiento de equipos o instalaciones permiten a menudo márgenes de error alrededor del 5%.

Así, cuando se habla de la temperatura en 1.934 ó 1.998, en realidad ¿de que estamos hablando? ¿De medias realizadas no se sabe bien cómo a partir de aparatos de calibración desconocida? ¿Y si intentamos remontarnos al 1.700? ¿Se tiene en cuenta el efecto de que muchos observatorios hace 100 años se ubicaban en las afueras de una ciudad y hoy están en el centro de la misma? ¿Y si esto se tiene en cuenta, como se cuantifica?

¿Como puedo saber si lo que sube es la temperatura del planeta o la temperatura de los observatorios?

Cuando se hace una media "mundial" ¿Donde tomo los datos actuales? ¿Y donde los tomo para calcular la media de hace 100 años?

En mi opinión, demasiadas incertidumbres para emitir una opinión concluyente. Si me dicen que la temperatura media del globo ha aumentado 0,5ºC en un siglo, ¿debo considerar tal hecho como incontestable si resulta que estoy dentro de los márgenes de incertidumbre aplicables a procesos medibles de forma infinitamente más precisa?

CMRR
¿Habéis probado a mandar este artículo a el País para que os lo publiquen como réplica?


Francisco Capella
Libertad Digital Suplementos

Boadella: Adios a Cataluña - AMOR VI

De la única cosa que podría estar agradecido a Catalunya es que en aquella tierra nació Dolors. Por lo demás los hechos me han venido demostrando que el nacionalismo no es más que la sublimación de un incidente sexual, por el que la sola razón de ser originario de un lugar u otro es motivo de ridícula superioridad frente el vecino. Bajo esta óptica, sentirse deudor de un territorio es un disparate monumental. Fuera de un contexto místico religioso, la tierra, las piedras y los vegetales no pueden ser nunca materia de agradecimiento. No hay ningunacorrespondencia biológica posible.
AMOR VI


Solo merecerían un reconocimiento quienes no destrozan el entorno, pero este no es precisamente el caso de la Catalunya actual, que ha contaminado el territorio a base de naves industriales en los más bellos parajes, multitud de edificios atroces en las costas, recalificaciones salvajes en todos los núcleos urbanos y una catástrofe espectacular en las infraestructuras de comunicación.

La Dolors nació en Organyà, un pequeño pueblo del Pirineo que presume de tener el más antiguo texto literario en lengua catalana, concretamente, unas homilías datadas en el siglo XII que hoy tienen un fachendoso monumento en el centro de la localidad. No sé si el motivo es haber nacido en el crisol de la lengua, pero su catalán es una delicia, y mucho más si se compara con esa jerga ridícula y cursi con que TV3 ha contaminado hasta el último rincón del territorio. Su infancia transcurrió entre las gélidas ventiscas del Pirineo, un lugar en el que ella se recuerda realizando sus primeros dibujos sobre los cristales helados del dormitorio. A veces la escucho rememorar los juegos en el exquisito huerto de la abuela, donde las flores tenían tanta importancia como las viandas, y entre otras muchas cosas, el olor insuperable de su cocina le quedó grabado como uno de los recuerdos más persistentes de su niñez (de aquí su falta de interés por la inodora vanguardia gastronómica).

A los pocos años, debido al empleo bancario de su padre, la familia se trasladó a Ulldecona, en el extremo sur de Catalunya. El pueblo también representaba otro extremo en la forma de relación. Frente a la austeridad y el rigor climático de los montes pirenaicos, Ulldecona es mediterráneo puro al estilo valenciano. Vida extrovertida, ritos, ceremonias y fiestas rumbosas, exuberante hedonismo y buenos alimentos.

Esta dualidad en la formación se percibe claramente en su carácter: por un lado, Dolors es una mujer sobria, alérgica a la frivolidad, que despliega una considerable protección de su intimidad, pero que al mismo tiempo goza de una gran capacidad de irradiar en su entorno una forma de vida donde la sensualidad y la presencia de la belleza constituyan el lenguaje cotidiano. Es más, fuera de estas condiciones se siente incapacitada para subsistir. Puede parecer lógico tratándose de una pintora, pero he conocido muchos artistas actuales que se
sienten especialmente cómodos rodeados de caos y mierda. La implantación de la belleza en el entorno tampoco es una cuestión de nivel económico, porque en los momentos más difíciles y precarios de nuestra vida ha conseguido demostrar esa capacidad de transformar el rincón más sórdido de un exilio en un lugar apetecible.

En las mentes impermeables de nada sirve auscultar las influencias del pasado; solo existe comportamiento genético y acostumbran a ser más carne de veterinaria que de psiquiatría. Pueden estudiar en los mejores colegios anglosajones, les pueden suceder toda clase de incidentes y conocer a las más relevantes personalidades y, aun así, se mantienen inalterables. He tratado bastantes ejemplares adornados con estas características, algunos de los cuales, precisamente por ello, ocupan cargos de gran relevancia. Son individuos que, para colmo, se jactan de ser inasequibles a cualquier influencia externa, y ese mismo inmovilismo cerril es el que los promociona como ciudadanos de confianza.

En caso contrario, cuando una personalidad ofrece cierta resistencia al empuje irracional de lo atávico y presenta
una mejor disposición a dejarse moldear por el entorno y las personas, los resultados humanísticos, en todos los ámbitos, acostumbran a ser de mayor interés. En cierta medida serán mucho más atractivos y útiles para mitigar los quebrantos de la vida. Al margen del grueso encefálico, posiblemente esta virtud de la permeabilidad sea, en lenguaje llano, la diferencia entre un burro y un despabilado, pero no descarto que también tenga algo que ver con la diferencia entre hombre y mujer.

El desinterés que siente Dolors por sus propias cosas se transforma en todo lo contrario cuando se trata de los demás. Es una mujer dotada de una enorme curiosidad hacia el exterior, y precisamente es esta particularidad la que ha ido moldeando su pericia para comprender las razones de los otros y las sutiles complejidades del más simple acontecimiento. No hay un solo paisaje, una sola persona, ni un solo suceso que no haya suscitado algún efecto en su vida. El resultado suele ser un juicio extremadamente certero y siempre desde un ángulo insospechado y de lógica irrebatible. Es lo que se entiende por un pensamiento libre.

Cuando llegué por vez primera con ella a la Casa Nova, nada sabía sobre la dimensión de lo que acababa de raptar. Solo era víctima de algunos presentimientos y, sobre todo, del ardor que me producía su belleza tan fantaseada en el pasado. Mi intuición no falló en la elección del lugar: allí se paraba el tiempo y las pasiones no sufrían desgaste; pero esa misma intuición no logró captar que aquel ser sutil y delicado, de voz suave y ancas excelsas, escondía una evidente superioridad frente a cualquier aspecto de mi desbocada naturaleza. Lo fui descubriendo día a día como uno de los mayores placeres que me ha llevado el alejamiento de los arrebatos juveniles y los preconcebidos masculinos.

Los hombres que no han conseguido penetrar en el conocimiento de una mujer templada de apariencia insondable y sin aspavientos exhibicionistas se han perdido la degustación de la parte más civilizada y menos zoológica de la vida. Si pienso que hubiera podido salir maricón, me quedo consternado, no alcanzo a comprender la excitada felicidad que aparentan; claro que, recíprocamente, ellos deben de sentir lo mismo, pero al revés.

Cuando nos llegó el momento de abandonar la Casa Nova se produjo en nosotros una nostalgia indescriptible. Los hijos necesitaban sus institutos y nos esperaba otra espléndida masía del siglo XV en el Ampurdán, más cerca del bullicio. A pesar de ello, sentíamos cierta resistencia a dejar aquel lugar tan impregnado de íntimas pasiones. Significaba acabar simbólicamente con la época de nuestra tórrida juventud.

Dolors había transformado aquellas austeras paredes de piedra que alojaron tantas generaciones de payeses en una réplica refinada de la más excelsa naturaleza. Todo invitaba al sosiego protector. En el exterior estaba la cruenta armonía del orden natural con sus aparatosas intemperancias, y en el interior, la naturaleza domesticada, contenida de luz, proporcionada de espacio y aliviada de rudeza. Ella no ha hecho nunca decoración: coloca las cosas en el único lugar donde les corresponde. Los espléndidos bodegones que pinta los construye igualmente en sus espacios de vida.

Tampoco sería exacto presentar los tiempos de Pruit únicamente como un cuadro de bucólica felicidad. Los sucesos externos algunas veces nos fueron poco propicios. Solo aparecer en la Casa Nova y Dolors tuvo que convivir unos meses con algunos de los actores de La Torna, que pernoctaban provisionalmente en aquella casa, invadiendo nuestra intimidad con la poca discreción que caracterizaba a los becarios de Mayo
del 68. Les hizo la comida y la limpieza, y tuvo que soportar su afición a la mugre hippie. Mi hermano Paquito, al que los dos queríamos tanto, se mató muy cerca de nuestra casa, cayendo con el coche al pantano de Sau. Poco tiempo después fui encarcelado como consecuencia de La Torna, y una vez fugado de la jaula, con la ayuda de Dolors, tuvimos que vivir una larga temporada en el exilio en situación muy precaria.
De vuelta a España clandestinamente, me detuvieron de nuevo los militares y nos pasamos cinco meses separados por mi nueva estancia entre rejas. Un año más tarde empezaría la guerra carlista, provocada por Operació Ubú (ya no cesaría en el futuro), y, poco después, la larga conflagración religiosa de Teledeum, con toda clase de amenazas de muerte y atentados a la compañía.

Los ásperos acontecimientos propiciaron aún más nuestra imperiosa necesidad de estar juntos. La Casa Nova actuaba como refugio inexpugnable en el que todos los ataques externos eran neutralizados con un simple paseo a caballo de dos amantes por el bosque. Extasiado en el delirio romántico, la mirada suave y esperanzada de aquella mujer me animaba a toda clase de alardes; no podía defraudarla; me sentía capaz
de entrometerme en cualquier guerra y salir invicto.

Afortunadamente, los enemigos jamás se percataron de la dicha que rodeaba mi vida; igualmente como en la actualidad, me creían resentido y trastornado. De lo contrario, hubiera tenido todas las bazas para no estar hoy entre ustedes. Tengo comprobado que nada exaspera tanto a los mezquinos como la felicidad ajena.

En aquella época los juveniles amores a la patria ya se habían erosionado notablemente. Los motivos de la decepción eran diversos y muy madurados, pero ante todo existía una razón esencial: empecé a vislumbrar que mi única y amada patria acabaría siendo Dolors.

GUERRA VI

Un Josep Pla muy anciano, que miraba a Dolors con ojos pícaros, se dirigía a mí, alarmado por mi falta de prudencia.
—Boadella, no seáis insensato. Debéis tener más cordura.
Estábamos a los postres de un suculento almuerzo en el Hotel Empordà y en esa parte del ágape el insigne escritor compensaba siempre la frugalidad que le imponía su deteriorada salud con una buena dosis de güisqui. Hasta ese momento había repasado, como tenía por costumbre, todos los vicios y manías del territorio con un sarcasmo letal; pero, paradójicamente, ante mi actitud insurrecta con este mismo país, parecía irritarse. Al finalizar la comida, antes de despedirnos, cambió su tono, y de forma serena y hasta un tanto afectuosa me lanzó:
—Vigile, Boadella, sobre todo vigile mucho, que Catalunya es un país de cobardes.
No diré que no le hice caso, pues su frase quedó clavada en mi memoria; pero antes de poder comprobar con creces la verdad de su aseveración y tomar la senda del escepticismo me pasé muchos años enzarzado en toda clase de refriegas contra los intangibles brujos de la tribu y sus secuaces.

Eran todavía visibles algunas pintadas de Llibertat Boadella por el episodio de La Torna, cuando aparecieron otras, en paredes cercanas al Teatre Lliure, de Barcelona, con una literatura algo más críptica: «¡Viva Franco! ¡Viva Boadella! ¡Muera Pujol!». Los cachorros de Convergència i Unió trataban de mostrar así, con la misma metodología chapucera del fascismo, que quien se enfrentaba al jefe era nada menos que un fascista.

El contraataque tenía su explicación. Hacía pocos días que, sin previo aviso, había disparado desde el Teatre Lliure un misil de alcance medio que impactó de lleno en el Palau de la Generalitat. La contraseña de la operación era Ubú y llevaba como objetivo esencial contrarrestar la campaña que el mariscal Pujol y sus huestes nacionalistas habían iniciado meses atrás para incautarse, física, mental y patrimonialmente, del territorio catalán. Mi arremetida cogió por sorpresa al enemigo, que me tenía situado todavía en la trinchera de los aliados al movimiento de la revancha nacional.

La confusión parecía lógica, pues hasta el momento no había mostrado signos externos de mi desafección al tinglado provinciano. Cierto que al presentar en La Torna la historia de un infortunado apátrida ejecutado en Tarragona, sobre el que ningún ciudadano catalán se interesó, no sumaba puntos en mi hoja de servicios étnicos. Para eso, mejor habría sido hablar del autóctono Puig Antich, ejecutado el mismo día (por el que tampoco hicieron nada), pero que, por lo menos, hubiera dejado un poso de mala conciencia, cosa que no pasó ni por asomo con el forastero Heinz Chez. Tampoco fue considerado un sacrificio por la patria esquivar el martirologio fugándome de la cárcel. Encima, algunos guerrilleros sediciosos de La Torna aprovecharon ocasión tan propicia para alimentar calumnias sobre mi insolidaridad por dejarlos colgados. Era un embuste tan descarado y burdo que parecía imposible su penetración en la sociedad catalana, pues ellos estuvieron
en libertad todo el tiempo que permanecí en prisión y, por lo tanto, gozaron de oportunidades sobradas para exiliarse. Solo cuando yo me fugué, algunos se entregaron a los militares y otros se marcharon a Francia. Estos acontecimientos, con ser públicos y notorios, no sirvieron de nada, porque la izquierda consideraba que debía permanecer preso como símbolo de la libertad de expresión pisoteada. Una vez fugado, y desbaratados sus planes, lo más rentable para aquellos adalides de la insurrección contemplativa era alimentar dudas sobre mi falta
de solidaridad. Estos sucesos hicieron mella en los círculos culturales, cuyas represalias no tardarían en llegar; pero aún, a pesar de todo, el historial vernáculo de mi pasado continuaba siendo indiscutible.

Al volver del exilio, y una vez instalado de nuevo en España, pude constatar que, en muy poco tiempo, la situación en Catalunya había cambiado de forma sustancial. La irrupción del mariscal Pujol como Reichführer de la Generalitat había provocado una recolocación de las fuerzas vivas y la ascensión al poder de una nueva clase emergente. El naciente estatus de mando en plaza era una mezcla de arribistas apuntados a última hora en el folclore patrio —bastantes franquistas reconvertidos— junto a los ahijados de Lenin y Mao, debidamente camuflados como demócratas de toda la vida, y utilizados por el astuto Mariscal para desactivar la izquierda a base de instalarlos en ventajosos destinos. La nueva mutación de los comunistas ocupó estratégicamente las casernas culturales mejor dotadas de presupuesto. La táctica tampoco significaba nada original en las maniobras de los camaradas: actuaciones muy parecidas se habían practicado en Italia y Francia; pero tuve claro desde el principio que ante semejante panorama algo tenía que hacer. Yo era un individualista francotirador que no suscitaba ninguna confianza entre esta clase de personal, siempre dispuesto a finiquitar cualquier veleidad librepensadora o simplemente una mente con demasiadas contradicciones. En general, son gente con un terror atávico a la libertad. Y el arte solo les interesa sometido a control.

Las nuevas circunstancias me planteaban un dilema: o bien optaba por volver a emigrar a otro territorio o me decidía a presentar batalla en pro de la supervivencia. Mi irrefrenable belicosidad me llevó a decidirme por lo segundo, aunque consciente de que solo podría proyectar el combate bajo una estrategia de guerrillas, pues ahora ya no eran los fingidos antifranquistas de antes, sino que el nuevo panorama autonómico de España los había convertido en el prepotente ejército del poder. Tampoco podía confiar en los colegas del gremio, ni contar con ellos, porque andaban todos a la caza de alguna prebenda que les permitiera vivir del erario público. La milicia de volatineros se hallaba dedicada por entero a colaborar entusiásticamente en la implantación de la nueva patología endogámica, y nadie quería pasar por desafecto a la causa.

Así pues, con el mayor sigilo construí la munición escénica, confiando en el ataque sorpresa. Los propios protagonistas de la operación no fueron totalmente conscientes de la trascendencia del asunto que llevábamos entre manos hasta que el armamento estuvo prácticamente listo. En este sentido, recuerdo una conversación con el malogrado Joaquín Cardona, que interpretaba magistralmente a Ubú-Pujol.
—¿Tú no crees que soy demasiado Pujol?
—Bueno, es posible; ¿y que?
—Pues que se lo van a tomar muy mal.
—¡Qué va! Ya no estamos en la época de Franco; ahora los políticos se han acostumbrado a ser parodiados.
—Sí, pero esto no es una simple parodia: aquí no queda títere con cabeza. No voy a poder trabajar más en este país.
Cardona estaba considerablemente aterrorizado, y yo, como un vulgar embaucador, trataba de calmar su pánico,
presentándole al Ubú auténtico como un tipo que, en el fondo, era indulgente y bonachón (esto último era el embuste más descarado).
—Nada, nada, amigo Cardona; da por seguro que tu interpretación será motivo de algún premio. Ni lo dudes.
No podía expresar la previsible realidad sin exponerme al riesgo de deserción. Tampoco se trataba de mis guerrilleros Joglars, que eran unos jóvenes mucho más avezados a esos lances. Aquella compañía, que participaba en la Operació Ubú, pertenecía al Teatre Lliure y, hasta el momento, se habían dedicado al repertorio clásico. Eran unos buenos chicos, partidarios de una belleza pacífica, y, por consecuencia, no podían creer en el teatro más que como vehículo cultural. Convertirlo en efectivo militar significaba para ellos una singularidad imprevista. Sin ánimo de soslayar mi responsabilidad en la encerrona, puedo afirmar que ya entonces estaba seguro de que me iba a comer yo solito todos los marrones de las inevitables represalias.

