lunes, 17 de diciembre de 2007

Menú de España. Por Hermann Tertsch

No se irriten, ciudadanos. No se atraganten. Aquí no pasa nada. Huyan de catastrofismos y crispaciones. Háganlo ahora en Navidades -perdón, durante el solsticio de invierno- o después, cuando baje la inflación y ETA tome conciencia de que Alfredo Pérez Rubalcaba, ése que no sabía quien roba las armas en Francia y piensa que los zulos y las cartas de extorsión son sólo proyectos, es la «bestia negra» que los ha derrotado.

Al fin y al cabo, casi todo el mundo en este santo país se acostumbra pronto o tarde a tragar de todo y con todo. Aunque sea conejo. Peores bocados se digieren a diario: «Gobierno de España». No tiene ya la menor importancia que el secretario general de Agricultura y Alimentación, un tal Joseph Puxeu, recomiende a los españoles una «carne sana, ligera, muy apetecible y barata» de roedor.
A estas alturas ya la mayoría de los españoles no parecen percibir la falta de respeto de todos y cada uno de los anuncios y consejos que financian con sus impuestos para castigarse y para supuesta mayor gloria de un Gobierno de España que cada vez se asemeja más a una banda convocada por el Tempranillo.
Que la ministra de educación les diga a los padres de familia españoles que los colegios están en el mejor momento de su historia es una mentira casi elegante a estas alturas. El pijerío progresista que lleva a sus hijos a colegios extranjeros o de elite se parten de risa ante las calamidades de la escuela pública, la sistemática dinamitación del futuro personal, intelectual, profesional y académico de los niños obligados a actuar siempre como el peor de la clase.
Que el director general de tráfico, un tal Pere Navarro, que amenaza a los conductores españoles con la cárcel y el control total absoluto y continuo sobre su vida y hacienda, siga en su cargo -y dando consejos sobre conducción- sin haber mostrado la decencia de dimitir tras ser grabado su coche oficial infringiendo masivamente las ordenanzas de tráfico, no parece tampoco crear ningún resquemor. Lo espectacular habría sido el gesto de dignidad de la dimisión o de sus superiores de anunciar su cese. Pero donde no hay demanda carece de sentido la oferta.
Tampoco tiene importancia que el ministro de Interior, el fiscal general y el jefe de la Policía pretendan hacernos creer que los últimos años no han existido. Y que ha sido una obra de sabiduría, perspicacia y firmeza democrática su política de apaciguamiento de la banda terrorista y de sus terminales políticas y financieras -que en muchas otras sociedades democráticas antes homologables a la nuestra se calificaría como pura traición al Estado que juraron defender-. No se trata siquiera ya de lamentar la falta de principios, la demagogia o el posibilismo temerario y la abismal irresponsabilidad dolosa en la defensa de la seguridad de los españoles. Porque los resultados oprobiosos superan, si cabe, la ofensa a la dignidad del Estado y de la ciudadanía.
En Madrid, por donde Chamberí va a encontrarse con Argüelles, hubo dos cementerios muy activos hasta finales del siglo XIX, si no me equivoco. Allí se desarrolló después una colonia chabolista muy dinámica con muchos menos problemas de integración que las promovidas hoy en día por el ministro Caldera del Gobierno de España con su política de inmigración.
A la caza del conejo
Muchos aprovechaban las ruinas de panteones, tumbas y nichos. Allí floreció también la cultura de la caza del conejo con hurones. Se solía practicar debajo de Cuatro Caminos, en la Dehesa de la Villa. No excluyo que, de repetir, este Gobierno de Z,Z,Z por todas sus TVZs y por las cadenas privadas beneficiadas por sus favores o aterradas ante sus represalias, nos recomiende que pongamos «un hurón en nuestra vida», bicho cariñoso, nada facha y cazador de conejos. A unos, como a los cubanos, les dicen desde España, que deben considerarse felices bajo el castrismo y les reprochan que quieran huir a un país que elige a un facha como George Bush. Siempre haciéndo el menú a los demás, los liberticidas.
Hace más de veinte años, un miembro de la Stasi, la policía política de la RDA, que tuvo la desgracia de ser mi escolta y vigilancia con frecuencia, me aseguraba que el miserable coche que producía aquel estado socialista, el Trabant, era más adecuado para sus compatriotas que el Saab con el que yo le metía en tantos aprietos desafiando a los Pere Navarros del régimen aquél.
Ceaucescu pretendía que sus súbditos eran más felices comiendo las pezuñas de cerdo, la única pieza del animal que no exportaba y que por ello los rumanos llamaban «patriotas». «Baja y compra unos patriotas», decía Ceaucescu. Sólo falta la coletilla: Gobierno de España.

ABC Opinión - 17/12/2007

0 comentarios: