miércoles, 22 de noviembre de 2006

Un héroe europeo

Pim Fortuyn va a ganar las elecciones holandesas que se celebran mañana. Es verdad que lleva muerto algunos años: lo asesinó un fundamentalista de izquierdas, vegetariano y animalista. Pero si se unen los programas de todos los partidos políticos (y fundamentalmente el de socialistas y liberales), la imagen resultante da el rostro amable, dandi y un punto escéptico de Pim, del que el sociólogo holandés Dick Pels escribió el libro básico: De geest van Pim (El alma de Pim).
Hace ocho años, Fortuyn publicó un libro maldito: Contra la islamización de nuestra cultura. En él alertaba contra una evidencia, que era por entonces invisible: el retroceso en las libertades que suponía la práctica del relativismo cultural. En ciertos ambientes, llevar el libro de Fortuyn en las manos era un estigma, y suponía una pronta acusación de connivencia con la extrema derecha; acusación que es la primera que se le ocurre siempre a la pueblerina estupidez universal. Pero lo cierto es que ahora el Gobierno holandés estudia prohibir la burka en el espacio público y los matrimonios de conveniencia. Por poner dos ejemplos.
Sin embargo, lo más importante de la herencia de Fortuyn tiene que ver más con la propia sociedad holandesa o europea que con los inmigrantes, islámicos o no. Fortuyn acabó de raíz con la rutina establecida en la política, según la cual había que limitar el debate social a unos pocos y consensuados asuntos. Su irrupción trastocó la agenda política, cerrada con lustros de anticipación. Era un hombre brillante y sagaz, y valiente, que no solía perder la calma. Una vez, a un imán que le acusaba de despreciar a los musulmanes, supo contestarle: «Todo lo contrario. Yo he tenido varios amantes musulmanes».
Su programa político pilló a contrapié a la clase política tradicional holandesa. Tenía cuatro puntos: solucionar los atascos de tráfico, conseguir la puntualidad de los trenes, acabar con las listas de espera sanitarias y con la importación de esposos o esposas. Fue la gran revolución de los asuntos concretos. Pero nadie podría acusarle de tecnócrata: tenía detrás la vigorosa ética de la Ilustración, por la que al cabo perdió la vida.
El recuerdo de Fortuyn, y la subasta de su herencia, provoca una verificable mala conciencia en muchos holandeses. A mi juicio habrá que recordarlo como un gran héroe práctico europeo. El primero de nuestros modernos que, en nombre de Europa, se alzó contra su deriva.

(Coda: «Yo, ya te digo, no estaba acostumbrada a votar por un político que te exigía tanto trabajo mental, es decir, que tenías que decidir, por cada tema, por separado, si estabas de acuerdo con sus premisas. En esto era innovador. Desde mi punto de vista inició una forma de pensar en política que exige mucha responsabilidad e información por parte del votante. El votante como un experto consumidor». Eugenia Codina, correspondencia particular.)

Arcadi Espada, El Mundo, 21-11-06

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