Desde el primer día del ataque, el pasmo general fue absoluto. La sátira de Operació Ubú no disparaba precisamente munición convencional; además de retratar con tintes ridículos a Pujol, recientemente nombrado Reichführer, predecía incluso su futura actuación a base de hacer patentes los delirios de grandeza de su inconsciente. El personaje, mediante unas jugosas sesiones psicoterapéuticas, nos desplegaba el ridículo panorama provinciano que le esperaba a la tribu. El disparo provocaba una enorme hilaridad, y, mientras los adversarios se indignaban, los amigos se desternillaban. No estaba previsto que la Catalunya sagrada se pudiera poner patas arriba sin ser obra del enemigo fascista español.

Una vez transcurridos los primeros días, a pesar de que presentía las consecuencias del desafío, disfrutaba imaginándome al Mariscal pidiendo informes a sus colaboradores sobre los más morbosos pormenores de Operació Ubú. Estos seguro que no soltaban prenda al observar los cortocircuitos que alumbraban como relámpagos la cara del Reichführer completamente fuera de sí por la profanación de su sagrada persona. Enseguida me fueron llegando toda clase de informaciones confidenciales sobre la reacción del Mariscal. Como era previsible, Pujol, en pleno ataque de paranoia, interpretó que detrás del agravio estaba el PSC y descargó toda su furia en una reunión con el entonces alcalde de Barcelona, Narcís Serra. En medio de tan delirante
situación, los socialistas catalanes (siempre tirando a pusilánimes) acudían medio a escondidas a las funciones del Lliure, pero estaban aterrados de cargar con el muerto.

La contraofensiva no se hizo esperar. El periódico Avui, subvencionado por el Gobierno, es decir, por los sufridos contribuyentes (sufridos sobre todo por la infame calidad del diario), me presentaba como un anticatalán ultraderechista, comparándome a los guerrilleros de Cristo Rey y a los nazis, y se rasgaba las vestiduras por mi ataque a los símbolos nacionales de Catalunya. Lo mismo hicieron los medios afines al nuevo invento indígena, porque, a partir de Ubú, cualquier mindundi del ejército pujolista sabía que una forma de hacer méritos para un ascenso era ponerme a parir en público o vetar mi actividad escénica si poseía autoridad administrativa.
(Eso sucedía casi siempre en el ámbito municipal.) Por mi parte, comprobaba que las cosas iban quedando definitivamente claras; no me confundirían más con los de su bando y, aunque avistaba riesgos futuros, me sentía muy campante sin tibiezas ni fingimientos.

Aquí empezó una larga guerra de veinticinco años, en la que el enemigo utilizó el mejor armamento a su alcance para neutralizarme o conseguir, si no la muerte física, por lo menos la muerte civil. También el ejército de mercenarios de la izquierda autóctona colaboró estrechamente en el acoso, a través de sus tribunas públicas. Era el tributo que debían pagar al nuevo sistema por las sustanciosas raciones recibidas de Pujol. Se utilizaron toda clase de artimañas: desde calificar mis obras de bodrios indignos de subir a un escenario, hasta hacer
uso de la competencia desleal, denegándonos los medios públicos que proporcionaban al resto del gremio.

Sin el amparo moral de mis conciudadanos, la estrategia de blindaje ante la ofensiva auguraba un futuro muy peliagudo. En última instancia, solo era posible sobrevivir en Catalunya consiguiendo que Els Joglars encontrara algún refugio donde guarecerse. Una posibilidad, la única, era que el PSC, como partido mayoritario de la oposición, sin ser un aliado, por lo menos no fuera beligerante con nosotros. Mi entrañable amigo Romà Planas, que había sido secretario de Tarradellas, llevó a cabo de manera generosa y cauta esta misión de paz. Como compensación, tuve que hacer gestos complacientes hacia ellos, a pesar de que su escaso coraje me mostraba claramente que jamás podría esperar de los socialistas una defensa explícita de mi trayectoria. En el legítimo intercambio, se aprovecharon de mi nombre todo lo que pudieron, y me tocó demostrar públicamente mi adhesión. No obstante, siempre me miraron con cierta suspicacia, lo cual no dejaba de ser chocante, pues hacía muchos años que la compañía era la empresa más socialista del país. ¿No sería precisamente por eso?

La guerra de los veinticinco años había comenzado.



El Cultural

Federico Jiménez Losantos

Si estuviéramos en una de esas tascas madrileñas que tanto me gustan, yo diría que a mí Federico Jiménez Losantos me parece un tipo cojonudo. Entonces alguien, a mi lado, recalcaría: "¡Es genial!". Así lo cuento porque así me ha ocurrido.

Eso no quiere decir que esté cien por cien de acuerdo con todo lo que dice o escribe, pero sería desconocer y hasta insultar a Federico, inventor del lema de Libertad Digital: "Que nadie opine por ti, ni siquiera nosotros", pensar que se trata de una persona que exige unanimidad y lameculismo. Si algo exige es debate, discusión, libre confrontación de ideas.

No tengo la menor intención de emular la hipocresía del editorial de El Mundo del 22 de octubre, en el que, como Poncio Pilatos, y tras reconocer los méritos de su columnista, se lavaba las manos e insistía en que nada tiene que ver con él. No lo voy a hacer por la sencilla razón de que considero que formamos parte del puñado de liberales con que cuenta hoy España.

Está visto que mi admiración y simpatía por Federico no es compartida por todos, y que, al revés, jamás hemos asistido a una campaña tal de odio, de mentiras, de inquisiciones, contra un periodista. Jamás en toda la historia de la prensa española un escritor-periodista se ha visto tan agredido e insultado. Nunca se ha exigido tan cínicamente silenciar –ya que las circunstancias no permiten el fusilamiento– a alguien. Incluso el Rey se ha sumado a la campaña.

Yo, ateo, ya lo he dicho, admiro la tolerancia y la inteligencia de "la radio de los obispos", la COPE, que mantiene La Mañana de Jiménez Losantos contra viento y marea. Tampoco es imposible que el rotundo éxito de la emisión tenga su importancia. Lo que nadie puede negar es la independencia absoluta de Federico, que no es el portavoz de un partido, de una mafia financiera, de nada, de nadie. Cuando así lo considera necesario, critica a Aznar o a Rato, pongamos; aunque, claro, sus feroces críticas van esencialmente dirigidas contra el terrorismo etarra, contra el PSOE y contra la rendición de su Gobierno ante ETA, así como contra el ultranacionalismo "periférico". No vale la pena insistir en lo que todo el mundo sabe.

Pero hablemos de lo que fundamenta el vergonzoso escándalo actual, o sea, el Rey y la Monarquía. Inspirándome, una vez más, en Jean-François Revel, recuerdo que cuando, hace años, en Francia hubo una polémica escolástica entre republicanos y demócratas (resumiendo: los republicanos eran soberanistas y partidarios del Estado todopoderoso; entre ellos se contaba, por ejemplo, Jean-Pierre Chevenement. Los demócratas eran menos hinchas del Estado y un poquitín más liberales, y no todos adversarios de la UE), Revel, mofándose de tal debate, declaró que él, como ciudadano francés, era republicano, y pensaba que prácticamente nadie exigía el restablecimiento de la Monarquía, pero que no se podía olvidar que muchas de las democracias europeas más veteranas eran, precisamente, monarquías: el Reino Unido, los Países Bajos, los países escandinavos, etc., y que lo importante era la democracia, y que cuanto más liberal fuera ésta, mejor.

Pues bien, yo soy republicano (Federico ha escrito que él no), pero aplaudí al Rey cuando se enfrentó al Tejerazo. En un reciente discurso, Juan Carlos ha afirmado que la Monarquía ha aportado a España años de paz y prosperidad. Yo no veo mucha paz, con el terrorismo etarra y los tremendos atentados de Atocha; ni veo mucha "prosperidad", cuando los nuevos estatutos rompen España. Desde luego, el PIB es importante, pero no es lo único importante.

Entre los que hoy, de manera caótica y minoritaria, le criticamos, algunos incidimos en su silencio, en su pachorra aparente: el Gobierno se rinde ante ETA, y nada, ni una palabra; los nuevos estatutos destruyen la unidad de España, de la que él es constitucionalmente garante, y nada, silencio. Y cuando de pronto se pone a hablar, y claro, de la actualidad, es sólo para atacar a un periodista y exigir a los obispos que le echen.

"Fue una conversación privada", dicen en la Zarzuela (¡y menuda zarzuela!). ¿Cómo iba a ser privada, cuando estaban en torno al mantel gentuza como Zapatero y Moratinos? En esa ocasión, Esperanza Aguirre se portó como lo que es, una genuina liberal, y defendió contra viento y marea la libertad de expresión.

Yo no me meto, ahora, en cuestiones dinásticas y constitucionales. Lo que pido al Rey es que se aclare: si está de acuerdo con el estatuto catalán, que lo diga; si está de acuerdo con la consulta independentista de Ibarreche, que lo diga; si está de acuerdo con la política del Gobierno en las materias que le incumben, y que conciernen a todos los españoles, y no sólo a ERC y al PSOE, que lo diga. Pero si no está de acuerdo, que se exprese con firmeza. Mucho podría cambiar en ese caso. Expresarse exclusivamente para atacar a un "periodista impertinente" (¡y a mucha honra!) no es digno de un monarca.

Yo, desde mi torre de marfil parisina, no estoy al corriente de todo lo que se hace a la chita callando, pero esta canallesca campaña contra Federico, de casi todos: El País (está visto que, aunque haya pasado de "independiente", ¡ja, ja!, a "global", sigue siendo igual de pueblerino y sectario), la SER, ABC, ETA, el PSOE, ERC, muchos más, y hasta el Rey, ahora en un mano a mano con Chaves, no el venezolano, sino el andaluz, pero vienen a ser más o menos lo mismo; esta canallesca campaña, digo, es mucha presión, desde luego, y me pregunto si la COPE va a resistir. Sería preferible que Federico siguiera siendo tan impertinente e inteligente por "la mañana", pero nunca se sabe.

Con todo, no caigamos en el pesimismo: con su extraordinaria fama y talento, será capaz de sorprendernos una vez más. ¡Enhorabuena, Federico!

Carlos Semprún Maura, CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Libertad Digital Suplementos, octubre 2007

Los Señoritos del PP

Me comentaba Cristina Losada unas frases de Ignacio Sánchez Cámara sobre las numerosas personas que han pasado por la extrema izquierda en tiempos del franquismo y que han evolucionado en un sentido liberal. Como no se trata de nada confidencial ni personal, me permitiré comentarlo a su vez. El fenómeno ha sido realmente curioso: Federico Jiménez Losantos, Jon Juaristi, Teo Uriarte, en su momento Mario Onaindía, Javier Rubio, Cristina Losada o un servidor entre bastantes otros. Algunos de ellos entraron en el PSOE, donde –caso de Onaindía o Uriarte– estaban o están en el ala más razonable, aunque, me temo, condenada a la derrota como en otro tiempo la de Besteiro. Según Sánchez Cámara, estos que, en su opinión, se han pasado a la derecha, conservan un espíritu extremista que les hace, en definitiva, poco fiables.

Tengo la impresión de que el señor Sánchez, un apreciable y por lo general sensato columnista, refleja esa mentalidad extendida en las "derechas de toda la vida" que imaginan haber estado siempre en la razón frente a otros que han pasado de un extremo al otro y le resultan por ello advenedizos o competidores poco agradables, a quienes puede convenir utilizar en un momento dado y despedir en otro, pero siempre tener a cierta distancia. La mentalidad del señorito de derecha, en suma.

Creo que el señor Sánchez se equivoca.

Los desastres del siglo XX en España han venido de la combinación del mesianismo de la izquierda con la extrema mediocridad intelectual y política de la derecha. Una derecha bastante más sensata que la izquierda, desde luego, pero sumamente oportunista, bastante "plasta" y de muy escaso valor moral, capaz de envolver al país en una capa de tedio y vaciedad. Una derecha que se reveló en todo su ser cuando despreció a sus propios votantes para entregar el poder a los republicanos. Como se revela ahora mismo en un PP sin nervio ni inspiración, llevado del ronzal por un personaje tan insignificante como Zapo.

Bajo el franquismo fuimos muchos los que nos equivocamos, pero hay una diferencia entre equivocarse arriesgándose y luchando y equivocarse chupando del bote (si bien no han dejado un momento de chupar, lo cual, para su mentalidad, constituye un éxito). Un sector de la derecha acertó al organizar la Transición, pero, como señalé del rey hace unos días, lo hizo por oportunismo, porque "tocaba", por adaptarse de modo casi instintivo a las circunstancias, sin verdaderas convicciones democráticas o de cualquier tipo, y por ello mismo dispuesto a ceder a la izquierda y al separatismo todos los aparatos ideológicos y culturales: de aquellos polvos, estos lodos.

En general, el señorito de derechas tiene el mezquino espíritu del aprovechado, poca experiencia de la vida, y nunca entendió muy bien lo que pasaba ni por qué la izquierda o los separatistas pensaban y actuaban como lo hacían. De ahí sus debilidades.

Hace poco tuve ocasión de aclarar algunas de estas ideas a otro intelectual de derecha, González Cuevas, en la revista de Gustavo Bueno El Catoblepas. El citado escritor temía la competencia –puramente imaginaria– que pudiéramos hacerle César Vidal o yo para ganarse los favores del PP… Por decirlo de otro modo, ¿es el liberalismo de derechas?, ¿cuánta derecha liberal existe en el país? En cuanto a mí, y creo que a otros muchos que procedemos de la extrema izquierda, nunca me he considerado afín a la derecha. Por lo menos a la de los señoritos.

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Rajoy se pregunta "quién gana" con la "irresponsable" Ley de Memoria Histórica.
Pregunta facilita. Ganan las izquierdas y los separatistas, y pierden España y la democracia. Tan mal defendidas por Rajoy, absorto en la apasionada contemplación del futuro.


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Herederos de García Atadell

Debemos insistir en ese hecho que revela en sí mismo todo el contenido moral y político de la Ley de falsificación histórica: con el pretexto de las víctimas, identifican a los inocentes con los asesinos y ladrones, a Peiró o Besteiro con García Atadell, paradigma del chequista.

Tan inconcebible bajeza solo pueden perpetrarla los herederos morales y políticos de García Atadell:

Juan Peiró y Agapito García Atadell
Pío Moa


Sin duda la mayor mancha del franquismo fue la represión de posguerra, en la que cayeron en torno a las 25.000 personas. En otro artículo me extendí sobre las circunstancias, desde luego distintas a como las presentan ahora los revanchistas, pero la cifra es, desde luego, impresionante, y testimonia un afán despiadado de castigo y venganza de los vencedores.

Tal represión fue posible en buena medida porque un gran número de los responsables y ejecutores del terror izquierdista cayeron en manos de los nacionales. La excepción fue Cataluña, donde la mayoría de ellos pudo huir por la frontera. Los jefes del Frente Popular se preocuparon de ponerse a salvo, y casi siempre lo consiguieron, sin dejar el menor preparativo de evasión u ocultamiento para los miles de sus seguidores complicados en el terror contra la derecha. Estos hechos no suelen mencionarse, pero tienen gran importancia. Prieto había señalado tras el asesinato de Calvo Sotelo: "será una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel". A ese extremo habían llegado los odios, y no, como creo haber probado, por culpa de la derecha, sino de una izquierda convencida de que había llegado la hora de su revolución. Sin duda alguna, la represión no habría sido menor de haber triunfado las izquierdas. Esto debe señalarse, porque a menudo se enfoca el problema como si el afán de venganza dominase sólo en uno de los bandos.

La represión franquista tuvo la particularidad de haberse ejercido, muy mayoritariamente, por vía judicial militar. Esto es poco común, porque los vencedores, preferían el ajuste de cuentas en la oscuridad, dejando para los jueces sólo a unos pocos vencidos. Así, en el castigo a la Comuna de París, Thiers hizo fusilar en masa a presuntos revolucionarios (precisamente, el ejemplo de Thiers, como medio para salvaguardar la paz social por varias generaciones, fue invocado en las Cortes españolas por Melquíades Álvarez y por Calvo Sotelo). Y al terminar la guerra mundial, no menos de 10.000 presuntos colaboracionistas, probablemente bastantes más, fueron eliminados extraoficialmente en Francia, y algo similar ocurrió en Italia.

La vía judicial, aunque mucho más onerosa en todos los sentidos, suponía en principio una mayor justicia, y una posibilidad de defensa para el acusado. Lo cual no significa que esa justicia no tuviera mucho de represalia, y que no cayeran en ella muchos inocentes. Un caso característico fue el de Juan Peiró, dirigente anarquista y ministro del Frente Popular durante seis meses, hasta la defenestración de Largo Caballero por una intriga de comunistas, prietistas y republicanos.

Peiró pertenece al escaso número de los dirigentes que se opusieron al terror, lo condenaron pública y reiteradamente, y procuraron salvar al mayor número posible de los perseguidos por las "patrullas de control" y por otros organismos de la CNT y del Frente Popular en Cataluña. Logró huir a Francia, pero allí fue detenido y entregado a los franquistas. No parecía temer mucho por su vida, pues su actitud moderada durante la guerra era bien conocida, e incluso le había valido amenazas de los suyos. En su juicio testificaron a su favor numerosas personas de derechas, incluyendo a militares y curas. No parecía haber base alguna para una condena a muerte, y sin embargo, esa fue la que se le impuso, debido a sus cargos políticos en el régimen revolucionario. Por supuesto, miles de penas capitales, muchas de ellas más motivadas que la de Peiró, habían sido conmutadas por cadena perpetua –que a su vez solía quedarse en seis u ocho años de prisión–, pero en el caso de este dirigente anarquista fue cumplida inexorablemente, por alguna razón poco clara, quizás por negarse a colaborar con la Falange, sostienen algunos no muy convincentemente.

Según me han comentado algunas personas, la mayor dureza e intransigencia en los tribunales solía provenir de militares burócratas ajenos a la vida del frente, mientras que a menudo eran los combatientes quienes mostraban mayor comprensión, negándose a que actos como los cometidos por ellos mismos, y bastante normales en el curso de la guerra, sirvieran como base para condenar a los acusados. Tales conductas han sido siempre comunes en circunstancias semejantes. Una circular eclesiástica señalaba cómo en los pueblos los más dados al castigo solían ser personas que apenas habían sufrido, o que tenían su parte de responsabilidad en crear el clima bélico inicial, por sus abusos contra los trabajadores.

Caso muy distinto del de Peiró fue el de García Atadell, aunque éste no resultara capturado al terminar la guerra, sino a finales de 1936. García, militante socialista de relevancia media, en el sector de Prieto, al parecer, montó al recomenzar la contienda una de las peores bandas terroristas de Madrid. Buñuel cuenta en sus memorias: "García no era más que un bandido, un canalla, pura y simplemente, que se proclamaba socialista. En los primeros meses de la guerra había creado en Madrid, con un pequeño grupo de asesinos, la siniestra Brigada del amanecer. Por la mañana temprano, penetraban por la fuerza en una casa burguesa, se llevaban a los hombres "de paseo", violaban a las mujeres y robaban cuanto caía al alcance de su mano. García, a quien los fascistas buscaban ávidamente, era una de las vergüenzas de la República". El chequista marchó a Marsella pretextando una labor de contraespionaje. Allí vendió parte del tesoro acumulado en sus fechorías, y embarcó rumbo a Suramérica. Buñuel, informado por un policía francés, transmitió los datos al embajador del Frente Popular en París, y sigue Buñuel: "El barco tenía que hacer escala en Santa Cruz de Tenerife, en poder de los franquistas. El embajador no vaciló en avisarlos a través de una Embajada neutral". Y así la gestión del cineasta permitió detener, juzgar y ejecutar a García Atadell.

Aunque no hay por qué dudar de la información de Buñuel, éste tergiversa deliberadamente los hechos cuando habla de "vergüenza de la República", como si ésta subsistiese desde el 19 de julio del 36, y como si se tratara de hechos más o menos aislados y repudiados por las izquierdas. Armadas las masas en dicho día por el gobierno Giral, la revolución aplastó lo poco que restaba de la república del 14 de abril, y los García Atadell proliferaron sin la menor oposición eficaz de los partidos, salvo algunas quejas o exhortaciones retóricas de Prieto y otros. En realidad era un terror al mismo tiempo oficial y anárquico, organizado por los partidos y por el mismo aparato del gobierno (como la checa de Fomento, una de las peores), y estimulado desde la prensa y la propaganda. García Atadell, al igual que tantos más, utilizaba los archivos oficiales para perseguir a sus víctimas, y recibió felicitaciones públicas por su celo antifascista. A pocos les preocupaban sus asesinatos y torturas, o sus robos de joyas y bienes diversos. Lo que ya no sentó tan bien fue su huida con el botín.

Ahora que vuelve a insistirse en la represión franquista como si hubiera sido única, y se mencionan cifras como si la ejecución o encarcelamiento volvieran inocentes a cuantos los sufrieron, conviene recordar también, y comparar, casos como estos dos. No se puede identificar a un Peiró con un García Atadell, y quien lo hace, mencionando simplemente cifras abstractas, informa muy poco de los hechos, y mucho de su propia actitud personal o política. ¿Cuántos Peiró y cuántos García Atadell hubo? Tal vez sea imposible averiguarlo, y acaso no valga la pena. Fueron, desde luego, muchos miles los complicados en el terror izquierdista, y sus enemigos pudieron capturar a una elevada proporción de ellos. Aun así, tal represión constituyó el episodio más siniestro del franquismo. Pero ello no justifica a cierta historiografía y a ciertos políticos que, metiendo en el mismo saco a culpables y a inocentes, intentan justificar el terror izquierdista y darnos una idea falsa de la época, con fines políticos muy actuales.

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Solo una observación al anterior artículo: sí hay por qué dudar de la información de Buñuel, que pretende lavar la cara al terror del Frente Popular, una manera de colaborar con él.

Pío Moa en su blog
Libertad Digital, 26-10-2007

Irrisorio PP

El PP partidario del “hecho nacional andaluz” quiere oficializar el himno regional cantado por Rocío Jurado. Se jacta, además, de haber dejado “descolocado” al PSOE con su propuesta. El himno, una auténtica patochada como todo lo referente al nacionalismo andaluz empieza: “La bandera blanca y verde /vuelve tras siglos de guerra/ a decir paz y esperanza…”

Basta. ¿De qué siglos de guerra hablan esos cretinos? ¿Y qué decir de la bandera, inventada por uno de los políticos más memos del siglo XX español?

“En los años anteriores, la sensación de ruina de la Restauración y la difusión de los puntos de Wilson habían dado alas a otros nacionalismos. Fue significativo el andaluz, promovido por un notario malagueño, Blas Infante, pergeñador de una doctrina en nada desmerecedora de la de Arana o Prat. Aspiraba Infante a “vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz y escribir en andaluz”. No llegó a escribir mucho en ese curioso idioma, pero descubrió que “el lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellanas. Al alifato, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta representación gráfica de aquellos sonidos”. Estas peculiaridades, “influjos clásicos de una gran cultura pretérita”, obligaban a estudiar la conveniencia de “reconstruir (sic) un alfabeto andaluz” para separarlo del “español”, aunque entre tanto fuera preciso “valernos de los signos alfabéticos de Castilla”.

“A juicio de Infante, la historia de la región había sido muy mal contada, debido a intereses bastardos que intentaban disimular su realidad nacional. Andalucía había sido nación en tres ocasiones: la protohistórica Tartessos, la Bética del imperio romano y la Al Ándalus musulmana. Después habían llegado la miseria y la opresión españolas. De aquellos tres momentos, el más interesante para él era el tercero, por más reciente: en la “comprensión” del período andalusí debía descansar la recuperación de la “conciencia andaluza”. De modo parecido a Arana, diseñó para su “nación” un escudo y una bandera, verde y blanca, colores de los omeyas y los almohades respectivamente. Ante las burlas y quejas, Infante exclamó: “¡Qué gobierno, qué país! ¡Llegan a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan”. ¡Un inocente, el buen Infante!, y lo del “carmín de nuestros sables” está sin duda muy logrado. Su fervor por Al Ándalus le llevó a peregrinar a Marruecos en pos de la tumba del rey de la taifa sevillana Al Motamid, y a escribir dramas en honor de él y de Almanzor, enalteciendo las glorias árabes.

“De acuerdo con esas ideas, y remitiéndose al principio de autodeterminación, escribía en un manifiesto el 1 de enero de 1919: “Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España. Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros. Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad que dicen nacional” (“Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea”).

Este sujeto fue nombrado a finales de los años 70 “Padre de la patria andaluza” por el Charlamento regional.

Y ahora viene el PP “descolocando” al PSOE a base de mostrarse más maurófilo y “nacionalista” que él, digno seguidor de Infante, como juega a hacerse más progre o más feminista. Esto es hoy el PP, señores, no se llamen a engaño.

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Seis días sin que el PP, absorto en la contemplación del futuro, defienda a Alcaraz de la querella intimidatoria y pro terrorista, denunciando esta como tal.

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Ya está en las librerías “Años de hierro. España en la posguerra, 1939-1945”.

“Los años cuarenta empiezan en España, como en el resto de Europa, con el decisivo 1939, pero de modo opuesto: en España ha terminado una guerra, al norte de los Pirineos comenzaba otra mucho más mortífera…”



Aquella época fue muy compleja, llena de vida y de muerte, muy dramática; fueron los años de las “trece rosas” y el fusilamiento de Quiñones, de la División Azul y la Operación Bodden, de los planes de la Comisión Goldeneye sobre Canarias y Gibraltar y de acercamientos monárquicos a Hitler, de conspiraciones de los generales contra Franco y de invasión del maquis por el valle de Arán, de disputas por el tesoro del “Vita”, de “Ojos verdes” y del premio Nadal, de expansión de Opus Dei y defenestración de Serrano Súñer mezclada con un caso de adulterio, de reconstrucción y represión, hambre y estraperlo, magnos y a veces irreales planes industriales, del CSIC, repoblación forestal y lucha contra la sequía; de intrigas de los embajadores Hoare y Stohrer, de la “Caballería de San Jorge” y tantos otros temas tratados en esta obra. Todo bajo la casi fatal atracción del torbellino europeo, amenazas de invasión de Hitler o de los Aliados y una nada imposible reanudación de la Guerra Civil.



Años de grandes ilusiones y frustraciones, en los que se escribieron algunas de las novelas españolas más importantes del siglo, obras de pensamiento y poesía de gran relieve, la pieza musical más interpretada y conocida fuera de España o el libro doctrinal más influyente internacionalmente publicado en el país en siglos. Fue también la edad dorada del humor, la canción popular, la literatura de kiosco…



La victoria de Franco en la Guerra Civil no garantizaba la continuidad de su dictadura (de la que derivaría, muchos años después, la democracia). Por el contrario, su supervivencia y consolidación, así como su neutralidad en la guerra mundial, fueron hechos sumamente improbables. Sin embargo ocurrieron, y el historiador debe exponer su cómo y su porqué, al margen de mitos y prejuicios. Tal es la tarea que aborda Moa en “Años de hierro” que, como otros títulos suyos, propone una reinterpretación a fondo de un pasado crucial en la configuración de nuestro presente”.

(Contraportada)

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Hoy, en "El economista"

SATISFECHOS DEL HOLOCAUSTO

Pío Moa


Como decía el jueves pasado, lo más parecido al Holocausto en España fue la persecución religiosa del Frente Popular, realizada con sadismo escalofriante. Nunca sus autores ni quienes hoy se identifican con ellos han mostrado pesar por lo hecho, ni propósito de reparación moral, no digamos de arrepentimiento o intención de rectificar. Muy al contrario, todo indica que están muy satisfechos: hasta han tenido la inmensa desfachatez –la criminal desfachatez– de exigir a la Iglesia que pidiera perdón por haber apoyado a quienes la estaban salvando del exterminio. Y ahí siguen con su vesania, empeñados en denigrar las beatificaciones de los mártires, mientras presentan como víctimas del franquismo, con las correspondientes subvenciones e indemnizaciones, tanto a inocentes como a asesinos. Como si los nazis exigieran a los judíos que pidieran perdón, o les negasen el derecho a honrar a sus muertos.

El truco justificativo de los nazis de izquierda lo empleaba hace poco el pro socialista Santos Juliá, citando a Maritain: "Es un sacrilegio horrible masacrar a sacerdotes –aunque fueran fascistas, son ministros de Cristo– por odio a la religión; y es un sacrilegio igualmente horrible masacrar a los pobres –aunque fueran marxistas, son cuerpo de Cristo– en nombre de la religión". Maritain, que mentía al Vaticano presentando a Franco como un satélite de Hitler (el Frente Popular sí lo fue de Stalin), mentía también al expresarse así. El terror de derecha –como el de izquierda–, mató a pobres, medianos y algunos ricos, por considerarlos enemigos políticos, nunca por ser pobres ni en nombre de la religión. Al hablar como lo hizo, Maritain recogía la propaganda stalinista, la ideología de la lucha de clases que tanto ha contaminado a la Iglesia desde los años 60, llevando a muchos clérigos a defender los totalitarismos comunistas. Todavía engañan a algunos.

Pío Moa en su blog
Libertad Digital, 25-10-2007